·
La iniciativa del Padre en la salvación: El Dios que quiere salvar a todos los hombres es el Padre
de nuestro Señor Jesucristo. El designio divino de la salvación precede la
creación del mundo, y se cumple con el envío de Cristo al mundo. La voluntad
salvadora de Dios no conoce límites, pero está siempre unida al deseo de que
todos los seres humanos puedan reconocer la verdad, es decir, puedan adherir a
la fe. El Padre no solo es el iniciador de la obra salvadora sino también el
fin a que ella tiende (cf. 1 Cor 15,28).
·
Plenitud y
carácter definitivo de la revelación de Jesucristo: Jesús verdadero Dios y
verdadero hombre, sus palabras y sus acciones manifiestan en modo total y
definitivo la revelación del misterio de Dios, aun cuando la profundidad de tal
misterio permanece en si mismo trascendente e inagotable.
·
La única mediación de
Jesús: No se pueden considerar otras
posibilidades de «mediación» salvadora aislándolas del Dios y hombre Jesús.
Esta única mediación de Jesucristo está unida a la voluntad divina de salvación
universal. El término de «mediador» debería ser tomado en su significado
específicamente cristiano.
·
La universalidad del Espíritu Santo:
La tarea de una teología cristiana de las religiones, guiada por el Espíritu
Santo, es la de ampliar la comprensión del misterio de Jesucristo dejando al
descubierto las «semillas del Verbo» escondidas en las otras tradiciones
religiosas.
·
«Ecclesia, universale salutis sacramentum»:
reflexiona el documento sobre el misterio de la Iglesia,
subrayando su naturaleza de «sacramento», es decir, de signo y de instrumento
de esta salvación que Dios quiere para todos, para la humanidad entera.
Nacho Padró
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