En la Introducción (nn. 1-4), la
Declaración parte del mandato misionero dado por Jesucristo a sus discípulos
(cf Mc 16, 15-16; Mt 28, 18-20). La misión universal de la Iglesia encuentra su
punto de partida en este mandato y encuentra su contenido en la proclamación
del misterio trinitario de Dios y de la Encarnación, evento de salvación para
toda la humanidad. Eso no evita que la misión evangelizadora de la Iglesia ha
de tener en cuenta las tradiciones religiosas del mundo. En este sentido, se
advierte que la práctica del diálogo interreligioso se perfila como un elemento
integrante de la misión ad gentes.
La Declaración destaca la necesidad de que la teología de las
religiones adopte un planteamiento trinitario, de modo que la acción salvadora
unitaria del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se tenga siempre en cuenta, por
motivos de doctrina y de método teológico.
No sólo porque la Trinidad debe figurar en cualquier propuesta que
recoja la identidad del Cristianismo, sino también porque la reflexión
teológica sobre la iniciativa amorosa del Padre, y los envíos del Hijo y del
Espíritu Santo, proporciona el marco adecuado para plantear y resolver
correctamente cuestiones centrales que serán compartidas en el diálogo con
otras religiones. Como deja ver la
Declaración, la Iglesia considera al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo como
identificados en un único ser divino. Cualquier otro planteamiento supondría un
retroceso en dirección de un politeísmo pagano que consideraría a los dioses
como manifestaciones de un solo espíritu divino trascendente.
La teología trinitaria permite
afirmar la particularidad de Dios en el diálogo, así como su interacción la
creación de la naturaleza y de la criatura humana. Una cristología trinitaria
está en condiciones de relacionar lo universal y lo particular, superando
formas excluyentes de particularismo y
de universalismo (concepciones puramente teocéntricas centradas sólo en el
Padre). Por ello no se puede equiparar "fe teologal" y
"creencia". La fe es respuesta a Dios que se revela y asentimiento a
lo revelado por Él. La mera "creencia" se refiere a la búsqueda humana
de la verdad absoluta, carente del asentimiento a Dios que se revela. Por ello,
"debe ser [...] firmemente retenida la distinción entre la fe teologal y
la creencia en las otras religiones" (n. 7).
La presencia y el papel del Espíritu de Dios permiten también vincular la particularidad de Cristo con la actividad universal de Dios en la historia de la humanidad. Dado que la Iglesia se encuentra en su misterio bajo la guía y el juicio del Espíritu, que actúa de algún modo en las religiones, éstas aparecen también en el horizonte de la plenitud cristiana.
La presencia y el papel del Espíritu de Dios permiten también vincular la particularidad de Cristo con la actividad universal de Dios en la historia de la humanidad. Dado que la Iglesia se encuentra en su misterio bajo la guía y el juicio del Espíritu, que actúa de algún modo en las religiones, éstas aparecen también en el horizonte de la plenitud cristiana.
Una gran afirmación cristológica que se deduce de la declaración se
refiere a la unidad de la economía salvífica del Verbo encarnado y del Espíritu
Santo: "Debe ser [...] firmemente creída la doctrina de fe que proclama
que Jesús de Nazaret, hijo de María, y solamente él, es el Hijo y el Verbo del
Padre" (n. 10). Es decir, hay una unidad entre el Verbo eterno y Jesús
de Nazaret: sólo Jesús de Nazaret es el Verbo del Padre. Así Jesús, el Verbo
encarnado, es el mediador y redentor universal: "debe ser firmemente
creída la doctrina de fe sobre la unicidad de la economía salvífica querida por
Dios uno y Trino, cuya fuente y centro es el misterio de la encarnación del
Verbo, mediador de la gracia divina en el plan de la creación y de la redención...".
El
mensaje de Jesús posee una tendencia intrínsecamente expansiva y comunicativa,
y es capaz de generar un proceso asimilativo basado en el diálogo y el respeto
mutuo. El cristiano arranca de la premisa de que el Dios activo en la historia
de Israel se ha revelado plenamente en Jesucristo, a través del Espíritu, y ese
Dios, particular y universal, es el fundamento último de la vida y de la
salvación. Las religiones deben tratar de entenderse, por lo tanto, desde la
universalidad y la realidad de Dios vivo. La encarnación salvífica del Verbo
"es un evento trinitario" ( n. 12). Por consiguiente, es
"contraria a la fe católica" la hipótesis de "una
economía del Espíritu Santo con un carácter más universal que la del Verbo
encarnado". El misterio del Verbo encarnado "constituye el lugar
de la presencia del Espíritu Santo y la razón de su efusión a la
humanidad" (n. 12).
Nacho Padró
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