En 2
Cor. 11,24-27 el mismo Pablo nos da incluso una lista detallada de pruebas por
las que había tenido que pasar: «Cinco veces recibí de los judíos cuarenta
azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres
veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes;
peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros
de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar;
peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas
veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez». Y el libro de
los Hechos nos certifica del realismo de todo ello: cárceles, tribunales,
latigazos, insidias, amenazas de muerte, motines... El sufrimiento físico ha
acompañado a cada paso al apóstol en su existencia. Más aún, en 2 Cor. 12, 10
habla de «injurias», «persecuciones», «angustias», «sufridas
por Cristo». Por tanto, junto a los sufrimientos físicos está ese roce
continuo de la humillación, la contradicción, las dificultades y trabas de todo
tipo; y ello por parte de los judíos, de las autoridades romanas... o de los mismos
«falsos hermanos» (fue sin duda una de las heridas más dolorosas para el
apóstol: la presencia continua de los judaizantes, de los falsos apóstoles, que
ponían en tela de juicio su labor e incluso contradecían abiertamente la
predicación de Pablo).
Desde
su primer viaje misionero o, mejor dicho, desde su conversión, Pablo encontró
resistencia; fue perseguido y molestado. Para impedir y obstaculizar la acción
de Pablo sus adversarios recurrían a la fuerza de la policía, al poder de las
autoridades o a otros medios de presión: en Damasco (Hch 9,23-24), en Jerusalén
(Hch 9,29), en Chipre (Hch 13,8), en Antioquía de Pisidia (Hch 13,50), en
Iconio (Hch 14,5), en Licaonia (Hch 14,19), en Filipos (Hch 16,22), en
Tesalónica (Hch 17,5-9), en Berea (Hch 17,13), en Corinto (Hch 18,12), en Efeso
(Hch 19,23-40), en Jerusalén (Hch 21,27-30). Una vez la policía salvó la vida
de Pablo: en Jerusalén, cuando corría peligro de ser linchado por la multitud
en la plaza del templo (Hch 21,31-32). Llevado a Cesarea, Pablo tuvo que
comparecer ante Félix, el gobernador romano, quien aceptó el proceso y lo tuvo
preso, sin juicio, durante dos años (Hch 24,22-27). En Roma Pablo continuó
preso por más de dos años, aguardando el juicio que, por lo que todo indica, no
tuvo lugar por falta de pruebas (Hch 28,30-31). Pero no fue la única vez, Pablo
estuvo preso varias veces: en Filipos (Hch 16,23), Jerusalén (Hch 21,33),
Cesarea (Hch 23,23) y en la ya nombrada Roma (Hch 28,20). Además debió haber
sufrido una prisión muy pesada en Efeso, desde donde envió cartas para los
Filipenses (Flp 1,13), para los Colosenses (Col 4,18) y, quizás, a Filemón (9 y
13). Fue tan pesada esa prisión en Efeso que Pablo llegó a perder la esperanza
de sobrevivir (2 Cor 1,8-9). Fue como "una lucha contra animales
salvajes" (1 Cor 15,32). El resumen de los padecimientos de Pablo es
éste: flagelado 5 veces por los judíos con 39 azotes, flagelado 3 veces por los romanos, apedreado una vez,
padecido 3 naufragios, un día y una noche en el agua, prisión, golpes, hambre,
desnudez, frío, y cansancio en los viajes a pie.
Nacho Padró
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