La cremación tiene un origen oscuro. Esta manera de tratar
el cuerpo de los difuntos no es original ni del hinduismo ni del budismo. Está
atestiguada ya, en el antiguo Neolítico, en asentamientos del Vietnam del Norte
donde los thais guardan las cenizas de sus difuntos en cofres agrupados en el
bosque. El mundo indio y los países indianizados del Sudeste asiático, en la
mayoría de los casos, incineran a los muertos y recogen sus restos. La
cremación acelera la disolución de la envoltura carnal. Cada elemento corporal
retorna a la parte correspondiente de la naturaleza.
En la tradición hindú, la cremación se concibe hoy como el último sacrificio del difunto, etimológicamente «la última ofrenda» -antyaisti-. El fuego de la hoguera va a consumir al individuo en cuanto forma transitoria del ser, ya que su atman se seguirá reencarnando de existencia en existencia. La muerte sólo es un paso, mejor, un renacimiento por el fuego.
Sin embargo, el hindú que se ha mantenido fiel a sus obligaciones religiosas va a renacer al mundo divino, que es también el mundo de sus ancestros. Él va a escapar a la turbulencia de los nuevos nacimientos, puesto que el «sí mismo», el «atman», se ha fundido con la esencia universal, que es el brahmán, e, identificándose con Él, va a acceder a la inmortalidad: «Él va derecho al fuego, del fuego al día, del día a la quincena luminosa, de la quincena luminosa a los seis meses durante los cuales el sol sube al norte, de estos meses al año, del año al sol, del sol a la luna, de la luna al rayo. Allí, él es un ser que no es un ser humano y que lo lleva a brahmán. Tal es el camino en la vía de los dioses» (Chandogya Upanishad X, 1).
El monje errante -sadhu- no tiene que pasar por este rito porque ha cumplido ya con los ritos funerarios, antes de lanzarse a los caminos. Este «asceta», puesto que vive como un muerto viviente, ha roto así el círculo de las vidas y las muertes que se suceden indefinidamente.
Este ritual se realiza
también para que el alma se desapegue del cuerpo y no permanezca atada al plano
físico en una forma sutil, como un fantasma, sino que pueda continuar su camino
a un mundo mejor. Para designar el instante de la muerte, el hindú no habla de
entregar el alma, sino de abandonar su cuerpo. Por este motivo en el hinduismo
se crema el cadáver después de varios rituales. No hay registros en la
escrituras sobre enterramientos en la antigüedad, aunque si hay registros de
enterramientos acuáticos, es decir dejar el cadáver en un río sagrado, para que
sea llevado en su fluir a un destino superior. En la tradición hindú, la cremación se concibe hoy como el último sacrificio del difunto, etimológicamente «la última ofrenda» -antyaisti-. El fuego de la hoguera va a consumir al individuo en cuanto forma transitoria del ser, ya que su atman se seguirá reencarnando de existencia en existencia. La muerte sólo es un paso, mejor, un renacimiento por el fuego.
Sin embargo, el hindú que se ha mantenido fiel a sus obligaciones religiosas va a renacer al mundo divino, que es también el mundo de sus ancestros. Él va a escapar a la turbulencia de los nuevos nacimientos, puesto que el «sí mismo», el «atman», se ha fundido con la esencia universal, que es el brahmán, e, identificándose con Él, va a acceder a la inmortalidad: «Él va derecho al fuego, del fuego al día, del día a la quincena luminosa, de la quincena luminosa a los seis meses durante los cuales el sol sube al norte, de estos meses al año, del año al sol, del sol a la luna, de la luna al rayo. Allí, él es un ser que no es un ser humano y que lo lleva a brahmán. Tal es el camino en la vía de los dioses» (Chandogya Upanishad X, 1).
El monje errante -sadhu- no tiene que pasar por este rito porque ha cumplido ya con los ritos funerarios, antes de lanzarse a los caminos. Este «asceta», puesto que vive como un muerto viviente, ha roto así el círculo de las vidas y las muertes que se suceden indefinidamente.
En la actualidad los únicos casos en que se recomienda el enterramiento es en de los niños pequeños y en de las personas santas. En el primero porque se considera que los niños pequeños no tienen pecados, y en el caso de las personas que han alcanzado la iluminación espiritual ya no tienen identificación con el cuerpo material, y por lo tanto están desapegados del mismo. En algunas tradiciones se considera que debido a la autorrealización, su cuerpo se ha vuelto sagrado y no debe ser quemado.
Para los hindúes el fuego se considera el mensajero de los devas, las ofrendas a los devas se realizan quemándolas en el fuego de sacrificio, por ese motivo se relaciona a la cremación del cadáver como una forma de pasaje de este mundo al mundo superior. También se cree que si el cuerpo viejo es quemado, el alma del difunto recibe uno nuevo en el plano celestial.
Nacho padró
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