Tomás Sánchez lleva años imaginando bosques. Los que él pinta tienen un poso onírico que no es casual. «He recorrido físicamente todo tipo de bosques. Aunque el bosque tropical ejerce un mayor impacto en mí, sobre todo por su diversidad. No obstante, la imagen de mi pintura es una síntesis de todos los bosques, probablemente a eso deba ese carácter onírico que identificas. Es el bosque recreado con los sentimientos que me despierta la naturaleza y los que se crean través de la experiencia de la meditación».
La vida que retrata Sánchez no es amenazadora ni asfixiante. De alguna manera, este artista cubano establecido en Costa Rica encuentra una salida que permite respirar al espectador. Y en todos ellos el agua está presente en alguna de sus formas: un río, una laguna, el mar…
«Desde pequeño tuve una relación intensa con el agua. Me críe muy cerca de la Ciénaga de Zapata y de la ciudad costera de Cienfuegos. Ríos y humedales eran parte de mi entorno inmediato. El agua es la vida, es impensable hablar de ella desde un lugar que no evoque la existencia», explica. «El agua carga con muchísimas lecturas simbólicas. En diferentes culturas, por ejemplo, el hinduismo, tiene muchas metáforas relacionadas con el fluir de los ríos y el fluir de la energía interior. El espacio calmo del agua en una laguna o del mar evoca la quietud de la mente en la meditación. Sin duda ella ofrece ese espacio de complejidad y misticismo del que tanto se ha hablado en mi trabajo».
Todo tiene un significado en sus cuadros. «Para mí la diversidad y la densidad del bosque establecen un paralelismo con la exuberancia de la mente», explica. «No solo el agua, también los espacios despejados –o los espacios blancos– simbolizan el silencio de la mente. Obviamente hay un mensaje esperanzador en el agua, por su mismo carácter vital del que hablábamos antes. Pero también esa idea de espacio abierto que puede ser constantemente reescrito».
Para Sánchez, las forestas son paisajes interiores, pero también expresan la relación del hombre con la naturaleza. La suya, cuenta, se hace cada vez más profunda y completa, sobre todo desde que vive en Costa Rica. Pero cree que esa relación entre hombre y naturaleza se ha polarizado. «Por una parte se destruyen continuamente bosques, ecosistemas, pero también ha crecido el movimiento de protección y vindicación de la misma. Ecología es un término casi cotidiano hoy día en cualquier ámbito humano. Esto es profundamente estimulante».
Frente a los bosques ensoñadores, Tomás Sánchez pinta también vertederos. «Los basureros también pueden ser paisajes interiores. No necesariamente la mente humana es siempre un lugar plácido». El artista cubano opina que el caos y la basura externa son proyecciones de nuestros estados mentales: los deseos insatisfechos, las emociones negativas. «Esa basura es una metáfora del consumismo, camino al que indefectiblemente se llega por carencias de otro orden, en el afán humano de completarnos. Y, por supuesto, el mensaje ecologista también está presente porque es uno de los statements permanentes de mi trabajo, una llamada de atención constante hacia la recuperación y la conciencia de la naturaleza».
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