Más que llover, nos están cayendo piedras. Un mes confinados en casa mirando cómo la primavera está llegando y nos da con todas sus flores en las narices para decirnos «mirarás pero no tocarás» deprime a cualquiera. Salvo a aquellos que son optimistas por naturaleza y se sienten capaces de ver la botella siempre medio llena, aunque la realidad se empeñe en darle unos tragos que la dejen tiritando.
Los demás mortales se ven en la tesitura de asumir que la vida no siempre tiene forma de arcoíris ni huele a unicornios de algodón, lo que tampoco es que sea malo: es, simplemente, ver la vida con algo más de realismo. Pero una cosa es eso y otra, ser un pesimista recalcitrante.
Frente a quienes dicen que lo sienten pero que les dibujaron así y que son pesimistas porque lo fueron también sus padres, y sus abuelos y sus tatarabuelos…; es decir, quienes creen que hay una cierta cuestión genética en eso de verlo todo negro, el doctor Martin Seligman, director del departamento de Psicología de la Universidad de Pensilvania, se empeña en llevarles la contraria.
El pesimismo puede que sea algo hereditario que define trágicamente a una persona, pero la buena noticia es que con esfuerzo y práctica puede llegar a dársele la vuelta y ver el mundo desde el lado optimista de las cosas. «El pesimismo es uno de los rasgos de la personalidad que es altamente heredable, pero también modificable por ejercicios específicos», afirma Seligman en su artículo Authentic Happiness.
Lo cierto es que siendo optimista la vida te sonríe. Muchos estudios relacionan esta manera positiva de ver la vida con una salud mejor, con ganar más dinero y con ser más productivos en el trabajo. Ahora bien, ser positivo no es lo mismo que caer en el pasteleo wonderful que tanto se ve impreso en las tazas de desayuno.
«Si lo único que tuviéramos fueran emociones positivas, nuestra especie habría muerto hace mucho tiempo», afirma Martin Seligman para defender su teoría del optimismo realista. Porque la cosa se resume en encontrar ese término medio donde no se niegan las malas rachas, sino que se afrontan con la perspectiva de que todo pasa.
Para Shawn Achor, orador norteamericano especializado en la psicología positiva, «no es que la realidad nos transforme, sino que la lente con la que miramos el mundo transforma nuestra realidad. Y si cambiamos la lente, no solo cambia el grado de felicidad, sino también los resultados educativos y empresariales». Los informativos, por ejemplo, no dejan de dar malas noticias: crímenes, pandemias, guerras, economía que se hunde, paro… Podemos dejarnos arrastrar por esa negatividad y asumir que todo se va a la mierda o, por el contrario, asumir que esa es solo parte de la realidad y que en ella confluyen otras muchas circunstancias infinitamente menos negativas o incluso bellas.
«Si conozco tu mundo exterior, puedo predecir el 10% de tu felicidad a largo plazo. El otro 90% no proviene del exterior, sino de la manera en que procesa esa realidad externa. Y si lo cambiamos, la fórmula del éxito y la felicidad cambiará la manera en la que te afecta la realidad», aseguraba Achor en una charla TED. Porque para este experto en felicidad, el cerebro positivo funciona mucho mejor que uno negativo o estresado y hace que aumente nuestra energía y nuestra productividad.
Así pues, conviene dejar de ver el lado negro de las cosas, que existe, está ahí, y no se va a ir solo por negarlo, y empezar a trabajar el optimismo. Basta con añadir a tus rutinas de ejercicio físico otros truquis para fortalecer el músculo de la felicidad. «Necesitamos aprender a invertir la fórmula», explica Achor, «para ver de lo que el cerebro es capaz. La dopamina, la sustancia que produce el cuerpo cuando somos positivos, tienen dos funciones: no solo te hace sentir más feliz, sino que también activa los centros de aprendizaje, permitiéndote adaptarte al mundo de forma diferente».
ENTRENAMIENTO MENTAL PARA SER OPTIMISTA Y FELIZ (SIN PASTELEOS)
Eso sí, igual que por hacer tres flexiones y diez abdominales no te vas a transformar en una maciza de calendario, tampoco esperes conseguir transformar tu pesimismo en dos días. A tu cerebro le tocará sudar tinta, no queda otra. Es cuestión de ser constantes. Shawn Achor habla de una rutina de ejercicios durante 21 días (¿no es ese el plazo en el que acabamos convirtiendo algo en una rutina?) en lapsos de dos minutos. Pero las suyas no son las únicas técnicas para atraer el positivismo a tu vida. Aquí van unos cuantos consejos:
Da gracias por tres cosas buenas que te hayan pasado. Pero sé concreto. No basta con que digas «gracias por tener trabajo», por ejemplo, porque sería lo mismo que dirías día a día y ahí, originalidad cero. Ya hemos dicho que no iba a ser fácil. Esfuérzate: «Gracias porque han pensado en mí para llevar adelante un proyecto molón con el que no contaba» suena mucho mejor y mañana encontrarás otra cosa por la que estar agradecido.
Visualiza tu mejor yo. ¿Cómo te ves dentro de 10 años, en el mejor de tus sueños? ¿Cómo te sentirías? Fantasea, tron, que soñar es bueno. Psicólogos y expertos como Sonja Lyubomirsky recomiendan hacerlo una vez a la semana, entre uno y dos meses, durante seis u ocho minutos. Siéntate un ratito y escribe sobre ello, centrándote en un solo ámbito: familia, carrera profesional, amor, salud…
No te lo tomes a guasa. No es que vaya a hacer un milagro y lo consigas solo por imaginarlo, pero sí te hará cosquillitas en el humor, que es lo que cuenta. Además, hay unos cuantos estudios que demuestran que imaginar tu futuro ideal puede aumentar tu nivel de optimismo. Y, además, ya sabes: soñar es gratis.
No veas la decepción como el enemigo: acéptala. Parece una perogrullada, pero muchos pesimistas lo son porque les resulta imposible o complicado entender que las cosas pueden salir mal a veces y no pasa nada. Esperar continuamente lo peor, dice la doctora Laura Oliff, directora del American Institute for Cognitive Therapy, puede denotar que lo que intentas es protegerte de esa decepción. Si niegas los altibajos de la vida te pierdes la «anticipación positiva de los acontecimientos», como, por ejemplo, el placer de planear unas vacaciones o un viaje, da igual si al final puedes ir o no.
Si tienes que elegir entre expectativas que quizá puedan fallar y otras negativas que tienen más cartas de poder cumplirse, elige las primeras. Y aunque es verdad que es más fácil decirlo que hacerlo, ayuda mucho recordar el hecho de que muchas de las cosas malas que imaginamos no llegan a ocurrir realmente. Y si lo hacen, nos recuperamos bastante rápido del golpe. Como decían los Monty Python, «always look on the bright side of life».
Argumenta contra ti mismo. No eres peor que otros por mucho que te hayan ido mal las cosas. Según Martin Seligman, primero debes reconocer la voz interior que hace esos comentarios negativos y discutir con ella como si lo hicieras con tu suegra. No es verdad que te vaya peor que a otros solo porque tú eres tú. Evita las comparaciones odiosas y céntrate en lo positivo. No dejes que tu yo Mr. Scrooge lleve la razón.
Mira las cosas con perspectiva. Ni todo es una mierda ni todo es maravilloso. Hay que encontrar el término medio y para eso es necesario poner distancia, cambiar el ángulo de visión.
Multiplica por dos lo bueno que te ha pasado. Ojo, que no se trata de exagerar la realidad y pasar del bueno al buenérrimo, sino de regodearte en los detalles bonitos. Según Shawn Achor, el cerebro no puede diferenciar entre la visualización y la experiencia real, por lo que duplicas la experiencia positiva en tu cabeza.
Haz ejercicio, pero del bueno. O sea, cardiovascular. 15 minutos al día de darle leña al cuerpo como si te poseyera el espíritu de un marine vigoréxico podrían funcionar como el mejor antidepresivo, sobre todo si sobrevives. Tu cerebro lo registra como una victoria y eso siempre da mucho gustirrinín. Las agujetas también se pasan, recuérdalo antes de volver a plantar el culo en el escay del sofá.
Respira… Deja lo que estés haciendo y dedica dos minutos al día a sentir únicamente tu respiración. Sí, eso es: mindfulness de toda la vida. Reduce tu estrés y te ayuda a ser más feliz. ¿Qué puedes perder?
Contagia tu optimismo. En lugar de escribir a tu compañero de curro para hablarle solo de trabajo, prueba a decirle de vez en cuando lo bien que hace ciertas cosas, lo mucho que te ayuda y las ganas que tienes de tomarte unas cañas con él a la salida (eso, cuando todo vuelva a la normalidad. Ahora no toca). Y quien dice compañero de curro dice hermano, amigo, cuñado (sí, cuñado), conserje o vecino. Lo importante es que sea uno cada día y por distintos motivos. Vale un email o un comentario positivo en redes sociales. Tú eliges el formato. Verás que la respuesta será buena y además cambiará la idea que tienen esas personas de ti. Según Achor, las personas que hacen estas cosas no solo son percibidos como líderes positivos por los elogios y el reconocimiento, sino que su puntuación de conexión social está en lo más alto de la escala.
Y sonríe a menudo. Recuerda que la risa es contagiosa. Si no tienes a quién dedicársela, ponte delante de un espejo y regálatela a ti.
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