a finales del siglo I a.C. el emperador Augusto encargó a Virgilio la elaboración de una obra épica fundacional para Roma. El resultado fue la Eneida, que conectaba los orígenes de la superpotencia a los supervivientes troyanos capitaneados por Eneas, destinado según el texto de Virgilio a crear un “imperio sin fin”. Más o menos por la misma época nació la expresión Urbs Aeterna -ciudad eterna-, acuñada por el poeta latino Albio Tibulo en su libro Elegías.
La expresión Urbs Aeterna -ciudad eterna- fue acuñada por el poeta latino Albio Tibulo en su libro Elegías.
La superpotencia del Mediterráneo se encontraba en un momento de plena expansión, habiéndose anexionado el milenario reino de Egipto. Por ello, se hizo popular la idea de que Roma duraría para siempre: de hecho, en aquel momento la ciudad ya contaba más de siete siglos desde su fundación. La expresión Urbs Aeterna se hizo tan popular que incluso aparece en algunos documentos oficiales y en la obra del historiador Tito Livio, la monumental crónica Ab urbe condita (Desde la fundación de la Ciudad).
La expresión cobró popularidad de nuevo durante el Renacimiento, cuando el papa Julio II emprendió una gran obra de modernización urbanística de la ciudad y trajo a los grandes artistas de la época -como Miguel Ángel o Rafael- para embellecerla, dándole nueva vida y contribuyendo a reforzar la idea de que Roma, cambiante a través de las épocas, sería eterna.
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