La humanidad se encuentra en un punto de inflexión, exacerbado por la pandemia COVID-19. Esta experiencia colectiva debe servir para provocar una reflexión global sobre nuestro futuro y conducirnos hacia una sociedad del conocimiento, manteniendo siempre una perspectiva empática sobre las necesidades de todos.
“Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Esta anónima frase, atribuida, entre otros, a Napoleón Bonaparte, nos enseña que para prepararnos para el futuro es indispensable también mirar a nuestro pasado y tener presente las lecciones aprendidas.
La actual crisis sanitaria generada por la pandemia COVID-19, producida por el virus SARS-CoV-2 , no es la primera ni, desafortunadamente, será la última a la que se enfrente la humanidad. Las enfermedades, de hecho, han sido potentes palancas de cambio histórico, al tener capacidad de cambiar una sociedad, sobre todo cuando se combinaron con otros elementos perturbadores.
Unos pocos ejemplos bastan para ilustrar estos procesos: la epidemia durante la Guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta en el siglo V antes de la era común; la peste del siglo XIV de la era común, que cambió la estructura socioeconómica de Europa; o la viruela y otras enfermedades en la expansión europea en América y otros continentes (Diamond, 2005). Para los implicados, tanto estructuras políticas como individuos, el cambio fue dramático y dejó múltiples damnificados, pero también abrió nuevas oportunidades.
Una plaga es una tragedia humana, pero también proporciona la posibilidad de reflexionar sobre sus orígenes, sus implicaciones y la necesidad de medidas correctoras. Más allá, incluso permite plantearse realizar cambios de mayor calado, repitiendo las perennes preguntas: ¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos?
La sociedad que viene
La humanidad se encuentra, posiblemente, en su mejor momento. Nunca tantos seres humanos fueron tan felices y saludables. Sin embargo, numerosos problemas siguen presentes y la sociedad global ya se encontraba en un profundo cambio acelerado y desigual antes de la aparición de la pandemia COVID-19.
La implantación de nuevas tecnologías y los desafíos que nos plantean, como es el caso de la inteligencia artificial o la computación cuántica, la manipulación genética, o la posibilidad de crear una nueva especie no completamente orgánica, de ciborgs, junto con los problemas generados por tecnologías obsoletas, la existencia de armas nucleares, o las actuales necesidades energéticas, en donde destaca el cambio climático y sus destructivas consecuencias, ya eran suficientes desafíos para la humanidad .
El mañana ya está aquí en forma de tsunami
Ahora, una nueva pandemia pasa a primer plano y relega al resto de las dificultades a un indefinido “mañana”. Pero en muchas ocasiones olvidamos que el mañana ya está aquí, y que, aunque lo ignoremos, sus consecuencias están ya pasando sobre nosotros como un tsunami.
El confinamiento de más de un tercio de la humanidad está forzando a replantearse las relaciones sociales y la manera en la que trabajamos. Afortunadamente internet, un bien global, ha respondido adecuadamente a las exigencias de tráfico y las redes sociales están contribuyendo al mantenimiento de los necesarios nexos sociales.
A corto plazo podríamos ver cambios significativos: la manera en la que nos saludamos, evitando el contacto directo; la universalización del teletrabajo, mostrado ahora como factible a gran escala; o el acceso a productos culturales en línea. De hecho, conocidas pinacotecas han creado recorridos virtuales, y grandes orquestas u óperas y compañías de teatro han democratizado el acceso a algunos productos que antes, en ocasiones, solo eran accesibles para determinadas minorías.En cuanto a las relaciones sociales, la solidaridad se ha vuelto a poner de manifiesto, específicamente los lazos intergeneracionales.
A medio y largo plazo se abren múltiples incógnitas. Así, el teletrabajo podría cambiar el concepto de ciudad, promoviendo una mayor descentralización y evitando la necesidad de grandes redes urbanas, descongestionando el tráfico y reduciendo la contaminación. Las relaciones internacionales deberán ser reexaminadas y la Unión Europea deberá redefinirse: ¿espacio económico o verdaderamente ciudadano? En cualquier caso, también puede tener un impacto en nuestro modelo social y político, y en el papel de cada ciudadano. Ahora tenemos, más que nunca, la oportunidad de cuestionarnos sobre quiénes somos y qué tipo de sociedad queremos.
Las grandes preguntas y la Generación 2020/COVID
Cada sociedad es una red de interrelaciones extraordinariamente compleja. El siglo XXI se está caracterizando por una globalización prácticamente completa y por un acceso a la información casi sin restricciones, junto con la presencia de fake news y de influencers, que en muchas ocasiones se convierten en virales y sepultan las fuentes fidedignas bajo capas de trivialidades, mentiras y tergiversaciones.
Pero si se preguntase a la inmensa mayoría qué es lo que espera, su respuesta incluiría térmicos como “felicidad”, “libertad”, “bienestar”, “salud”, “seguridad”. Posiblemente la prioridad dependería del momento en el que se formulase la cuestión. El virus SARS-CoV-2 seguramente está contribuyendo a alterar ese orden. En nuestras manos está articular una respuesta adecuada.
La pandemia actual (y otras que pudieran golpearnos en el futuro) ya es una experiencia traumática para miles de millones de seres humanos. Junto con las dos guerras mundiales es posiblemente el evento que más haya marcado a una población global. En este caso, combatimos no contra nosotros mismos, sino contra un enemigo invisible. Todos vamos a pagar un alto precio, económico pero sobre todo humano. Es por tanto una experiencia que nos une a todos.
Para la población más joven las consecuencias pueden ser aún más significativas. De hecho, al igual que la pérdida de Cuba, Filipinas y Puerto Rico marcó a la sociedad española e impulsó a la Generación del 98, la actual crisis pudiera propiciar la aparición de la Generación 2020 o Generación COVID: los adolescentes y postadolescentes actuales que encuentren en este trance, junto con el cambio climático, su leitmotiv. Eventualmente reclamarán respuestas y responsabilidades.
¿Una nueva ciudadanía, un nuevo liderazgo social?
La crisis económica de 2008 indujo la aparición de varios movimientos ciudadanos tales como el 15 M en España u Occupy Wall Street en Estados Unidos. Más recientemente han surgido o se han visto reforzados grupos populistas o extremistas en muchas partes del mundo.
La pandemia COVID-19 posiblemente tendrá consecuencias análogas, tanto por su dimensión social como por la más que posible gran crisis económica. Pero además producirá un cuestionamiento de los actuales líderes políticos en todo el mundo. Estamos, pues, en un punto de inflexión y la balanza se puede decantar hacia cualquier lado. A nosotros nos corresponde proporcionar el empuje adecuado.
Los problemas de una sociedad moderna no se encuentran ni en la política ni en la clase política, sino en su manera de llevarla a cabo y en el número y rol de agentes que participan en ella.
La crisis del coronavirus también entrañará una pérdida de confianza, añadida a la anterior en los responsables de los distintos gobiernos. ¿Implicará por tanto un cambio de unos por otros, independientemente de su signo?
No debiera ser así. Estamos ante un cambio de paradigma social, tenemos ante nosotros la posibilidad de protagonizar una revolución pacífica, civilizada, que debiera empezar en la educación, algo que los ilustrados ya sabían en el siglo XVIII. Una formación para la ciudadanía, no para preparar elementos de la fuerza laboral. Un movimiento en el que los científicos e intelectuales, junto con otros líderes sociales, cobren verdadero protagonismo. Una corriente articulada por la racionalidad, pero que no olvide las necesidades de cada uno de sus miembros, construida sobre un conocimiento verdaderamente holístico, no sobre tecnicismos de hiperespecialistas, por muy necesarios que sean. Tenemos, pues, la oportunidad de crear un mejor mundo, un mundo racional, un mundo para las personas.
La versión original de este artículo ha sido publicada en la Revista Telos, de Fundación Telefónica.
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