lunes, 5 de mayo de 2014

QUIÉN FUE ELLACURÍA

1. Su formación, sus maestros

De la biografía de Ellacuría sólo vamos a extraer algunas claves que ayuden al lector a seguir nuestra reflexión posterior. Ellacuría nació en 1930 en Portugalete, cerca de Bilbao, en el seno de una familia en la que la disciplinada autoridad paterna marcaba las pautas de la educación de los cinco hijos, todos varones. Según recuerda el mayor, José, también jesuita, los cinco hermanos recibieron de su padre, oftalmólogo, una educación severa y noble, poco dada a la expresión de los sentimientos. Esto explica en parte algún rasgo del carácter de Ignacio, el cuarto de los cinco hermanos, poco dado a sentimentalismos.
Ellacuría era agudo en los análisis, juguetón con los conceptos, irónico y mordaz en las críticas, buen amigo, temible enemigo, coherente en lo práctico con sus principios teóricos, seguro de sí mismo, admirador de los grandes maestros, defensor de los débiles, sarcástico con los tibios, buen jugador de fútbol y seguidor incondicional del Athletic de Bilbao. La personalidad de este jesuita vasco no resultaba fácil para algunos de sus compañeros, incluido alguno de los que murió con él sobre la hierba húmeda de aquel jardín nocturno. Todos los que le conocieron coinciden en que era un hombre sorprendente por su inteligencia, por su capacidad de entrega en favor de los más débiles y por su tenacidad.
Tras estudiar en el colegio de los jesuitas de Tudela (Navarra), entró en el Noviciado de la Compañía de Jesús a los 17 años, y un año después ya estaba en el nuevo Noviciado de San Salvador, en Santa Tecla. Cursó estudios de Humanidades y Filosofía en Quito (Ecuador) y de Teología en Innsbruck (Austria). Hizo su Doctorado de Filosofía en Madrid bajo la dirección de Xavier Zubiri, precisamente acerca del pensamiento de este gran filósofo vasco, con quien colaboraría estrechamente hasta su muerte, en 1983. En 1967 regresó a El Salvador, donde se puso a trabajar con su intensidad característica en la Universidad de los jesuitas, hasta que la muerte le salió al encuentro, en 1989. Combinó su dedicación a la UCA, en El Salvador, con su colaboración junto a Zubiri, en España, a quien ayudó a publicar todos sus escritos desde finales de los 60. Dirigió también las publicaciones post mortem del filósofo vasco, en el marco de la Fundación Xavier Zubiri, presidida por él.
En El Salvador se encontró con una situación política y una estructura socioeconómica extremadamente violentas. En algún momento no fácil de determinar, probablemente tras la II Asamblea de Obispos Latinoamericanos (Medellín, 1968) decidió entregar su vida al servicio de la mejora de esa situación política, y lo hizo desde lo que él era: un religioso jesuita y un intelectual universitario. Nunca se salió de estos parámetros, pero, eso sí, los ensanchó hasta el horizonte.
No cabe duda de que las personas que ejercieron influencia en alguna etapa de la vida de Ellacuría fueron: su padre; su maestro de novicios, Miguel Elizondo; su profesor de Humanidades, Aurelio Espinosa Pólit; el poeta Ángel Martínez Baigorri, jesuita navarro, afincado en Nicaragua, al que Ellacuría calificó de "poeta esencial"; uno de sus profesores de teología en Innsbruck, el gran Karl Rahner; su maestro en filosofía, Xavier Zubiri; su General en la Compañía de Jesús desde 1965 hasta 1983, Pedro Arrupe; y su Arzobispo en San Salvador desde 1977 hasta 1980, Óscar Arnulfo Romero, considerado por Ellacuría como un profeta de nuestro tiempo.
Si hubiera que quedarse sólo con dos nombres, sin duda serían los de Zubiri (como maestro) y Óscar Romero (como testigo). Aunque es innegable que la sombra de Rahner fue alargada: Ellacuría desarrolló su teología en el interior de la matriz del profesor alemán; la praxis histórica y biográfica de Ellacuría constituyó una tierra fecunda donde la teología inspirada en Rahner pudo dar nuevos frutos, desconocidos en los silenciosos pasillos del teologado de Innsbruck. El propio Rahner lo reconocería en su último escrito, su canto del cisne, una apología de Gustavo Gutiérrez y de la Teología de la Liberación.

2. Todo él, filósofo

Ellacuría parece retomar la concepción de filosofar de algunos griegos de la Antigüedad. Filósofo es aquel hombre (varón o mujer) que busca la verdad; aquel que critica las falsas ideologizaciones que ocultan la verdad tras una idea interesada; aquel que, ayudado por la reflexión, se libera de los engaños que le oprimen. El filósofo critica, fundamenta y crea.
a) El filósofo como crítico
A través de la crítica, el filósofo desenmascara la "ideología dominante", tal como Ellacuría escribe en su importante artículo "Función liberadora de la filosofía", publicado por primera vez en 1985. Ellacuría no se opone a la existencia de ideologías, que para él son necesarias en cuanto estructuradoras de la reflexión humana y de propuestas políticas, sino que se opone a las "ideologizaciones", esto es, a las "visiones de la realidad, que lejos de manifestarla, la esconden y deforman con apariencia de verdad, en razón de intereses que resultan de la conformación de clases o grupos sociales y/o étnicos, políticos, religiosos, etc."3A Ellacuría le gustaba recordar que los grandes filósofos han sido siempre "grandes inconformes con el pensamiento recibido y que su talante es esencialmente crítico, capaz de distinguir la verdad de las apariencias".
b) El filósofo como fundamentador
Hemos dicho que el filósofo no sólo critica, sino que también fundamenta. A través de la fundamentación, el filósofo procura asentar los pilares que sostengan una reflexión liberadora en busca de la verdad. No se trata de perseguir la verdad de cualquier manera, sino de modo adecuado, fundamentado.
c) El filósofo como creador
Y el filósofo, además de criticar y de fundamentar, crea. A través de la creación, la filosofía intenta "iluminar, interpretar y transformar la realidad". Todo un proyecto de vida.
Ellacuría puso toda su persona en el filosofar, pues para él la filosofía no le alejaba de la realidad (como tantas veces hemos tenido que oír de personas que detestan la filosofía o que simplemente no la comprenden), sino que, muy al contrario, le llevaba radicalmente hacia ella. Para Ellacuría, la filosofía, más que una simple actividad profesional, era un modo de vida. Todo él era filósofo. Ellacuría solía utilizar la idea de "función liberadora de la filosofía", que no es exactamente lo mismo que una posible "filosofía de la liberación". Toda filosofía seria, honesta, radical, acaba siendo liberadora para el sujeto que la elabora, ya sea un individuo, ya sea una colectividad.
No es casualidad que a Ellacuría le entusiasmara la filosofía de Xavier Zubiri, centrada en el análisis de la realidad en cuanto realidad y en el análisis de la "inteligencia sentiente", esto es, la inteligencia humana, la única capaz de percibir la realidad en cuanto realidad. Cuando el hombre acoge las cosas que se le presentan y cuando se acoge a sí mismo, lo hace inteligentemente y sentientemente: entiende sentientemente y siente inteligentemente. No hay división entre mente y sensibilidad, sino unidad. Zubiri dedicó los años 1944-62 al análisis de la estructura de la realidad, fruto de lo cual fue su obra Sobre la esencia (1962), y dedicó los últimos veinte años de su vida (1962-83) al análisis de la inteligencia sentiente, cosa que daría lugar a su magna trilogía Inteligencia sentiente: 1/ Inteligencia sentiente. Inteligencia y realidad (1980), 2/Inteligencia y logos (1982), y 3/ Inteligencia y razón (1983). Las principales intuiciones de su pensamiento filosófico ya se encontraban germinalmente en su obra Naturaleza, historia, Dios, de 1944, con la que concluyó su etapa de búsqueda del objeto de la filosofía: ¿de qué se ocupa la filosofía? Ya lo hemos dicho: de la realidad en cuanto realidad y de la inteligencia sentiente, ambas esencialmente abiertas, con lo que una reflexión acerca de lo trascendente no queda descartada, aunque tampoco dogmáticamente afirmada.

3. Filosofía de la realidad histórica, pasión por la historia

Ellacuría siguió las huellas de su maestro y, además de muchos artículos, escribió un libro importante, que no llegó a ver publicado en vida, Filosofía de la realidad histórica, obra que vio la luz en 1990. En él Ellacuría presenta la realidad histórica como aquel grado de realidad que comprende todos los demás: en la realidad histórica está presente la realidad física (el movimiento de nuestro planeta, los cambios de clima, los límites físicos del hombre), la realidad orgánica (plantas, frutos, cultivos, las necesidades del hombre en cuanto organismo vivo), la realidad animal (el hombre es un animal, aunque distinto a los demás animales), la realidad humana en sus niveles personal, psicológico, familiar, grupal, social y político-económico. Ningún nivel de realidad comprende a los posteriores (por ejemplo, en los vegetales no hay nada de animalidad o de humanidad), y en cada nivel están los anteriores (por ejemplo, en lo animal está lo físico y lo orgánico).
De ahí se sigue, en Ellacuría, una pasión por la historia, pues en ella queda abarcado todo lo real. Una pasión por interpretar la historia y por influir en ella. Sí, influir: porque la historia no es una película que nos llega gracias a una distribuidora de cine y que vemos pasivamente sin poder influir en su argumento o en su final. La historia es nuestra realidad misma en su dinamicidad, una realidad esencialmente abierta, por hacer. Cuando vemos un partido de fútbol por televisión y el locutor dice: "este es un partido muy abierto", significa que todo es posible, que cualquiera de los dos equipos puede ganar, porque ambos están haciendo méritos para ello. Pues la historia es lo más abierto que conocemos. Está por hacer, se está haciendo, ya ha empezado a hacerse.
Ellacuría dedica su vida y su pensamiento –unidos: vida y pensamiento– a interpretar los signos que nos permiten entender lo que ocurre, y a influir en los acontecimientos para hacer que la historia vaya, no hacia una catástrofe, sino hacia una "utopía" –en términos civiles–, hacia el Reino de Dios –en términos teológicos–.
La filosofía habitó la totalidad del espíritu de Ellacuría. Hoy, cuando entramos en el décimo aniversario de su muerte, nos conviene recordar este su modo de filosofar a los que, de un modo u otro, vivimos la filosofía y la enseñamos: que busquemos la verdad –una verdad no estática, sino esencialmente dinámica–, que enseñemos lo que encontramos, y que practiquemos lo que enseñamos. Que pongamos todo nuestro ser hombre en el filosofar, y que nuestro filosofar sea liberador. Si no lo es, ¿será filosofía?

4. Hombre de paz en medio de la violencia

¡Cuántas veces tuvo que escuchar Ellacuría la crítica de que él promovía la violencia! ¿Por qué la promovía, supuestamente? Decían que porque defendía a los guerrilleros revolucionarios. Pero las cosas fueron más complicadas y muy distintas a esta crítica falaz, manipuladora de lo acontecido.
Ellacuría dedicó su vida a promover la paz justa en un medio de violencia. En los años 70 se encontró con un país en ebullición, con asesinatos de gente indefensa organizados por los paramilitares, con movimientos sindicales que protestaban porque la reforma agraria no acababa de llegar, con una pobreza creciente. El Salvador es un pequeño país con una estructura típicamente poscolonial: gran parte de la tierra está en manos de pocas familias, que ni la trabajan ni permiten que otros lo hagan. Los cultivos existentes son típicamente coloniales, o sea, no orientados a las necesidades de los habitantes del país, sino al comercio exterior. Durante los años 60 y 70 se cultivaba sobre todo café y algodón. Se trataba de un tipo de cultivo y de comercio que escapaba a las manos del agricultor, sometido a los vaivenes de un mercado internacional en el que él no podía influir. Para poder cultivar, los que tenían la "dicha de hacerlo", necesitaban un capital inicial importante. Como no lo poseían, vendían la futura cosecha a alguna familia rica o a alguna empresa a mitad del precio que tendría en el mercado. Los ricos se enriquecían, mientras que los pobres se empobrecían. Un desastre económico y social. Así estaba el país en aquellos años.

a) La violencia estructural como violencia radical
Ellacuría solía decir que un sistema injusto, que impida a los hombres vivir humanamente, es un sistema radicalmente violento. El sistema mismo es violento porque destruye la vida. Esta es la "violencia radical", o dicho de un modo más simple, la "violencia primera". Así lo escribía en 1986: "La violencia originaria es la injusticia estructural, la cual mantiene violentamente –a través de estructuras económicas, sociales, políticas y culturales– a la mayor parte de la población en situación de permanente violación de sus derechos humanos" . Esta idea no es originaria de Ellacuría, aunque él la desarrollara atinadamente en sus escritos, sino que aparece ya en los documentos de la Conferencia de Obispos Latinoamericanos de Medellín, en 1968, donde se califica de "violencia institucionalizada" a las situaciones de injusticia estructural que impiden al hombre vivir dignamente. Y en el Documento Básico de Trabajo de esta misma conferencia, tras una enumeración de injusticias habidas en América Latina, se dice que "las situaciones antes mencionadas ya son violentas, pues contradicen la dignidad humana y oprimen la libertad".

b) La violencia revolucionaria como violencia derivada
La violencia revolucionaria es, para Ellacuría y para los obispos reunidos en Medellín, una "violencia derivada" de la violencia radical", una "violencia segunda", consecuencia de la primera, que es la estructural: "a esta violencia [estructural, radical, primera], una vez cerrados los demás caminos, responde el pueblo organizado, el cual toma las armas y empuña la revolución para superar la injusticia estructural que lo oprime y la violencia que lo domin".
Ellacuría no defiende esta violencia revolucionaria, pero afirma que sólo puede ser analizada y juzgada si antes se analiza y juzga la violencia radical, causa de la siguiente. Y si algo molestaba a Ellacuría, y despertaba su ingenio dialéctico, era que algunas de las voces que consideraban inaceptable la violencia revolucionaria de las guerrillas justificaran sin dificultad la existencia de la violencia institucional, aludiendo al "siempre ha sido así", al "es inevitable", o al "así es la realidad". Pero la realidad no sólo es lo que hay, sino también lo que queremos que haya, lo que en el fondo estamos llamados a ser.

c) La violencia represiva como respuesta a la violencia revolucionaria y a cualquier conato de protesta
Aún hay una tercera violencia. El sistema establecido no puede soportar que haya voces que lo pongan en cuestión y acalla con las armas a los que lo critican. Es esta violencia la que mató a Ellacuría y a sus compañeros en 1989, después de años de amenazas y atentados. Así describía Ellacuría esta tercera violencia, denominada "violencia represiva": "a su vez, esta violencia revolucionaria tiende a ser contrarrestada por la violencia represiva del Estado y aun de las clases dominantes, no sólo legalmente, sino con prácticas estrictamente terroristas" .
Esta tercera violencia no reprime solamente la violencia segunda –la revolucionaria–, sino también la protesta pacífica, pues no admite que la verdad salga a la luz, que se diga lo que está ocurriendo en "la realidad". La violencia tercera o represiva trata de ocultar la verdad y la realidad. Ellacuría y sus compañeros no murieron por ser revolucionarios, sino por querer desvelar la verdad y dar a conocer la realidad de lo acontecido en El Salvador y en América Latina en general. A Ellacuría le molestaba también que los que criticaban sin miramientos toda violencia revolucionaria, por el mero hecho de ser violenta, aceptaran en cambio acríticamente esta tercera violencia, aduciendo razones tan vagas como las de "orden social", "seguridad nacional", o "es el único lenguaje que entienden los subversivos".

5. Nuestra cultura de la violencia

Retomemos esta última frase, justificadora de la violencia represiva: "la violencia es el único lenguaje que entienden los subversivos". Debemos recordar que en la televisión tenemos a diario esta pobre manera de argumentar. Cualquier película de acción –generalmente norteamericana– que podamos ver por la noche en nuestros televisores abusa de este esquema falaz: el grupo de personajes se divide desde el principio en "buenos" y "malos", tan violentos los unos como los otros; para justificar la violencia de los "buenos" se presenta la violencia de los "malos" como extremadamente despiadada, y ante el rechazo de éstos a desistir de la violencia con peticiones pacíficas, se utiliza con ellos la violencia, eso sí, con algún toque humanitario para que el baboso espectador no dude en ningún momento de "con quién tiene que ir".
Afortunadamente, otras buenas películas nos muestran que el mundo no se divide en buenos y malos, sino que el hombre es un ser complejo que experimenta cómo el bien y el mal combaten en el campo de su libertad, y en el que las contradicciones son internas a cada individuo y a cada colectivo humano.
Ellacuría nunca habló de "buenos y malos", ni siquiera tras las masacres del río Sumpul o del río Lempa, en las que los ejércitos salvadoreño y hondureño dispararon sobre la multitud desamparada que buscaba refugio. Ellacuría hablaba de una estructura que es en sí violenta, que es consecuencia del pecado humano y que engendra pecado.
Desgraciadamente, hoy sigue existiendo la violencia en todos los continentes. Quizás sea interesante retomar el esquema analítico de Ellacuría (recordémoslo: 1/ violencia estructural, 2/ violencia revolucionaria, 3/ violencia represiva) y adaptarlo a nuevas situaciones, distintas de la que él vivió, como por ejemplo:

1. Dura condición del inmigrante magrebí, africano, asiático y de la Europa del Este en Europa Occidental; 2. delincuencia de algunos de estos inmigrantes; 3. cárceles europeas pobladas de extranjeros.
O bien: 1. escaso papel del joven en la sociedad; 2. droga y delincuencia de jóvenes, "skin heads"; 3. rechazo social de estos jóvenes tan violentos.

A este esquema ellacuriano convendría añadir algo sumamente complejo: la "cultura de la violencia que abunda en nuestros días". A ella hemos querido aludir al hablar de las películas de acción, de factoría norteamericana. El cine nos bombardea, no sólo con la violencia, sino con una especie de "estética de la violencia": explosiones extraordinarias, persecuciones alucinantes de coches, destrozos morbosamente bellos. De esta manera, mientras nuestro consciente repite torpemente: "la violencia es algo malo", nuestro subconsciente va susurrando de manera penetrante: "déjate de cuentos, la violencia es algo fascinante". ¿Por qué, si no, hay multitudes de diferentes edades y niveles sociales que hacen largas colas para ver en los cines películas "de acción", o menos eufemísticamente, películas "de extrema violencia"?

No es improbable que Ellacuría, en la década de los 90, hubiera abordado el tema de la "cultura de la violencia", así como el tema de las "nuevas formas de imperialismo" (por ejemplo, el imperialismo cultural), mucho más seductoras que los apoyos logísticos norteamericanos a dictadores militares con gorras de cómic, o que las ayudas francesas a grotescos dictadores africanos. Cultura de la violencia e imperialismo cultural: dos caminos de reflexión donde queda todavía mucho por explorar.

José Sols 
 http://www.fespinal.com

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