Nació en 1902, en el Barbastro provinciano de la España de comienzos de siglo. Su padre, José Escrivá, era en aquel año (1902) un joven comerciante de tejidos de treinta y cuatro años procedente de Fonz, de una familia originaria de Balaguer. Además de vender tejidos, tal como hacían otros comerciantes de la ciudad, había instalado una pequeña fábrica de chocolate en el sótano de su tienda. El negocio era próspero y de vida tranquila. Tenía dos hijos: Carmen y Josemaría.
Dos años más tarde Josemaria cayó gravemente enfermo. Los doctores Ignacio Camps y Santiago Gómez Lafarga lucharon inútilmente por su vida; pero llegó un momento en que no pudieron hacer más, éstos dijeron a José Escrivá que de aquella noche no pasaba, aquella noche contempló a su hijo en la cama morigundo, lleno de sudor por la fiebre; José recordaba todas sus vivencias durante su corta existencia. Había venido al mundo dos años antes, el 9 de enero de 1902, pocos días después de la fiesta de Reyes. Lo habían bautizado cuatro días más tarde, el día 13 de enero, en la catedral de Barbastro. Le pusieron cuatro nombres: José (como su padre y abuelo) María (en honor a la Virgen) Julián (que era el santo del día) y Mariano (porquw así se llamaba el padrino).Pocos meses después aún no había muerto y la larga espera se alargaba pero en la fiesta de San Jorge los médicos confirmaron que de ahí no pasaba. Su madre, Dolores de Abás (de 24 años de edad), no perdía la esperanza; seguía pidiéndole a Dios que lo curase. Le había prometido a la Virgen que silo sanaba lo llevaría ella misma en brazos hasta la ermita de la Virgen de Torreciudad, a la que se le tenía gran devoción en toda la comarca.
Empezó a anochecer. Don José y Doña Dolores se sentaron junto a la cama de su hijo esperando el milagro. Al día siguiente, a primera hora, llegó el Doctor Camps a casa de los Escrivá para preguntar a que hora murió pero ellos respondieron que no solo no había muerto sino que estaba perfectamente.
Doña Dolores cumplió su promesa y poco tiempo después file a darle gracias a la Virgen, durante el viaje pasó mucho miedo, porque para llegar a la vieja ermita tuvieron que pasar por barrancos... que empinaban peligrosamente hacia abajo, pero llegaron sanos.
Fueron pasando los años y Josemaría file creciendo sano y, como otro cualquier niño tenía rabietas, jugaba, hacia gamberradas típicas de cualquier chiquillo de su edad... su madre siempre le decía "la vergúenza, solo para pecar", aquí se demuestra el ambiente proflindamente religioso de esta familia aragonesa en la que los hijos crecían fortalacidos por la fe y los sacramentos. A pasar los años Josemaría realizaría su primera confesión, su primer encuentro con el sacramento al que él llamaba el de la alegría.
Muy pronto, mientras el pequeño Josemaría comenzaba a saber las primeras letras en la escuela, Dios comenzó a darle las primeras leciones de dolor, en 1910 murió su hermana Rosario, la más pequeña, a los nueve años de edad; dos años más tarde falleció Lolita, a los cinco años; y al año siguiente Asunción, con ocho años de edad. Josemaría, al ver como iban muriendo sus hermanas de menor a mayor, comentaba con ingenuidad infantil:"el próximo año me toca a mi". Dejó de decirlo al ver que su madre se entristecía.
El 23 de abril de 1912, en la fiesta de San Jorge, como era costumbre en el Afto Aragón, recibió por primera vez al Señor -en edad más temprana de lo que se acostumbraba entonces- siguiendo las disposiciones del Papa Pío X (tenía entonces 10 años)Sus compañeros lo retrataban como un chico alegre, educado en una piedad proflinda, despierto y sencillo, trabajador y un buen estudiante. En Junio de 1914, según la gacetilla del Semanario Juventud, file uno de los alumnos con mejores calificaciones del segundo curso de bachillerato del Colegio de los Escolapios. En defmitiva era un chico normal que soñaba en pasar las vacaciones de invierno en Fonz, en casa de su abuela paterna, y se divertía en verano correteando entre los olivos y viñedos que descendían hasta el valle del Cinca. Cuando le preguntaban que quería ser de mayor el respondía: arquitecto. Verdaderamente, apuntaba cualidades para esa profesión pero Dios tenía otros planes.
Durante la Navidades de 1917 cayó una intensa nevada sobre Logroño, ciudad en la que los Escrivá desde hacía dos años vivían. Un día Escrivá salió a pasear y mientras caminaba por una calle algo le llamo la atención, eran las huellas en la nieve de un carmelita que caminaba descalzo por amor a Dios. Aquello file como una luz para él, pensó que si otros hacen tantos sacrificios por amor de Dios, porque él no iba a ser capaz de ofrecerle nada, entendió entonces que Dios le llamaba ya. Si, le llamaba, pero él no sabía ¿Dónde? ¿Para hacer qué?. Tenía solo quince años o dieciséis recién cumplidos. Sin embargo, no hizo esperar a Dios; no dio explicaciones a nadie dijo "me entregaré cuando lo vea claro". Mostró su corazón generoso y abierto a todo el mundo para ver más claro. Y decidió hacerse sacerdote. Se lo dijo a su padre, para éste file una prueba de confianza en Dios, en los años anteriores había visto morir, una tras otra, a sus tres hijas pequeñas; había sabido aceptar la quiebra del negocio familiar que le había obligado a trasladarse a Logroño, hacia ya dos años, con los dos hijos que le quedaban, Carmen y Josemaria. A los cuarenta y ocho años había tenido que partir de cero y no había soportado ninguna humillación, solo tenía en mente sacar a su familia adelante. Y ahora cuando se estaba estabilizando económicamente, cuando pensaba que su hijo le podría ayudar el día de mañana.. aquella noticia inesperada le conmovió. Pocos meses más tarde, en 1918, Josemaria comenzó sus estudios eclesiásticos como alumno externo del Seminario de aquella diócesis.
Dos años después, en 1920, se trasladó al seminario de Zaragoza. Al Rector del Seminario, don José López Sierra, le impresionaron su sencillez y su sonrisa amable y acogedora con todos. Aquel joven seminarista tenía mucha piedad y a la vez era alegre. Porque además tenía sentido del humor y serenidad, le gustaba pasar inadvertido. Muy pronto los Superiores se fijaron en él y le confiaron encargos de responsabilidad. En 1922, cuando tenía sólo veinte años, el Arzobispo de Zaragoza, Cardenal de Soldevila, le nombró Inspector del Seminario de San Francisco de Paula. Josemaría desempeñó este cargo con gran caridad hacia los seminaristas que le había confiado. El mismo Cardenal Soldevila le dio las órdenes menores.
Durante aquellos años pasó muchas horas rezando ante el Señor Sacramentado. Zaragoza le evocaría siempre aquellas largas horas de oración, aquellas visftas diarias a la Virgen del Pilar y aquellas noches en vela junto al Sagrario, en la iglesia del Seminario. Años más tarde visitó de nuevo aquel lugar y siempre su tema de conversación era el mismo: cumplir la voluntad de Dios y siempre le decía: "Que sea eso que Tú quieres, y que yo ignoro"
El 27 de noviembre de 1924 don José Escrivá se levantó, desayunó, se detuvo a rezar ante la Virgen de la Milagrosa que tenía aquellos días en casa, y se dispuso a salir para el trabajo. Se entretuvo un momento ajugar con Santiago, su hijo pequeño, y se dirigió hacia la puerta. Segundos después cayó desplomado en el suelo, durante las horas siguientes hicieron lo posible para reanimarlo pero todo file imposible, murió a los 57 años. Dios se llevó a su lado a José Escrivá antes de que pudiera ver a su hijo ordenado sacerdote. A partir de entonces Josemaría se dedicó más profilndamente a la religión. Fue a Madrid y finalmente Dios le hizo ver su voluntad, al fin, que venía pidiéndole hacía años. Todo sucedió de una forma sencilla y inesperada. Aquella mañana del 2 de octubre de 1928, mientras participaba en unos ejercicios espirituales en la Casa Central de los Paúles de Madrid y se encontraba en su habitación, releyendo las notas en las que había recogido las enseñanzas que había recibido de Dios en los úftimos diez años, vio la misión que el Señor le encomendaba: abrir en el mundo un camino de santificación en el trabajo profesional y en los deberes ordinarios. Desde aquel 2 de octubre supo que aquella era la tarea a las que debía de dedicar su vida entera: eso era lo que venía rezando desde su adolescencia, lo había visto, ver era el verbo que empleó siempre para designar este momento decisivo-mientras replicaban las campanas de la vecina iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles. Aquel voftear jubiloso nunca se le apagaría de sus oídos (así recuerda él cuando por fin vio la luz que tanto deseaba ver, con sonidos de campana).Esta idea la transformó en una congregación religiosa, la cual no tenía nombre pero al necesitar uno para poder estar registrada le puso Opus Dei, su actividad principal consiste en dar a sus miembros, y a las personas que lo deseen, los medios espirftuales necesarios para vivir como buenos cristianos en medio del mundo. Les hace conocer las doctrinas de Cristo, las enseñanzas de la Iglesia; les proporciona un espfritu que mueve a trabajar bien por amor de Dios y en servicio de todos los hombres. Se trata, en una palabra, de comportarse como cristianos: conviviendo con todos, respetando la legítima libertad de todos y haciendo que este mundo nuestro sea más justo, en definitiva el trabajo es un camino de sacrificio a través del cual puedes llegar a ser santo (libre de pecado).
Esta congregación, sus primeros años era destinada solo a los hombres pero después al ver que las mujeres también tenían derecho, como personas que son, decidieron incluirlas, primero las personas que formaban parte de ella eran allegados de Escrivá y de algún modo no era legal por ello esta orden religiosa tenia que pasar por la aprobación del Papa, así que se dirigió a Roma a arreglar todos los papeles... finalmente después de pasar por diversas aprobaciones (de fines, solución jurídica...) consiguió la aprobación final de Roma el 16 de junio de 1950 por el Papa Pío XII, después de ello trasladó todo su consejo general a la sede levantada en la Ciudad Eterna (Roma) y también se trasladó a vivir aquí, murió en esta ciudad en 1975 a los 73 años, su cuerpo reposa en la cripta del Oratorio de Santa Maria de la Paz (Roma). Fue Beatificado por el Papa Juan Pablo II el 17 de mayo de 1992 en la Plaza San Pedro (Vaticano, Italia). Lo úftimo a destacar sobre esta persona y su congregación religiosa es que se ha extendido por todo el mundo.
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