En nuestra sociedad, un gran número de personas tiene, por sus características físicas, psíquicas o sociales, dificultades para desenvolverse con normalidad. Sus circunstancias cotidianas han empeorado durante la pandemia. Especialmente, porque se ha producido un retroceso respecto al entendimiento hacia las personas con problemas de salud mental. Se han vuelto a producir situaciones de deshumanización, desinformación y maltrato, basadas en prejuicios y estereotipos que ya se consideraban superados.
Es necesario que se produzca un cambio social respecto a las personas que sufren enfermedades mentales. Para ello, es prioritario activar procesos preventivos y de sensibilización socioeducativa. ¿Qué papel, por lo tanto, puede jugar la educación social en la creación de una nueva construcción social respecto a la salud mental?
La educación social
Como bien es sabido, los seres humanos vivimos en sociedad y nos realizamos en comunidades concretas. Esto nos obliga a ajustarnos a las exigencias de nuestras circunstancias sociales, a estar, de algún modo, al servicio de los demás, a respetarlos y ayudarlos; así como a integrarnos en la sociedad en la que vivimos mediante una participación responsable. Las personas nos movemos en diferentes ámbitos sociales (político, económico, cultural, laboral, etc.) donde se fijan las reglas de convivencia en comunidad, como los principios de igualdad, y los derechos.
La educación, en general, supone un medio de aprendizaje cultural por medio de procesos de socialización. La educación social, por su parte, cumple una función esencial de mediación entre los colectivos más vulnerables y las instituciones. Este tipo de educación está fuertemente comprometida con la reducción de injusticias y con la transformación social. En este sentido, hace particular hincapié en reivindicar los derechos fundamentales de las personas con enfermedad mental con el objetivo de incrementar su calidad de vida.
Valores y capacidad
De lo que se trata, en definitiva, es de entender a las personas que sufren una enfermedad mental, no como individuos “que no valen para…”, sino como personas que sufren una determinada enfermedad, y a las que, no por eso se las puede desposeer de sus vidas.
La educación social, en este sentido, ha de alejarse de un modelo que valora a las personas por lo que son capaces de hacer o por lo que tienen. El trabajo educativo en el campo de la salud mental precisa, indudablemente, de un enfoque a largo plazo.
Acabemos con el adiestramiento
Todavía en el siglo XXI se mantienen acciones educativas para este colectivo basadas bien en el autoritarismo (a las personas con enfermedad mental hay que decirles lo que tienen que hacer) bien en un “buenismo”, o paternalismo, mal entendido (es preciso hacer todo por las personas con enfermedad mental, porque ellos no son capaces).
En la mayoría de los casos, esto se traduce en la utilización de dos procesos educativos: adiestramiento y entrenamiento. Es decir, en la instauración de conductas más o menos automáticas basadas en la repetición y la fijación mecánica de procesos.
Estas acciones provienen de una visión paternalista de la educación. Actuar desde estos estilos educativos supone colocarse en posición de superioridad sobre el otro y no aportan ayuda a largo plazo.
Autonomía e integración
Por lo tanto, es más positivo adoptar procesos educativos sistemáticos y fundamentados, de soporte, mediación y transferencia. Favorecen específicamente el desarrollo de la sociabilidad del sujeto a lo largo de toda su vida, circunstancias y contextos. Procesos que promueven su autonomía, integración y participación crítica, constructiva y transformadora en su marco sociocultural.
En concreto, este movimiento educativo deberá centrarse en:
Individualizar la educación de modo que cada persona sea un agente activo en su propio proceso socializador;
Lograr que cada acción socioeducativa emprendida a nivel colectivo alcance a cada individuo particular;
Explicarle a la persona el sentido y la intención que hay detrás de cada acción instructiva, normativa o expresiva;
Incentivar el esfuerzo personal.
Educación y derechos humanos
Es una prioridad ineludible, desde el campo de la educación social en concreto y de la sociedad en general, instaurar como base inamovible el respecto a los derechos humanos y las libertades fundamentales en el campo de la salud mental.
Para ello debemos facilitar la participación activa de las personas que sufren estas enfermedades en la sociedad, como miembros de pleno derecho. Se trata, en definitiva, de situar de modo normalizado al individuo dentro de su contexto social para que desarrolle al máximo sus capacidades, mejore su calidad de vida y desarrolle el proyecto vital elegido. Y es que, si se hace bien, este proceso no generará únicamente un beneficio individual, sino que redundará en beneficio de toda la comunidad.
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