Mi hija quiere ser segundo violín. No primero ni solista, ella lo que quiere es tocar tranquila en un segundo plano, porque eso le hace feliz.
Pero el mundo está hecho para los que quieren ser famosos, para los que sueñan con ser los primeros.
En el colegio se premia a los que levantan la mano, los que exhiben sus logros y se sienten cómodos siendo el centro de atención.
En la universidad se premia a los que dan su opinión, a los que no se mueren de angustia ante la posibilidad de exponerse en público.
Y en lo que respecta al mercado laboral, se premia a los que alzan su voz por encima de los que hablan bajito, aunque aquellos no digan nada nuevo.
Para ese mundo, convertirse en segundo violín de una orquesta no es lo que una niña debería querer ser de mayor. Pero el problema no es de ella, sino de ese mundo.
Porque la maravilla de una sinfonía sólo es posible gracias a los que sueñan con ser segundos violines. Este mundo está mal y no lo sabe aún.
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