Tanto la reunión en Roma de los G–20 como la cumbre de Glasgow han protagonizado actitudes y pocas concreciones sobre el aumento de la temperatura media de cara a un futuro problemático y la repercusión alarmante que va teniendo el cambio climático sobre el marco natural y sobre las propias personas. La Iglesia, en la persona del papa Francisco, ha dicho que «la cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación» (Laudato si’ 111). Todo ello, no solos pensando en el momento presente, sino en el legado que estamos dejando a las futuras generaciones.
En este mismo documento de la encíclica Laudato si’ está la propuesta de un cambio estratégico que debemos llevar a cabo entre todos. Contempla la cultura ecológica con el deseo de que «debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático» (ibid.). En la crisis ecológica está una raíz humana, pero al mismo tiempo se dan unas consecuencias de desequilibrio que están llegando casi al límite. Una naturaleza que se ve debilitada y enfermiza por comportamientos irresponsables por la fuerza destructiva que tienen. Por eso, a pesar de la resistencia de los gobiernos, todo el mundo ve que debe actuarse con urgencia para prevenir males mayores.
Cuando la liturgia pone a nuestra consideración textos bíblicos que vaticinan «tiempos difíciles, como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora», a la vez dicen que «entonces se salvará tu pueblo» (cf. Dn 12,1–3). Por encima de los pronósticos catastrofistas, hay una palabra de esperanza que permanece constante e inalterable, incluso Jesús dice que «el cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán» (Mc 13,32). Nuestra existencia humana está estrechamente ligada a la naturaleza, por eso nuestro comportamiento tiene que ser exquisito por la repercusión social que tiene sobre el conjunto. No solo hay que luchar por evitar las desgracias naturales, sino prevenir y evitar su acción destructiva sobre las personas y los pueblos. He aquí la responsabilidad compartida por todos. Por ello, debemos hablar de una ecología integral que conecta con la esencia de lo que es humano.
Tenemos el ejemplo y la lección de Francisco de Asís, de quien el papa Francisco dice que «era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior» (Laudato si’ 10). Tratemos de vivirlo en unidad.
+ Sebastià Taltavull
Obispo de Mallorca
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