Todo se reduce a sembrar.
Guerra o paz.
Libertad o cadenas.
Comunión o soledad.
Sembramos, aun sin saberlo,
en miradas, silencios,
opiniones, gestos…
Plantamos,
a base de golpes o caricias,
semillas
que enraízan en otras tierras,
y se riegan
con el paso de los días,
con memoria
y nuevos encuentros.
Lo sembrado germina, crece,
se hace árbol, y sus frutos
alimentan las ansias
de otras gentes,
el hambre de otras bocas,
el latir de otros corazones.
Cada fruto es distinto.
Está el que aquieta
y el que fustiga.
Está el que sacia,
o el que vacía,
el que sosiega
y el que desquicia.
Pero todo empezó
con la pequeñez de la semilla
que un día sembramos,
aun sin saberlo.
José María Rodríguez Olaizola SJ
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