Este verano ha estado marcado en Francia por un agrio debate alrededor del llamado “burkini”, pieza de baño que tapa todo el cuerpo dejando la cara al descubierto y que utilizan algunas mujeres de confesión musulmana. La polémica, reproducida rápidamente en otros países, pone al descubierto la relación entre los discursos islamófobos y machistas.
Para situar el origen del debate, debemos retrotraernos a mediados de julio, cuando el ayuntamiento de Pennes-Mirabeau, cerca de Marsella, amenazó con prohibir un evento en un centro acuático privado en el que una asociación había programado una jornada reservada a mujeres y niños, precisando que se podía utilizar el “burkini” --pieza habitualmente no autorizada en dicho centro. La declaración del alcalde alegaba que bajo el actual contexto, después de los atentados de Niza y en una iglesia de Normadía, el ambiente no era propicio a tales manifestaciones y que éstas podían derivar en problemas de orden público.
No iba del todo desencaminado el alcalde, ya que a raíz de su demanda de anulación y la consiguiente mediatización del evento, las responsables de la asociación empezaron a recibir insultos y amenazas. Una de ellas fue destinataria de una carta con una bala. Estos hechos fueron denunciados ante la policía y la justicia por las propias víctimas. Ante todo el revuelo, el centro acuático decidió suspender la jornada antes de que el ayuntamiento cumpliera su aviso de pedir a la prefectura la prohibición del mismo.
Pocos días más tarde, fue el Ayuntamiento de Cannes el que promulgó un bando municipal prohibiendo el “burkini” en las playas de la ciudad, precisando que el incumplimiento de dicha prescripción sería multado con 38 euros. Pronto, otros ayuntamientos se sumaron a la iniciativa, promulgando bandos similares, y la polémica adquirió una dimensión nacional --internacional al cabo de unos días-- con la implicación de actores políticos, asociativos y mediáticos.
Los ayuntamientos que han tomado estas decisiones las han justificado con argumentos variados, principalmente por supuestas razones de “seguridad”, pero en muchos casos apelando también a “los derechos de la mujer”. En todos los debates sobre el islam en Europa y, particularmente en Francia, se arguye habitualmente la necesidad de “liberar” a la mujer musulmana, presentada siempre como un sujeto sumiso y víctima de su religión y de su cultura. La República estaría dotada así de una misión “emancipadora”.
Es así como en el país galo se han justificado las disposiciones que prohíben, por ejemplo, el velo en la escuela o, ahora, el “burkini”. El discurso que subyace bajo estas medidas presenta estas prendas únicamente como símbolos de la opresión, con lo que las mujeres que las llevan no lo harían de forma libre, hecho que justificaría su prohibición.
Varias voces señalan, sin embargo, que la prohibición de determinadas prendas opera bajo una lógica sexista, ya que el Estado se atribuye la potestad de legislar sobre el cuerpo de la mujer y sobre su vestimenta. Denuncian así que dichas prohibiciones operan desde la misma lógica que dicen combatir.
Considerar que todas las mujeres que se cubren lo hacen bajo la imposición de sus maridos o familiares es una concepción fuertemente reductora, fundamentada en una visión postcolonial que siempre ha presentado a la mujer árabe y musulmana de forma estereotipada, como un objeto exótico y sumiso, sin capacidad de decisión propia, lo que justificaría a su vez que “para liberarla” tomemos nosotros --el Estado-- las decisiones por ellas.
Esta visión --reforzada por el hecho de que, efectivamente, en algunos países musulmanes como Irán y Arabia Saudí, el velo es una imposición legal-- ignora las diferentes realidades ligadas al islam, presentándolo de forma homogénea y monolítica. De esta forma, se pretende explicar la visibilidad religiosa de las mujeres musulmanas europeas a partir de contextos diferentes y distantes.
Pero esta concepción puede chocar con la realidad y las vivencias de las propias mujeres musulmanas en Europa. En efecto, tal como muestran algunos estudios e investigaciones,muchas de éstas presentan el velo como una elección personal. La mayoría son chicas y mujeres nacidas en territorio europeo y con la nacionalidad francesa. En muchos casos, la decisión de ponerse el velo no ha contado con el apoyo entusiasta de sus progenitores, tenantes de una religiosidad más discreta en un contexto de mayoría no musulmana.
Por otra parte, juzgar el grado de “emancipación” de estas chicas y mujeres a partir de una prenda de ropa puede resultar, de igual manera, profundamente reductor. Todas ellas han pasado por el sistema educativo obligatorio y muchas de ellas cuentan con estudios superiores y tienen sus propios proyectos autónomos vitales y profesionales.
La islamofobia, entendida como la alterización y el rechazo de las personas a partir de su pertenencia, real o supuesta, a la religión musulmana, bebe justamente de estas visiones estigmatizadas, producto del pasado histórico --cruzadas, colonización-- y de una actualidad construida únicamente a partir de cuestiones conflictivas con el supuesto “mundo musulmán” -guerras y conflictos en Oriente Próximo, terrorismo, migraciones etc.
El fenómeno de discriminación hacia los musulmanes y las distintas formas de manifestación pública de su religión se cierne especialmente sobre las mujeres. Así, se adoptan disposiciones que tienen como objetivo limitar o prohibir ciertos elementos ligados a las mismas : el velo en determinados espacios públicos, el velo integral o, recientemente, el “burkini”. Curiosamente, la visibilidad de la religión por parte de los hombres musulmanes --barbas, djelabas-- no constituye nunca el objeto de estas políticas encaminadas supuestamente a garantizar “la neutralidad religiosa” del espacio público.
En este sentido, autores y militantes hablan de la existencia de una “islamofobia de género”. A. Hajjat y M. Mohammed, dos académicos franceses, consideran que el fenómeno islamófobo está “influenciado por las relaciones sociales de género”. Añaden asimismo que el objetivo de todas estas disposiciones sería conseguir la “disciplina del cuerpo (y del espíritu) de los (supuestos/as) musulmanes/as”.
Otro elemento relevante es que la mayoría de estos debates y disposiciones se adoptan por responsables políticos, curiosamente hombres en su mayoría, y partidos que se han caracterizado por oponerse siempre a la extensión de derechos para las mujeres --divorcio, aborto, paridad--. Sin embargo, no dudan en utilizar el argumento de la “igualdad” cuando hablan y adoptan medidas que tienen que ver con el islam.
De la misma forma, la voz de las mujeres musulmanas es ignorada en estos espacios políticos y mediáticos. Un ejemplo revelador es la llamada comisión Stasi, el grupo de expertos que, bajo el encargo del Presidente de la República (Jacques Chirac en la época), propuso la prohibición del velo en todos los niveles del sistema educativo obligatorio en Francia (años 2003-2004). A pesar de que dicha comisión realizó sus trabajos a partir de testimonios de actores supuestamente implicados en el “problema”, rechazó expresamente escuchar el testimonio de mujeres que llevaban velo, arguyendo que “su palabra no era libre”.
Más allá de las disposiciones legales que pueden limitar la expresión religiosa, el fenómeno islamófobo incluye agresiones verbales y físicas a las personas e instituciones musulmanas (o supuestamente musulmanas). Como toda forma de discriminación, la islamofobia es un fenómeno constituido a partir de distintos niveles --ideológicos, prejuicios y actitudes-- que se refuerzan mutuamente. Es así como las disposiciones legales “de excepción” sobre las personas musulmanas y la circulación masiva de discursos mediáticos negativos sobre las mismas condicionan la actitud que el resto de la sociedad puede desarrollar frente a ellas.
Tal como recogen la mayoría de instituciones y asociaciones que documentan y combaten la islamofobia, en contextos como el actual, los ataques contra personas e instituciones musulmanas se multiplican. La mayoría de las agresiones a individuos son contra mujeres, hecho que denota un doble componente sexista y corrobora la existencia de una “islamofobia de género”. El Colectivo Contra la Islamofobia en Francia (CCIF) constata, en su último informe, que más del 80% de las violencias y agresiones físicas contra musulmanes durante el año 2015, lo fueron contra mujeres. En mayo de 2016, la Red europea contra el racismo (ENAR, por sus siglas en inglés) presentó un informe a escala europea que mostraba el fuerte impacto de la islamofobia sobre las mujeres.
Todas estas cuestiones deberían hacernos reflexionar acerca de las consecuencias de las disposiciones que pretenden legislar sobre la vestimenta de las mujeres musulmanas bajo pretexto de liberarlas, ya que refuerzan las opiniones y las actitudes negativas hacia las mismas. Tal como se defiende desde el feminismo interseccional, es preciso incorporar y tener en cuenta todas las otras dimensiones --racismo, homofobia…-- que pueden acrecentar la discriminación y la alterización de las mujeres. Desafortunadamente, el debate sobre el “burkini” y el velo van en dirección contraria.
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Víctor Albert Blanco es politólogo. Realiza su tesis doctoral sobre “El Islam en el debate público” en la Universidad París 8, en Saint-Denis @victor_ab
AUTOR
Víctor Albert Blanco
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