De todos los muy numerosos aspectos que pueden elegirse para analizar la ideología islamista y su relación con las mujeres, el del invento del estúpidamente llamado burkini es el que me parece más banal y oportunista. Es oportunista porque muchos medios de comunicación se han aferrado a eso para crear una polémica sin mayor profundidad, igual que han hecho algunos políticos, como las autoridades locales de algún pueblo de Córcega.
Y parece como si detrás de esta idea de marketing barato para lectores de prensa sensacionalista, hubiera algo más que lo evidente: el burkini es una payasada; su uso es algo parecido a lo que pasaría si una pandilla de gamberros benignos decidiera bañarse en una playa de gran afluencia vestidos todos de piratas. Y a partir de esta banalidad, que no ha afectado prácticamente a ninguna playa que yo conozca, tenemos que discutir realidades mucho más serias que afectan a las mujeres, y a las árabes en particular. Lo otro, lo podríamos dejar para los Carnavales de Cádiz, donde seguramente encontrará alojamiento, y lleno de talento, el asunto.
Yo he conocido mujeres feministas radicales que han defendido el derecho de mujeres musulmanas a llevar el burka como una muestra de su libertad de elegir. La discusión no lleva muy lejos: si una mujer lleva burka o su estúpida versión playera, lo único que nos puede importar como ciudadanos es si lo hace porque quiere o porque la obligan. Y, si la obligan, tenemos que encontrar la manera de ayudarla de veras a tomar su opción libre.
Porque discutir sobre las que de verdad lo vayan a usar no tiene sentido, sobre todo porque no lo va a hacer casi ninguna mujer. En el sentido contrario, habría que plantearse si hay alguien legitimado para obligar a las mujeres a desnudarse en las playas. Todos recordamos los bañadores, con faldita, que llevaban nuestras madres, y algunas hermanas mayores, hace cuarenta o cincuenta años. Si alguna mujer volviera a ponerse algo así, lo más que pasaría es que se formarían corrillos de gente para reírse, pero nadie exigiría que la mujer fuera detenida y obligada a enseñar sus carnes al público en general.
Las mujeres sufren a diario muchas agresiones en cuanto cruzan el umbral de su casa para ir a trabajar o a estudiar. Yo pondría los medios necesarios para que los piropeadores inoportunos o los salvajes que hacen pública su frustración todos los días en nuestras calles, aprovechando el paso de una mujer, fueran reprimidos con multas y cursillos de convivencia. Eso es más urgente que pensar en el burkini.
JORGE M REVERTEpara elpais.es
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