Porque habla de la muerte. Y la muerte es el último tabú de nuestra cultura.
Ya no hay restricciones para hablar de sexo, drogas ni otros placeres ocultos. Pero la muerte sigue siendo ese tema inapropiado que jamás deberás sacar en una cena si quieres que te inviten de nuevo.
«Oye, ese amigo tuyo de anoche… Qué tío más macabro. No hacía mas que hablar de sus amigos muertos».
Vivimos en un momento en el que la expresión de la muerte se ha reprimido casi por completo. Eso se ve, por ejemplo, en los nuevos ritos. En el pasado, los funerales resaltaban la presencia del cadáver como un gesto de reconocimiento hacia el mismo.
Ahora, en cambio, parece que molesta. Los tanatorios están diseñados para ocultar con disimulo el «cuerpo presente» y los crematorios, para minimizar el espectáculo de su incineración. El trabajo de las funerarias actuales parece consistir, sobre todo, en «quitarte el muerto de encima».
Y la razón es solo una: porque en realidad sí que molesta. Con el paso de los siglos nos hemos ido alejando de la naturaleza apoyándonos en la ficción de que nosotros no formamos parte de ella. Y no queremos que la muerte nos devuelva de golpe a la realidad.
El cambio de nuestra relación con los objetos cotidianos ha jugado un papel importante en esta transformación. En el pasado, tras la muerte del carpintero, sus hijos heredaban las herramientas para ganarse la vida. Y lo mismo sucedía con el carro, la máquina de coser o los utensilios de cocina. Los objetos nos trascendían, recordándonos de esta manera la precariedad de nuestra existencia.
Pero con la llegada de la sociedad de consumo empezamos a durar más que los objetos (¿cuántos iPhone llevas ya?) creando así la ficción de que la obsolescencia es algo que le sucede a nuestro entorno, pero no a nosotros.
Ficción que nos está llevando al paroxismo con toda la reciente literatura pseudocientífica que nos anuncia los años que faltan para que nuestra especie alcance la inmortalidad.
Una inmortalidad que si bien es cierto que comenzamos a desear desde el instante mismo que tomamos conciencia de la muerte, hasta ahora la atemperábamos con otro tipo de fabulaciones: el Paraíso católico, el Valhalla vikingo, el Jannah del Islam…
Todos ellos partían de un supuesto común: la separación del cuerpo y el alma. Lo que sucede es que ahora, cuando la obsesión por cuerpo desde tantos ámbitos (la alimentación, la moda, el wellness, el fitness…) lo ha colocado en el discurso más presente de la modernidad, la muerte se ha convertido en un serio estorbo.
Por eso la ocultamos, porque no podemos vencerla. En la eterna batalla entre Eros y Tánatos siempre es este el que tiene la última palabra. Pero lo que jamás conseguirá es eliminar nuestro obsesivo deseo de continuar la pelea.
Odiamos la muerte más que ninguna otra cosa en el mundo y daríamos lo que fuera por vencerla. Algo que en el pasado siglo ya nos recordó el poeta peruano Nicomedes Santa Cruz con tan solo un breve un cuarteto:
Muerte, si otra muerte hubiera
que de ti me libertara
a esa muerte pagara
porque a ti, muerte te diera.
que de ti me libertara
a esa muerte pagara
porque a ti, muerte te diera.
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