Se ha convertido en una de las tradiciones de estas fechas. No me refiero a la Fira de Santa Llúcia o a la cabalgata de los Reyes Magos sino a algo que esperan muchos barceloneses con ganas y devoción: criticar el belén que cada años vemos en la plaza Sant Jaume y que tiene la gentileza de instalar nuestro querido Ayuntamiento.
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La ciudad en la que nacieron las carreras artísticas de Picasso y Miró, donde Josep Dalmau exponía a Picabia o a los cubistas cuando nadie lo hacía, o donde el grupo Dau al Set plantaba cara al arte más gris de la posguerra, esa misma ciudad, es en la que muchos ponen el grito en el cielo cuando el belén no quiere ser realista o algo cursi. Lo rompedor sigue, como hace cien años. escandalizando y molestando.
Lo que nos presenta la escenógrafa Paula Bosch, la responsable de la instalación que se adueña de la plaza Sant Jaume, es una buhardilla, un cajón de sastre en el que cabe todo para reproducir lo que es nuestra ciudad. De noche, este trabajo tiene un aspecto hipnótico, una construcción que parece una de esas maquetas con las que se quería recrear una de esas ciudades iluminadas del expresionismo alemán.
Me gusta ese juego de luces, ese tener que mirar cada rincón, cada detalle de esta obra, probablemente uno de los mejores belenes que han pasado por la plaza Sant Jaume en mucho tiempo. No cae en los tópicos. Nos abre la puerta a lo modernidad, aunque tampoco faltan las referencias a la tradición.
Otra cosa es si estamos preparados para todo esto, si nos vemos obligados a tener una piedra Rosetta si nos salimos del típico pesebre con los tres protagonistas principales acompañados del buey y la mula. Barcelona debería hacer mucho más casos a sus referentes. Debería saber aplicar, cuando mira lo que ha hecho Paula Bosch, los famosos versos de J.V. Foix: «M’exalta el nou i m’enamora el vell». El resto es querer convertir la polémica en tradición navideña.
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