Las narraciones no históricas
demuestran que el método histórico-crítico en la exégesis abarca una parte muy
limitada de la realidad que se manifiesta lingüísticamente en la Biblia. Tales
géneros narrativos contienen, sin embargo, una cantidad de ideas de gran
significado para la dogmática cristiana. A pesar de ello, reciben una
interpretación limitada o incluso falseada por parte del método histórico
crítico, pues éste las confronta con las cuestiones de su realidad histórica
que no son adecuadas para ellas; o bien, son minusvaloradas como modos de
hablar, condicionados por el lenguaje de su tiempo. Tal y como afirma H.
Kessler, la experiencia de la resurrección sobre los discípulos afecta a su
conciencia sobre Jesús de Nazaret como auténtico Mesías autentificado por Dios
y como hijo unigénito y a la que no hubieran llegado únicamente desde el Jesús
histórico, pero es una expresión de deseo humano basado en la Fe y que no se puede fundar de
forma científica. A pesar de ello si que se puede hacer un acercamiento a la
forma de la percepción por parte de los testimonios, desde la psicología, sin
que quede en peligro la confesión de fe sobre la resurrección de Jesús. Varios
son los autores que han realizado, con más o menos acierto, ese acercamiento
desde la psicología y se podría destacar a varios autores: C.G Jung y su
psicología compleja y arquetipal, E. Drewermann y sus reglas y el pragmatismo
de J. Hillman.
C.G. Jung realiza el
acercamiento desde su visión de los arquetipos. En el ejemplo de Jn 21, Pedro
es el protagonista de la narración, como un héroe, o más bien, antihéroe
(debido a sus continuos fracasos), que tiene que pasar unas pruebas para
conseguir una meta, hace un viaje exterior en busca de la pesca que supone, en
realidad, un viaje interior, una transformación psicológica. Pedro y los
discípulos, presentados como “pescadores” y después a Pedro como “pastor” nos
indica que el tema del relato tiene algo que ver con la máscara; para C.G. Jung la máscara es el arquetipo que sintetiza la
manera de relacionarnos con los demás, el rol que ocupamos. A primera vista, los arquetipos de Jung
parecería la idea más extraña, aún cuando se ha demostrado que son muy útiles
para el análisis de los mitos, cuentos de hadas, literatura en general,
simbolismo artístico y exposiciones religiosas. Aparentemente capturan algunas
de las “unidades” básicas de nuestra propia expresión. Muchas personas han
sugerido que son solamente muchos caracteres e historias del mundo real, y que
solamente nos limitamos a reorganizar los detalles de las mismas. Esta postura
sugiere que los arquetipos de hecho se refieren a algunas estructuras profundas
de la mente humana Los adultos buscamos las conexiones entre las cosas; cómo
encajan entre ellas, cómo interactúan; cómo contribuyen a un todo. Queremos que
las cosas tengan sentido, que tengan un significado; en definitiva, el
propósito de todo esto. Los niños desenmarañan el mundo; los adultos intentan
recoger las piezas y unirlas y esto podría provocar una búsqueda inconsciente
de ese sentido… aunque no lo hubiera.
En cuanto a E. Drewermann, partimos
de su idea de que en lugar de "explicar" históricamente un
determinado motivo mítico, debe plantearse el problema de los datos
psicológicos que pueden causar la extraordinaria identidad de determinados
modos de narración mítico. La reconducción de un símbolo mítico a un primitivo
estadio histórico de su surgimiento no proporciona demasiado conocimiento sobre
su significado propio y el sentido del símbolo en cuestión. Con ello no se
resuelve nunca el problema del surgimiento de determinado motivo mítico en
todos los tiempos y lugares. Como
consecuencia de ello, deben investigarse los fundamentos del lenguaje simbólico
en la psique humana. En otras palabras, debe ampliarse (o sustuirse) la
exégesis histórico crítica por la psicología profunda.
Las tesis sobre una comunidad
juánica carismática enfrentada a la comunidad petrina, y que sólo en el
capítulo 21 integra la figura de Pedro como pastor de su Iglesia, explicaría la
preponderancia del Discípulo Amado en todo el Evangelio y la contraposición de
estas dos figuras al final de la obra. La presentación de estos dos “tipos
eclesiales” correspondería a dos estilos en la iglesia arquetípicos ya
presentes en la primera comunidad cristiana, llamadas a complementarse, a pesar
de su dificultad de relación. La aparición en el capítulo 21 del Discípulo
Amado, parece confirmar esta imposibilidad de una percepción “mediata” de la
resurrección de Jesús. El Discípulo amado reconoce interpretando como si fuera un
testimonio hermenéutico. Los intentos de explicar las apariciones desde la
psicología són útiles para no volver la espalda a la complejidad de lo humano,
aun sabiendo que las experiencias psicológicas, tendrán un carácter de símbolo,
como dice A. Torres Queiroga. Si eso fuera así, nos encontraríamos en el Jn 21
con una comunidad juánica que reconoce el liderazgo universal de Pedro (o de la
comunidad petrina), pero que a la vez defiende sus particulares tradiciones
frente a las sinópticas. Por lo que hace a la reconstrucción de la elaboración
de Jn 21, no se pueden desestimar sus paralelismos con Lc 5,1-11 como se hace
referencia en el texto, pero muchas de
las interpretaciones se hacen desde la perspectiva del S. XX (de pescador a
pastor y las connotaciones que implica cada uno de esos roles…. ¿realmente se
daban esas interpretaciones en el mudo judío del S. I? es difícil de afirmar
rotundamente o esa es mi apreciación, no olvidemos la complejidad de la psique
humana que ya es complicada de entender hasta cuando tienes todos los
elementos, no digamos cuando se trabaja con textos antiguos sin un claro
contexto de interpretación. Tenemos el caso de un autor como Lüdemannn que considera
las apariciones a Pedro causadas por el duelo de la muerte repentina de Jesús,
agraviado por sus sentimientos de culpa. Una muerte repentina, una relación
ambivalente o con sentimientos de culpa, y un grado de dependencia muy elevado
con el difunto bloquean la elaboración del duelo lo que provoca una elaboración
psíquica más intensa y turbulenta pudiendo provocar “visiones”[i]. La intervención del
complejo del Sí-mismo, que aparece a menudo en los casos extremos de crisis
psíquica, daría a esta elaboración la dimensión religiosa. Y si a esto añadimos
que este complejo personal ha sido vivido en relación con el “arquetipo de la
imagen de Dios”[1], la experiencia resultante
es completamente original
De James Hillman y su
pragmática tenemos que en la práctica arquetipal, es de primordial importancia
la propia actitud hacia una imagen. Hillman dice una y otra vez que quiere
salvar el fenómeno. “Adherirse a la imagen” constituye una regla de rigor. Esto
significa no traducir las imágenes en significados, como si fueran alegorías o
símbolos. Como él suele decir, si hay una dimensión latente en una imagen, es
justamente su inagotabilidad, su profundidad. Aún los juegos más sutiles con
una imagen pueden transformarla en un concepto o en un eslabón dentro de un
grupo abstracto de una familia de símbolos. Lo cual nos hace volver a la misma
cuestion anteriomente planteada: las posibles interpretaciones desde la
interpretación simbólica pueden ser muy variadas, como variadas las pulsiones
psicológicas que afectan al narrador que aunque podamos deducir, es difícil de
conocer en profundidad. Cuando Hillman señala que el yo es tan solo una más de
las imágenes arquetípicas, está sosteniendo que la cultura occidental, por su
herencia cultural hebrea monoteísta, ha puesto demasiado énfasis en el
racionalismo, al punto de haber llegado a prohibir en ciertos momentos
históricos el culto de las imágenes. Sin embargo, para Hillman, la psique es
ontológicamente politeísta, fragmentaria y compuesta de muchos “dioses” o
imágenes. A diferencia de Jung, que distinguía entre arquetipos a priori e
imágenes arquetípicas, para Hillman lo arquetípico son las imágenes fenoménicas
mismas, para Jung las imágenes inconscientes no son expresión de ninguna otra
cosa, son la psique profunda en su esencia. Para Hillman, como para Jung, no es
nuestro yo el que produce las imágenes, sino que ellas nos anteceden y nos
determinan.
Ignacio Padró
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