Para ser cristiano, lo más decisivo no es qué cosas cree una persona, sino qué relación vive con Jes ús.
Las creencias, por lo general, no cambian nuestra vida. Uno puede creer que existe Dios, que Jesús ha resucitado y muchas cosas más, pero no ser un buen cristiano.
Es la adhesión a Jesús y el contacto con él lo que nos puede transformar.
La escena se sitúa en una «montaña alta». Jesús está acompañado de dos personajes legendarios en la historia judía: Moisés, representante de la Ley, y Elías, el profeta más querido en Galilea. Solo Jesús aparece con el rostro transfigurado.
Desde el interior de una nube se escucha una voz: «Este es mi hijo querido. Escuchadlo a él».
Lo importante no es creer en Moisés ni en Elías, sino escuchar a Jesús y oír su voz, la del Hijo amado.
Lo más decisivo no es creer en la tradición ni en las instituciones, sino centrar nuestra vida en Jesús. Vivir una relación consciente y cada vez más comprometida con Jesucristo.
Solo entonces se puede escuchar su voz en medio de la vida, en la tradición cristiana y en la Iglesia.
Solo esta comunión creciente con Jesús va transformando nuestra identidad y nuestros criterios, va curando nuestra manera de ver la vida, nos va liberando de esclavitudes, va haciendo crecer nuestra responsabilidad evangélica.
Desde Jesús podemos vivir de manera diferente. Ya las personas no son simplemente atractivas o desagradables, interesantes o sin interés. Los problemas no son asunto de cada cual. El mundo no es un campo de batalla donde cada uno se defiende como puede. Nos empieza a doler el sufrimiento de los más indefensos. Nos atrevemos a trabajar por un mundo un poco más humano. Nos podemos parecer más a Jesús.
No hay soledad más severa, que no tenerse a uno mismo.
Cuando uno tiene tan solo de sí mismo, una construcción hecha de medias verdades, de mentiras, engaños, falsas creencias, de una cantidad de pensamientos falsos y limitantes, de emociones sobre sí mismo, que no han hecho más que alejarnos de nosotros mismos y crear una personalidad programada en base a todo eso que han hecho de nosotros, es practicamente imposible, no sentirse terriblemente solo, y no buscar esas carencias fuera de nosotros, en los demás.
Es urgente revisar aquello que somos, para llegar a ser aquello que verdaderamente queremos ser.
Antes de buscar fuera, debemos encontrar dentro nuestra realidad íntima, aquello que nos haga comprender por qué somos como somos y no de otra manera.
Cuando uno se tiene a sí mismo, ya nunca más volverá a sentirse solo.
"¡oh, no! En la próxima jugada me gana de nuevo!", piensa Kha viendo cómo su esposa, Merit, sonriente y relamiéndose con anticipación, mueve su ficha en la que parece ser la última jugada de la partida. "¡Gané!", exclama la mujer satisfecha. "Como siempre", añade burlona. Kha frunce el ceño. Es arquitecto real, superintendente de obras públicas en Deir el-Medina, el poblado donde viven los constructores de las tumbas reales, su posición en la corte del faraón Tutmosis III es envidiable, posee una hermosa casa rodeada de jardines. Lo tiene todo. Pero su bella esposa siempre le gana la cotidiana partida de senet que el matrimonio juega invariablemente cada noche antes de acostarse. Es una tradición en su familia jugar a este popular juego de mesa para relajarse durante las frescas noches de Egipto, tras un duro día de trabajo bajo un sol abrasador. "Qué se le va a hacer", piensa resignado. "De todos modos, prefiero que Merit esté contenta", y ofrece la mano a su esposa para conducirla al lecho.
UN JUEGO MUY POPULAR
La tumba de Kha y Merit fue descubierta intacta por el arqueólogo italiano Ernesto Schiaparelli en 1906, y entre su surtido ajuar funerario, que hoy podemos contemplar en el Museo Egipcio de Turín, se encontró un tablero de senet (cuyo nombre significa pasaje o tránsito) colocado sobre una mesa de falsa caña, lo que indica la alta estima que la pareja tuvo a este juego. Pero no es este el único tablero de senet que se ha encontrado en Egipto. De hecho, este juego está documentado desde época predinástica (hacia 3100 a.C.), y se han encontrado tableros dibujados en el pavimento de algunos templos (como en el primer patio del templo de Medinet Habu o en la terraza del templo de Khonsu en Karnak). También se han hallado tableros completos en numerosas tumbas (por ejemplo, en la de Tutankhamón se encontraron cuatro tableros de senet), así como representaciones pictóricas del juego en sepulturas y en papiros (como el Libro de los muertos del escriba Ani). Una de las representaciones más famosas de un senet es la que se descubrió en la tumba de Nefertari, la Gran Esposa Real de Ramsés II, en el Valle de las Reinas, donde se muestra a la soberana sentada en una silla ante un tablero de senet, a punto de mover una ficha.
Se han encontrado representaciones de tableros de senet en templos, tumbas y papiros, así como tableros completos en numerosas tumbas.
Algunos investigadores creen que este juego tenía un significado ritual y mágico y por eso aparece tantas veces representado en las sepulturas, incluso se piensa que podría haber sido una de las pruebas que el alma del difunto tenía que superar para alcanzar el más allá. De hecho se considera una referencia al capítulo XVII del Libro de los muertos, que representa el juicio de Osiris y la entrada del alma del difunto en el inframundo: "Honor a ti, oh creador de los dioses, rey del Norte y del Sur, oh Osiris victorioso, gobernante del orbe en tus gráciles estaciones; eres señor del mundo celestial. Concédeme un sendero por el que pueda discurrir en calma, pues soy justo y veraz; no pronuncié mentiras de intento, ni nada hice con dolo".
¿CÓMO EL PARCHÍS O LA OCA?
Pero ¿cómo se jugaba al senet? ¿Cuáles eran sus reglas? A parecer, el objetivo del senet era conseguir mover y sacar las piezas (o fichas) del tablero antes que el adversario. Se desconocen las reglas exactas, porque no tenemos ningún documento que especifique cómo se jugaba. Posiblemente, era tan popular que todo el mundo sabía perfectamente cómo hacerlo por lo que nunca se consideró necesario poner las reglas por escrito. Algunos egiptólogos que se han dedicado a estudiar este juego y todas sus representaciones, como Gustave Jéquier y otros, creen haber podido descifrar sus reglas y han llegado a la conclusión de que este juego tenía puntos en común con otros muy conocidos para nosotros como la oca, el backgammon o el parchís.
Un tablero de senet (que podía servir al mismo tiempo de caja para guardar las fichas) se compone de tres hileras formadas por diez casillas cuadriculadas cada una. Los jugadores, que solo podían ser dos, disponían de entre 5 y 10 fichas cada uno. Normalmente las piezas de cada jugador tenían una forma determinada, cónica o cilíndrica, que las distinguía de las del contrario (como los diferentes colores en el moderno parchís). Los jugadores usaban una especie de bastoncillos planos o huesos de astrágalo que llevaban alguna marca en uno de sus lados para diferenciarlos.
Los jugadores, que solo podían ser dos, disponían de entre 5 y 10 fichas cada uno. Normalmente las piezas de cada jugador tenían una forma determinada, cónica o cilíndrica, que las distinguía de las del contrario.
Según los resultados de estas investigaciones, el senet pudo jugarse así: los bastoncillos se tiraban y se sumaban luego los puntos que resultaban del valor obtenido. Las piezas se movían de izquierda a derecha en las diez primeras casillas; en cambio, en las diez casillas del centro se invertía la dirección, de derecha a izquierda, y en la hilera siguiente, también de diez casillas, se volvía a invertir la dirección, de izquierda a derecha, como en la primera hilera. Había seis casillas especiales: la 15, en medio de la hilera central, y las últimas de la tercera hilera (de la 26 a la 30), que habitualmente se marcaban con dibujos o jeroglíficos para distinguirlas(sobre todo a partir del reinado de la reina Hatshepsut). Si se caía en la casilla 27 se volvía a la casilla 15, de modo muy parecido a lo que ocurre en el juego de la oca. Las casillas 26, 28, 29 y 30 tenían un sentido protector de las fichas, como en las casillas-seguro del parchís actual (no se podían "matar" o "capturar"), pero tenían unas reglas especiales: había que pasar obligatoriamente por la casilla 26 y, una vez allí, se tenía que acabar en dos tiradas y con el número exacto de puntos, sino la ficha debía quedarse en la posición inicial de antes de la jugada.
Cuando dos fichas de un jugador iban seguidas, se protegían entre sí y el jugador contrario no las podía capturar. Si las fichas que iban seguidas eran tres, podían formar una barrera y el jugador contrario no la podía sobrepasar. Cuando no se podía avanzar, se tenía que retroceder siempre que fuera posible. Cuando se "mataba" una ficha del jugador contrario, el resultado era el intercambio de posiciones: la ficha que capturaba se situaba en la casilla donde estaba la ficha que había sido "matada", y esta se colocaba en la casilla donde estaba la ficha que la había capturado antes de empezar la jugada.
GANAR EL DERECHO A LA ETERNIDAD
En cuanto a su significado ritual, vinculado al concepto de inmortalidad, resulta curioso que en las representaciones de las tumbas, el difunto (como en el caso antes mencionado de la reina Nefertari) aparece delante del juego solo, sin contrincante aparente. Se han barajado diversas teorías sobre la posible identidad de este adversario invisible: tal vez fuera la serpiente Mehen, protectora del Sol y ligada a la eternidad, quizá se tratase de las fuerzas hostiles del inframundo o a lo mejor el difunto jugaba solo. Según algunos estudios, el juego servía para vencer a las energías negativas que podían impedir al ba del difunto (una de las partes que componían el alma, mediador entre el mundo divino y el terrenal, normalmente representado como un pájaro con cabeza humana) moverse libremente, atravesar la necrópolis y unirse al cuerpo del fallecido, ya que si no se aseguraba la capacidad de movimiento del ba, el alma del difunto moriría definitivamente.
Según algunos estudios, el juego servía para vencer a las energías negativas que podían impedir al ba del difunto moverse libremente, atravesar la necrópolis y unirse al cuerpo del fallecido.
Tumbado en su lecho, el arquitecto Kha aún está despierto. Se gira para contemplar cómo duerme plácidamente su esposa Merit. No puede evitar sonreir mientras la mira. La ama profundamente y solo quiere que sea feliz. Alza la mirada para contemplar su hermoso tablero de senet sobre la mesilla plegable de madera. Cuántas partidas han jugado con él, cuántas noches han pasado compitiendo en el jardín bajo el cielo estrellado, acariciados por la brisa y bebiendo vino de palma... Kha ha dispuesto que entre su ajuar funerario se incluya su querido senet. Así él y su amada Merit podrán seguir jugando eternamente en los campos de Osiris... Y quizás, aunque solo sea por una vez, sea capaz de ganar a su experta esposa.
Latortura puede ser definidacomo el acto de causar daño físico o psicológico a una víctima, por distintos medios, sin el consentimiento de la misma y en contra de su voluntad, y sus objetivos más habituales son los siguientes: obtención de confesiones o información; cumplimiento de una venganza; servir de preludio a una ejecución; proporcionar un entretenimiento morboso y sádico al torturador. En cualquier caso, el fundamento más habitual de su práctica es el sometimiento y el quebrantamiento de la autoestima y la resistencia moral de la víctima.
El término “tortura” procede del verbo “torquere” (torcer), que presenta un doble significado, muy relacionado con la práctica médica: el acto mismo de practicar la tortura y una acepción que viene a significar “dolor extremo y agonía”. A título de ejemplo, en la primera traducción al latín de la Biblia (Vetus Latina) se habla de la “tortura ventris” para referirse al dolor abdominal.
La tortura como parte integrante del sistema judicial
La tortura ya era una práctica rutinaria en la Antigua Roma para obtener confesiones. Así lo recogió el Derecho Romano y posteriormente el Derecho Canónico, que bebió de dicha fuente. Precisamente, la práctica institucional y sistemática de la tortura tiene su origen en los procedimientos judiciales de la Edad Media, como un método más para la obtención de testimonios y confesiones, adquiriendo gran importancia con el auge del Tribunal del Santo Oficio y el uso que se dio del Derecho Canónico Romano, que requería sólidas evidencias para las condenas o una confesión, a ser posible obtenida bajo tormento, pues ésta era mucho más fácil y creíble.
Únase y apueste por información basada en la evidencia.
La primera vinculación legal de los médicos con la tortura hay que buscarla en la Constitutio Criminalis Carolina (1532), cuerpo de leyes del Sacro Imperio Romano Germánico editado durante el reinado del Emperador Carlos V. En este texto se establece la presencia oficial de un médico en las sesiones de tortura, con el principal objetivo de dictaminar la resistencia de los reos.
En años sucesivos, se fue perfilando aún más el papel del médico en estas sesiones, en las que actuaba como un funcionario judicial más, diagnosticando las posibilidades de supervivencia y certificando la salud del penado.
En este sentido, el poder que se concedió a los médicos fue bastante notorio, en tanto que existían varias exenciones en la práctica de la tortura (sujetos ciegos, mudos, discapacitados, enfermos comunes y enfermos mentales o embarazadas), y era el médico quien dictaminaba si un reo podía ser sometido o no a tortura. Pero, en la práctica, su presencia en estas sesiones no era frecuente, pues, en muchas ocasiones, los tribunales no disponían de dinero para pagarles.
En cualquier caso, en estos momentos del desarrollo histórico, el papel del médico solía ser bastante pasivo, limitándose a una labor administrativa, es decir firmando certificados o emitiendo opiniones.
Fuentes del siglo XVI confirman algunas funciones adicionales del personal médico en el ejercicio de la tortura, que lo configuran como un partícipe más en este tipo de práctica: asesoría sobre los mejores métodos de tortura para la supervivencia del reo y sobre cuándo detener la sesión para prevenir la muerte súbita, evaluación de las pérdidas de consciencia del penado (real o simulada), tratamiento médico de las contusiones y fracturas para permitir la continuidad de la sesión. Incluso en el siglo XVIII, en varios países europeos se requería, por ley, un certificado médico para todos los casos de tortura.
La implicación directa de los sanitarios bajo el yugo del nazismo
Pero en un paso más allá, la tortura pasó a considerarse como “un acto de Estado para la restauración de la autoridad momentáneamente lesionada”. Así pues, se generó un estrecho nexo entre el ejercicio de la tortura y del poder, de forma que la primera puede ser considerada como un instrumento de opresión para la perpetuación del segundo.
Precisamente, este uso de la tortura adquirió su máxima expresión en el siglo XX, con la llegada al poder del partido Nazi en Alemania. El ejercicio de la tortura ya no se dirigía a la obtención de testimonios, sino que fue simplemente una herramienta de abuso físico y maltrato para asegurar el poder mediante el terror.
A partir de este momento, hubo un cambio drástico en el papel del médico en relación a la tortura, pues el profesional sanitario pasó a ejercer parte activa en este proceso y colaboró en el desarrollo de nuevos métodos y posibilidades técnico-científicas. La implicación de los profesionales sanitarios se fue haciendo indispensable.
A título de ejemplo, en la Alemania nazi, los médicos recurrieron al empleo de barbitúricos y otros agentes psicofarmacológicos en las sesiones de tortura, al modo de lo que posteriormente se conocería como “lavado de cerebro”. Lamentablemente, la documentación existente sobre estas actividades es muy exigua, pues su naturaleza secreta exigía que fuese destruida ante el avance de las tropas aliadas.
Tras el final de la II Guerra Mundial, la tortura fue de nuevo prohibida mediante diferentes declaraciones y tratados internacionales, pero nunca desapareció. Los métodos de tortura cambiaron drásticamente, predominando nuevas técnicas psicológicas, psiquiátricas y psicofarmacológicas, como los lavados cerebrales, la privación del sueño, el aislamiento, las celdas oscuras, etc.
La tortura pasó a ser un acto cada vez más científico y la función consultiva de la ciencia médica en la mejora de los métodos del torturador cada vez más activa.
Los médicos y las grandes dictaduras del siglo XX
En la extinta Unión Soviética se recurrió a la falsa imputación de trastornos psiquiátricos a los disidentes políticos, que eran catalogados como “psikhuskha” (prisioneros psiquiátricos) y recluidos en instituciones que podrían considerarse como “prisiones psiquiátricas”, sometiéndolos a un estrecho contacto con criminales peligrosos y enfermos mentales violentos, y administrándoles sobredosis de neurolépticos con fines estrictamente punitivos.
Algo similar sucedió con los integrantes del grupo religioso-espiritual Falun Gong en la República Popular China, recluidos masivamente y de forma forzosa en una red de hospitales psiquiátricos denominados “Ankang” (“Paz y Salud”).
Estos sujetos eran sedados por la fuerza, atados a las camas, aislados por períodos prolongados en oscuridad, sometidos a terapia electroconvulsiva y otro tipo de vejaciones, como suministrarles una alimentación inadecuada, restringirles la disponibilidad de agua y negarles el acceso a los sanitarios.
Los médicos también participaron directamente en las sesiones de tortura de las dictaduras del Cono Sur Latinoamericano durante las décadas de los 70 y los 80, en el marco de las operaciones Cóndor y Escuela de las Américas, aplicando ciertos fármacos, con el fin de sedar, confundir o agitar a los detenidos.
Cabe destacar también su papel en los vuelos de la muerte durante las dictaduras argentina o chilena, administrando sustancias paralizantes a los detenidos, aunque antes de ser lanzados al mar, los médicos, hipócritamente, excusaban su presencia, alegando conflictos éticos.
Pero incluso en las democracias consolidadas, la tortura y la participación en ella de profesionales sanitarios también ha acontecido. En Estados Unidos, la CIA desarrolló numerosos experimentos con diferentes agentes químicos (LSD, mescalina, psilocibina), como el codificado MK-Ultra, que se desarrolló entre las décadas de 1950 y 1970.
Del mismo modo, desarrollaron sofisticadas técnicas psicológicas de tortura, que fueron ampliamente difundidas, mediante la Escuela de las Américas, a sanitarios militares de países dictatoriales latinoamericanos en su cruzada anticomunista mundial.
Abu Ghraib y la justificación de la tortura
Finalmente, los ataques terroristas a Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 ocasionaron un cambio de paradigma relacionado con la tortura, sobre todo tras las denuncias de los abusos cometidos contra los prisioneros del centro de detención iraquí de Abu Ghraib, cuando las autoridades de los regímenes democráticos reconocieron y justificaron el uso de la tortura para prevenir el terrorismo.
La tortura pasó a llamarse “interrogatorio coercitivo” o “técnica mejorada de interrogatorio”, y en algunos conflictos bélicos, como las guerras de Irak y Afganistán, algunos médicos militares participaron en el diseño de estos interrogatorios.
Para luchar contra estas deleznables prácticas son precisas acciones muy concretas, como la promoción y defensa de los principios éticos entre los profesionales sanitarios y un estrecho seguimiento por parte de organizaciones ciudadanas y de derechos humanos que detecten rápidamente desviaciones en este ámbito, ya que la naturaleza humana suele, reiteradamente, persistir en cometer los mismos errores del pasado.
El análisis forense de una momia de hace 3.600 años está proporcionando nuevos datos sobre un faraón egipcio fascinante y sobre las circunstancias de su violenta muerte.
El faraón Seqenenre-Taa-II probablemente fue ejecutado por varios agresores después de ser capturado en el campo de batalla, según apunta una nueva investigación publicada en la revista científica Frontiers in Medicine. La nueva investigación también muestra que el cuerpo del faraón ya había entrado en un estado de descomposición antes de la momificación, y sus embalsamadores hicieron todo lo que pudieron para ocultar sus graves lesiones faciales.
Seqenenre gobernó el sur de Egipto durante el Segundo Período Intermedio (del 1650 al 1550 a. C.), una época tumultuosa en la que los Hicsos, una potencia extranjera, gobernaron los territorios del norte de Egipto. Los Hicsos tomaron el control de Avaris, la capital, pero permitieron que los gobernantes egipcios mantuvieran el control sobre el sur, siempre que pagaran tributo a su rey. Hoy, Avaris es conocido como el yacimiento arqueológico de Tell-el-Dabbaa.
Conocido como “El Valiente”, Seqenenre intentó expulsar a los Hicsos, pero como muestra una nueva investigación, probablemente fueseasesinado en el intento y de manera brutal.
La momia del faraón, que fue descubierta en la década de 1880, fue analizada con rayos X en la década de 1960, mostrando que contenía una serie de graves heridas en la cabeza. Esto dio lugar a todo tipo de especulaciones sobre las circunstancias de su muerte, y dejó a los historiadores preguntándose si murió en el campo de batalla o a a manos de conspiradores asesinos. Tampoco estaba claro por qué Seqenenre, un gran faraón, había sufrido una una momificación tan mala.
En un esfuerzo por responder a estas preguntas, un equipo de arqueólogos dirigido por Sahar Saleem, profesor de radiología en la Universidad de El Cairo, sacó varias tomografías computarizadas para volver a analizar la momia, que se conserva en el Museo Egipcio de El Cairo. El equipo de investigación, que incluía a Zahi Hawass, arqueólogo del Ministerio de Antigüedades de Egipto, también revisó la literatura arqueológica y evaluó cinco armas asiáticas descubiertas previamente en Tell-el-Dabaa. Estas armas, tres dagas, un hacha de guerra y una lanza, se remontan a los tiempos del reinado y la muerte de Seqenenre.
El nuevo análisis mostró que la momia se encontraba en muy mal estado. La cabeza ya no estaba conectada al cuerpo, muchas vértebras y costillas estabansueltas y quedaban muy pocos tejidos blandos o músculos en los huesos.
La investigación mostró que Seqenenre tenía alrededor de 40 años cuando murió y que medía 1,67 metros de altura.
Encontraron un cerebro encogido y seco en el lado izquierdo del cráneo, y no parece que sus embalsamadores hicieran ningún intento por extraerlo, a diferencia de sus otros órganos. De hecho, no se pudo encontrar evidencia de materiales de embalsamamiento.
Es más, el cuerpo ya se estaba descomponiendo en el momento de la momificación, y parece que los embalsamadores “ocultaron deliberadamente” las heridas del faraón, “probablemente como un intento desesperado por embellecer el cadáver del Rey”, escribieron los autores del estudio. En conjunto, esto sugiere que el faraón no murió en su palacio, ya que se habría conservado según las tradiciones de la época.
Seqenenre no tenía fracturas en el cuerpo, pero su cabeza y su rostro estaban gravemente afectados. La gran fractura de su frente fue atribuida a un “objeto pesado y afilado como una espada o un hacha”, según el documento. La ubicación de la herida sugiere que un asaltante asestó el golpe mortal desde una posición por encima del faraón. Un arma de doble filo, como un hacha de batalla de bronce, probablemente fuese la causante de la “gran fractura” sobre la ceja derecha de Seqenenre, y algún tipo de objeto de fuerza contundente, como el mango de un hacha, fue el responsable de los múltiples golpes sobre la cara del faraón. Una herida penetrante debajo de la oreja izquierda de la momia y en la base de su cráneo probablemente fuese causada por una lanza.
Los investigadores dijeron que cualquiera de estas lesiones habría sido fatal. Las tomografías computarizadas confirmaron que todas las lesiones en el cráneo y la cara fueron infligidas en el momento de la muerte, ya que no hay ninguna evidencia de que hubiese ninguna cicatrización en marcha.
El estado de las manos y de las muñecas del faraón apunta a una condición conocida como “espasmo cadavérico”, que “típicamente afecta las manos y las extremidades de personas que sufrieron muertes violentas y cuyos sistemas nerviosos se vieron alterados en el momento de la muerte”, escribieron los autores. En este caso, la posición peculiar y poco ortodoxa de las manos sugiere que las muñecas del faraón estaban atadas, probablemente detrás de su cuerpo, cuando lo mataron. Esto también podría explicar por qué Seqenenre no tenía heridas defensivas en las manos o en los brazos.
Dados estos hallazgos, lo más probable es que el faraón fuese ejecutado en el campo de batalla. Así lo presentan los autores del estudio:
El fuerte golpe debió hacer que el Rey cayese, posiblemente de espaldas. El rey pudo haber recibido varios ataques del asaltante con un hacha de batalla de los hicsos, que posiblemente usase su hoja para infligir la fractura por encima de la ceja derecha... Luego utilizó un palo grueso (posiblemente el mango del hacha) para romper la nariz y el ojo derecho del Rey. El asaltante golpeó el lado izquierdo de la cara del rey con el hacha. Otro de los asaltantesgolpeó el lado izquierdo del Rey con una lanza perforando profundamente la parte inferior de la oreja izquierda... y alcanzó el agujero mágneo [la parte del cráneo que se une con la columna vertebral]. Suponemos que el Rey ya estaba muerto llegados a este punto, y que su cuerpo rodó hasta quedar tumbado sobre su lado izquierdo, para luego recibir varios golpes en el lado derecho del cráneo posiblemente propinados con una daga. Es probable que el Rey permaneciera acostado sobre su lado izquierdo durante el tiempo suficiente como para que el cuerpo comenzara a descomponerse a medida de que el cerebro se desplazaba hacia este lado.
Sin duda parece una historia bastante cruenta. También tiene sentido que nadie recogiese el cuerpo del faraón inmediatamente del campo de batalla, ya que sería difícil acceder allí dado el estado del conflicto. Sus embalsamadores hicieron lo mejor que pudieron con un cuerpo que había sido mutilado y ya había comenzado a descomponerse.
Por supuesto, todo esto son especulaciones, aunque especulaciones basadas en evidencias científicas. Es probable que nunca sepamos las circunstancias exactas de la muerte de Seqenenre, pero este artículo, por sombrío que sea, sugiere que sus momentos finales fueron realmente desagradables.
Dicho esto, la muerte del faraón no fue en vano, ya que condujo eventualmente a la unificación de Egipto. La muerte de Seqenenre “motivó a sus sucesores a continuar la lucha por la unificación de Egipto y por comenzar con un “Nuevo Reino”, explicó Saleem en un comunicado.