Durante varias décadas un enigmático síndrome mortal persiguió a una etnia asiática residente en Estados Unidos. Un diablo visitaba los sueños de los varones adultos hasta provocarles una muerte súbita. Los médicos intentaron explicar tan extraños fallecimientos sin obtener una respuesta precisa. ¿Acaso nos puede matar aquello con lo que soñamos?
Desde Julio de 1977 hasta los inicios de los años noventa más de 100
ciudadanos procedentes del sudeste asiático y refugiados en Estados Unidos
murieron víctimas de un extraño trastorno. Los médicos lo denominaron SUNDS,
“Sudden Unexpected Nocturnal Death Syndrome”: Síndrome de la Muerte Nocturna
Inesperada. El propio nombre revelaba el desconcierto de los especialistas al
designar esa súbita mortandad por las circunstancias en que se producía y no
por sus causas, las cuales les resultaban completamente desconocidas.
Y es que nada parecía tener demasiado sentido en aquella sucesión de
fallecimientos. Las víctimas eran exclusivamente varones adultos entre 25 y 55
años, con buena salud y miembros de la etnia de refugiados Hmong procedentes de
Laos. Entre 1981 y 1982 el índice de defunciones alcanzó el 92 por 100.000, una
proporción equivalente a las 5 primeras causas de muerte natural entre hombres
estadounidenses durante esos mismos años. Solo una de las personas fallecidas
había sido una mujer. El dictamen oficial pronunciado en 1988 por el Centro de
Control de Enfermedades de Atlanta en Georgia daba buena cuenta de la confusión
reinante: “aunque los estudios han sugerido que una anomalía estructural en el
sistema de conducción cardiaco y el estrés podrían ser factores de riesgo para
el SUNDS, la causa de las muertes permanece desconocida”.
La ciencia médica desconcertada
Pasaron dos años hasta que los médicos comenzaron a darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Las muertes acontecían en diferentes ciudades, así que nadie estableció una conexión entre todas ellas. Pero cuando el fenómeno adquirió cierta envergadura, los especialistas se pusieron manos a la obra. Entonces proliferaron las especulaciones más o menos fundadas. Algunos investigadores apelaron a causas toxicológicas como la ingesta de venenos en los campos de concentración o las secuelas dejadas por la exposición a armas químicas. Otros razonaron ciertos orígenes metabólicos, genéticos, deficiencias cardiacas o nutricionales como posibles patógenos causantes del síndrome. El trabajo realizado fue tan meticuloso que incluso se llegaron a analizar 18 corazones de víctimas de SUNDS extraídos mediante autopsia. El resultado de estas pesquisas permitió conocer algo más el mecanismo de este síndrome mortal. Se detectaron ciertas anomalías anatómicas, quizás hereditarias, en los tejidos que conducen los impulsos eléctricos a través del corazón y que podían ser las inductoras de un latido desordenado. Pero esta disfunción fisiológica, por sí misma, no podía provocar una muerte tan súbita. Hacía falta descubrir el desencadenante.
Otra vía de estudio profundizó en la experiencia onírica. Al encuestar a
los familiares de algunas víctimas de SUNDS residentes en campos de refugiados,
los investigadores comprobaron que muchos de los fallecidos habían tenido
episodios de terrores nocturnos y visitas de espíritus malignos días antes de
producirse la muerte. En 1984 el equipo de doctores dirigidos por Neil Holtan
del St. Paul Ramsey Medical Center identificaron cinco rasgos muy peculiares en
el trastorno onírico que afectaba a los Hmong: una sensación de pánico o miedo
extremo; una parálisis parcial o completa del cuerpo; una fuerte presión sobre
el pecho; la sensación de que un ser extraño – animal, humano o espíritu-
estaba en la habitación y, finalmente, cierta perturbación sensorial de la
vista, oído o tacto.
A partir de estos síntomas, diferentes autores como Bruce Thowpao Bliatout
– él mismo integrante de la étnica Hmong y director del International Health
Center de Portland – o la doctora Shelley R. Adler del departamento de
Epidemiología y Bioestadística de la Universidad de California comprendieron
que se debía abandonar la vía fisiológica para explorar el mundo religioso de
los Hmong. Quizás la clave del enigma estuviera en la cultura profesada por
esta etnia. Quizás les estaban matando sus propias creencias. De hecho, en
1983, el antropólogo Joseph Jay Tobin de la Arizona State University y la
trabajadora social Joan Friedman llegaron incluso a hablar de “posesión
espiritual” y de “suicidio inconsciente”.
Los hmong: una etnia perseguida al servicio de la CIA
Hmong significa “pueblo libre” y da nombre a una pequeña etnia asiática que
vive repartida entre China, Laos, Thailandia y Vietnam. Han venido
desarrollando una vida seminómada, entre montañas, campos de arroz, maíz y
amapolas de las que extraían opio. Acostumbran a ser polígamos, casarse a una
temprana edad y tener muchos hijos, preferiblemente varones. A menudo, el miedo
supersticioso a determinados espíritus, la alta mortalidad de su ganado, el
agotamiento de los cultivos o la llegada de otras etnias más violentas,
obligaron a los hmong a emigrar de un lugar a otro. Sin embargo, el cambio más
profundo en su estilo de vida sucedió durante la guerra de Vietnam. Agentes
norteamericanos se infiltraron en las comunidades hmong de Laos haciéndose
pasar por ayuda humanitaria y reclutaron hasta 20000 miembros de la etnia para
incorporarlos a un “ejército secreto” concebido para ejecutar las misiones más
arriesgadas.
Ciudadanos de la etnia hmong
Durante años, miles de hmong murieron en silencio y, cuando Estados Unidos
abandonó Vietnam, toda la comunidad quedó desamparada. Los gobernantes
comunistas de Laos y Vietnam aprovecharon para tomar represalias. Capturaron a
miles de familias hmong colaboracionistas y las mataron o las internaron en
campos de trabajo. Muchas de ellas no aguantaron esos procesos de “reeducación”
forzosa y murieron de hambre o enfermedad. Unos 30.000 hmong pudieron huir de
Laos a Tailandia en los años 70 para después trasladarse a Estados Unidos,
Francia o Australia donde adquirieron la condición de refugiados políticos. Su
población en Estados Unidos ha crecido hasta los 200.000 miembros actuales de
los cuales la mitad reside en California.
Chamanes y reencarnados
Para los hmong su existencia es inseparable del círculo de vida de toda la
Creación. Su religión no necesita sacerdotes, doctrinas escritas ni templos.
Solo requiere enseñanzas ancestrales y rituales que van pasando de padres a
hijos por transmisión oral. Para ellos, los espíritus pueblan cualquier rincón
del planeta. Los árboles, el viento, las cuevas, los valles, las aguas…
estarían dominados por seres invisibles. Por lo general, a estas entidades no
les interesan los asuntos humanos, pero siempre reclaman el máximo respeto. El
problema surge cuando se sienten ofendidos. Entonces, los espíritus llevan la
enfermedad y el infortunio a la familia que les ha agraviado. Especial atención
merecen las almas de los antepasados. Los parientes vivos deben honrarlos mediante
ceremonias domésticas para que sigan protegiendo y trayendo prosperidad al
clan.
Los hmong creen que cada persona tiene tres almas. La primera es la que
normalmente permanece en el cuerpo. La segunda vaga libremente, provoca los
sueños del individuo y, una vez muerto, convivirá con los descendientes. La
tercera alma marchará a los cielos aunque podría reencarnarse en una persona,
un animal o un objeto inanimado en función de las acciones pasadas. De todas
formas, el lazo familiar no se interrumpe porque esta alma reencarnada suele
perdurar también alrededor de los parientes.
Dentro de este complejo orden espiritual sobresalen los “nengs”. Estos
seres superiores seleccionan libremente a un hmong para convertirlo en chamán.
A partir de ese momento, el hmong así agraciado, con ayuda de su neng, podrá
combatir la enfermedad, expulsar la mala suerte o derrotar a los espíritus
dañinos. El propio neng asume la tarea de adiestrar al chamán. Le revela las
instrucciones que debe seguir para enviar su neng a conversar o luchar contra
los espíritus que estén perjudicando a las familias. De hecho, estas disputas
sobrenaturales pueden ser feroces, porque los neng acostumbran a ayudarse de
otros aliados espirituales con los que atacan en formación al enemigo. Los
ayudantes del neng adoptan la forma de pájaros, insectos y mamíferos. También,
el chamán, gracias a su neng, está habilitado para comunicarse con el espíritu
del mundo, efectuar diagnósticos médicos o recuperar aquellas almas que hayan
abandonado a un paciente.
Espíritus ancestrales que se resisten a morir.
La religión de los hmong, sus tradiciones, creencias, normas de conducta y
valores no encajan en la moderna sociedad americana que les ha acogido. Dentro
de ella, esta etnia apenas representa una minoría infinitesimal donde no tienen
cabida sus árboles, montañas, ríos y rocas pobladas de espíritus. Tampoco las
almas de los antepasados pueden continuar interactuando con sus parientes vivos
como habitualmente lo hacían en sus viviendas asiáticas. Sin duda, los hmong
refugiados en Estados Unidos salvaron la vida y recuperaron la libertad, pero
al elevado precio de que todo aquel mundo tradicional, celosamente
salvaguardado generación tras generación, se les viniera abajo.
La doctora Adler considera esta angustiosa situación como la inductora de
un “estrés psicológico catastrófico”. ¿Podrían ser las pesadillas y la muerte
súbita nocturna el modo en que una religión y una cultura inadaptada se
resisten a morir? Muchos hmong temieron que los espíritus ancestrales que
siempre les protegían no les acompañaran hasta América. Sin embargo, les
consolaba pensar al menos que tampoco los espíritus malignos cruzarían con
ellos el océano. Pero se equivocaron. En seguida pudieron comprobar cómo el
nocivo espíritu nocturno “dab tsog” se les manifestaba en su nueva residencia.
Cuando un hmong alude a estas “pesadillas” o “dab tsog” no las entiende
como un “mal sueño”, sino que las interpreta como un ente diabólico que visita
al durmiente mientras sueña. La experiencia típica comienza advirtiendo la
presencia de un ser extraño junto a su mano. A las víctimas, inmediatamente,
les invade una sensación de horror para, a continuación, comprobar cómo una
fuerte presión sobre el pecho les impide respirar con naturalidad. En la gran
mayoría de las ocasiones, los durmientes no consiguen ni siquiera vislumbrar la
figura del ser onírico que les visita, pero, en todo caso, le consideran
malvado y peligroso. Uno de los testimonios recopilados por la doctora Adler
procedente de un hombre de 58 años describe el primer ataque nocturno padecido
cuando tenía 19 o 20 años:
“Yo estaba en mi cama por la noche. Había gente en el otro extremo de la
casa y les oía hablar. Todavía estaban hablando afuera. Oía todo. Pero yo sabía
que alguien más estaba allí. De repente llegó un cuerpo enorme, parecía como un
gran animal de peluche de esos que venden aquí. Se puso sobre mi cuerpo y tuve
que luchar para intentar salir de ahí. No me podía mover, no podía hablar en
absoluto. Ni siquiera podía gritar “¡No!”. En el momento en que todo había
terminado, recuerdo que había otras cuatro personas dentro de la habitación y
me dijeron: “Oye, has hecho tú todo ese ruido”. Yo trataba de luchar contra mí
mismo y estaba muy, muy, muy aterrado. Ese espíritu en particular era grande,
negro y peludo. Dientes grandes. Ojos grandes. Yo estaba muy, muy asustado.”
La cultura hmong identifica al protagonista onírico de esta traumática
experiencia con los “tsog”. Una suerte de demonios que habitan toda clase de
cuevas oscuras donde manifiestan una especial predilección hacia las mujeres y
las jovencitas en edad fértil. Dentro de aquellos angostos lugares, los tsog
someten a sus víctimas, las violan y las dejan estériles. Si la mujer está ya
embarazada, entonces, le provocan un aborto. La ira de los tsog también recae
sobre aquel que no cumpla devotamente con los preceptos y los ritos de su
religión. Debido a que dichas obligaciones son responsabilidad del hombre de la
casa, tendríamos la explicación hmong a porqué el SUNDS afectaba exclusivamente
a varones.
Resulta interesante comprobar que la intrusión en los sueños de una figura
sobrenatural no desaparece aunque el hmong cambie de religión. Muchos
componentes de esta etnia una vez acomodados en los Estados Unidos se hicieron
cristianos. Sin embargo, aún una buena parte de los conversos siguieron
padeciendo aquellas horribles pesadillas. La diferencia radicó en que ahora
identificaban al diablo tsog con el mismísimo Satanás. Pero la controversia
llegó más lejos. Los hmong tradicionales acusaron a los hmong católicos de que
las pesadillas les sobrevenían porque habían abandonado su religión verdadera.
Mientras que los católicos contestaban a los tradicionales que aquellos
terrores nocturnos resultaban la demostración más evidente de que las viejas
creencias y cultos eran falsos y diabólicos. La división social entre ambos
grupos de la misma etnia alcanzó cotas irreconciliables. Lo curioso del asunto
es que, aunque profesaban credos cada vez más opuestos, siguieron compartiendo
idénticas pesadillas y muriendo de la misma manera. Bruce Thowpao Bliatout
estudió 38 casos de fallecimiento por SUNDS de los cuales la mitad exacta los
habían protagonizado hmong recientemente cristianizados.
¿Quién más tiene sueños mortales?
Las defunciones por SUNDS en los Estados Unidos causaron una gran sorpresa
al estar ligadas a una población cultural muy específica. Sin embargo, cuando
se revisaron episodios similares en otros lugares del mundo, los especialistas
se encontraron que no estaban ante un caso aislado. Por ejemplo, en Filipinas
se creyó reconocer numerosas muertes nocturnas análogas al SUNDS desde 1917.
Los nativos las llamaban “bangungut” que en tagalo quiere decir “levantarse y
gemir en sueños”. También aquí el 96% de los fallecidos eran hombres, con una
media de 33 años y ninguna enfermedad reconocible en el momento de su óbito.
Los doctores Ronald G. Munger y Elizabeth A. Booton de la Utah State University
identificaron 722 víctimas de bangungut entre los años 1948 y 1982.
Como en el caso de los hmong, había una criatura extraña ligada a estas
muertes en Filipinas pues se trataba del “batibat”, una dama gorda, vieja y
grande que habita en los árboles. Cuando su árbol es talado para servir de
columna en una casa, la batibat entra en contacto con los humanos. Entonces,
durante el sueño se sienta sobre el pecho del durmiente hasta provocarle la
asfixia. Para salir de la pesadilla, la tradición recomienda morderse el dedo
pulgar o mover uno de los dedos de los pies. En Japón se detectaron algunos
fallecimientos parecidos desde 1959 donde la enfermedad recibe el nombre de
Pokkuri.
Representación del «batibat» sentada sobre el pecho de la mujer
En Occidente, Carl Gustav Jung recogió en su obra “El hombre y sus
símbolos” un caso de terrores nocturnos que parecieron anticipar la defunción
del soñante. Una niña de ocho años le regaló a su padre un diario manuscrito en
el que había recopilado numerosas pesadillas repletas de imágenes siniestras:
serpientes monstruosas, una horda de animalillos que devoraban a la cría, un
hombre emergiendo de una bola vaporosa que igualmente asesinaba a la joven… La
niña falleció, víctima de una enfermedad infecciosa, un año después de que su
padre recibiera aquel regalo. Para Jung “la experiencia demuestra que el
desconocido acercamiento de la muerte arroja una sombra premonitoria sobre la
vida y los sueños de la víctima”. Esta preparación para la muerte se expresaría
por medio de breves historias oníricas “como si los acontecimientos futuros
proyectaran hacia atrás su sombra produciendo en la niña ciertas formas de
pensamiento que, aun estando normalmente dormidos, describen o acompañan el
acercamiento de un suceso fatal”. Según esta interpretación, los sueños
horribles no matan, sino que avisan de la existencia de un desorden interno
grave en el cuerpo o la mente del soñante. Serían el síntoma de un trastorno
que adopta formas mitológicas en función de la cultura a la que pertenezca cada
cual.
Chamanes hmnog en los hospitales americanos.
A partir de los funestos fallecimientos provocados por el SUNDS, las
creencias de los hmong han recibido la mayor de las consideraciones por parte
de las instancias médicas de los Estados Unidos. Así, para facilitar la
integración de esta comunidad oriental, el Dr. John Paik-Tesch del Mercy
Medical Center en California llevó a cabo un programa absolutamente pionero.
Dejó que 89 chamanes hmong pudieran acceder a su hospital para atender a los
enfermos de dicha etnia que sumaban un 25% del total. Hasta ese momento, la
desconfianza mutua entre los médicos y estos pacientes asiáticos había
provocado muchos desencuentros.
Los hmong no aceptaban las intervenciones ni las decisiones de los doctores
sin antes consultar a sus orientadores espirituales. Para ello debían realizar
ceremonias de diagnosis en sus propias casas y esperar resultados lo que
retrasaba el tratamiento sanitario. Con la incorporación de los chamanes al
hospital, los rituales se vienen celebrando en la propia habitación del enfermo
bajo ciertas limitaciones especiales como cantar en voz baja o evitar el
sacrificio de animales. Por otra parte, los chamanes están obligados a
participar en un programa de entrenamiento donde se les enseña cómo funciona la
medicina occidental. De este modo, se han eliminado barreras interculturales y
los pacientes han conseguido tranquilizarse al sentirse perfectamente
respetados y atendidos en “cuerpo y alma”
Un chamán en un hospital atendiendo a un enfermo
Uno de los psicólogos clínicos del Mercy Medical, Jim McDiarmid, en
declaraciones al New York Times, manifestó que el apoyo social y las creencias
suelen afectar a la capacidad del enfermo para recuperarse de una enfermedad.
Lo comprendió hace años cuando permitió que un chamán hmong colocara una larga
espada en la puerta de la habitación para ahuyentar los malos espíritus. El
paciente sanó milagrosamente de una gangrena intestinal. Otra doctora
residente, Lesley Xioang, era nieta de dos chamanes hmong muy distinguidos y,
sin embargo, estudió medicina. Xioang señaló que “si yo estuviera enferma, me
gustaría que un chamán estuviera conmigo, pero también iría al hospital”.
Fuente: http://elojocritico.info/
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