La filosofía materialista de Gustavo Bueno, entre otras, se basa en dos pilares maestros. Uno de los cuales es que, en aras de evitar tropezar en el dogmatismo o el relativismo, toda propuesta debe afianzarse en la roca firme de las ciencias rigurosas.
A conclusiones parecidas llegó, hace ya tres siglos, Baruch Spinoza(Ámsterdam, 24 de noviembre de 1632 - La Haya, 21 de febrero de 1677), probablemente el primer filósofo relevante que quiso separar completamente la filosofía de la religión, propiciando que la primera abrazara con más interés la ciencia.
El filósofo más odiado
Considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto al francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz, Spinoza nació en la ciudad más libre de la época: Ámsterdam.
Solo en un lugar tan disruptivo a nivel ideológico como era Ámsterdam, donde llegaron a vivir los pensadores más heterodoxos, Spinoza pudo convertirse en el primer filósofo de la modernidad, el primero en plantear sistemáticamente que la religión y la política debían ser separadas, y uno de los primeros propulsores de la democracia (aunque más tarde pensaría que no era la única forma de gobierno aceptable).
También fue el precursor del movimiento para deslindar fe y supersticiones en la Biblia, concibiéndola como un documento histórico, y propuso que la religión no hollara por más tiempo el reino de la ciencia.
Precisamente, por eso, Spinoza también sería uno de los filósofos más odiados de su época.
Una vida singular
Spinoza quedaría totalmente influido por las ideas de Descartes, así como de su mentor, Franciscus van den Enden, que también era un partidario radical de los preceptos cartesianos. Spinoza entró a estudiar en la academia heterodoxa de van den Enden a mediados de la década de 1650.
También Spinoza se sentiría atraído por una de tantas sectas naciadas en aquella nueva era de inconformismo, concretamente de la rama de los menonitas en los Países Bajos: una secta conocida como los Colegiantes, que eran pacifistas y creían en retirarse de la sociedad; tal y como explica Rusell Shorto en su libro Ámsterdam:
Si reuniéramos los nombres de algunas de estas sectas, cualquier pensaría que estamos leyendo una lista de bandas convocadas para tocar en un festival de música folk: estaban los Temblorosos, los Entusiastas, los Buscadores y los Igualadores.
Poco a poco, Spinoza se olvidaría del negocio de su padre y se concentraría solo en aprender filosofía y orientar sus intereses a cultivar la razón. Y atacaría con tanto fervor la religión que su comunidad judía lo condenaría a la excomunión: no en vano, atacaba sus prácticas y leyes con tanta impiedad como lo podría hacer hoy en día un comediante de stand-up.
Spinoza creía en Dios, pero a efectos prácticos era ateo, porque su dios en nada se parecía al dios del resto. Cuando un rabino, de hecho, le preguntaría a Albert Einstein si creía en Dios, este le respondió: "Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía de los existente regido por leyes, no creo en un dios que se ocupe de la suerte y de los actos humanos".
Ser excomulgado, pues, para Spinoza fue un alivio. Se despidió no solo de la comunidad sino de su propia familia. En el siglo XVII, todo el mundo pertenecía necesariamente a alguna religión formal. La iglesia o la sinagoga no eran solo espacios donde uno asistía a ceremonias religiosas, sino que constituían la comunidad misma de las personas y representaban un elemento básico de la identidad y la legitimidad en material social. Sin embargo, Spinoza ya no se convertiría al cristinianismo ni a ninguna otra fe.
Hostigado por su crítica de la ortodoxia religiosa, sus libros fueron incluidos en el Index librorum prohibitorum de la Iglesia católica(1679). Su obra circuló clandestinamente hasta que fue reivindicada por grandes filósofos alemanes de principios del siglo XIX: «Schleiermacher […] Hegel, Schelling proclaman todos a una voz que Spinoza es el padre del pensamiento moderno».
Pero Spinoza solo fue, de hecho, un elemento más de los grandes cambios que se produjeron en aquella época. El verdadero motor transformador fue el ecosistema donde se criaría Spinoza. Concretamente, Ámsterdam
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