Publicado por Paula Corroto
Todo escritor, filósofo, pensador, poeta, en definitiva, cualquier letraherido ha esgrimido algún aforismo sobre la soledad. Busquen en internet en frases célebres. Y rastreen después en redes como Twitter o Facebook, donde encontrarán centenares de ellas. A la gente le encanta compartirlas, quizás porque se sienten identificados, porque empatizan con ese dolor. Y ese miedo. Hasta la publicidad se ha hecho eco de ellas. Recuerden aquel eslogan de una operadora móvil que rezaba aquello de que la vida es mucho mejor compartida. Porque lo otro era quedarse más solo que la una en un bosque de Alaska, como proponía la película Into de Wild. Y eso parece ser que al ser humano no le mola nada.
Ahora fíjense en la cantidad de aplicaciones y webs que han surgido en los últimos años para contactar con otras personas y hallar pareja. Las hay desde las que se sustentan en la geolocalización por móvil hasta las que casi funcionan como una empresa de contactos donde tienes que introducir tus gustos, aficiones, etc. para ver si das con alguien compatible. Las que van más hacia el contacto casual y las que tienen como objetivo un emparejamiento más duradero. Y las conocéis todos: Lovoo, Badoo, Tinder, Zoosk, Grindr , AdoptaUnTío o las ya clásicas Meetic o eDarling. Y el listado podría ser mucho mayor.
Pregunto a mi alrededor —personas en la treintena, no nativos digitales— sobre el uso de estas aplicaciones y la respuesta es abrumadora. Prácticamente todo el mundo ha tenido o tiene su perfil en alguna de ellas. Y me siento un poco bicho raro. Como si no estuviera en el bar al que todos van, como si me estuviera perdiendo algo. Me pregunto también si tendrá algo que ver con nuestro ancestral miedo a la soledad. No porque yo no lo tenga, sino por si esta vía sirve para paliarla. ¿Por qué el éxito de estas aplicaciones? ¿Por qué todos andan medio locos con ellas? A veces he ojeado algún móvil ajeno en el que alguien se enviaba mensajes por WhatsApp y el nombre de la persona de contacto era «Fulanito Adopta» (de la web adoptauntio.es). ¿O no será que estas mismas apps están metiendo más miedo a quedarse solo? ¿Si no estás online no existes? ¿Un mensaje subliminal más de la sociedad de mercado? En su ensayo Por qué duele el amor, Eva Illouz mantiene que el amor, la compañía, se ha convertido en un bien capitalista más. Y como tal, como si fuera un coche, ahora dispones de una gama superamplia para poder elegir. Y miren todos los perfiles que despliegan esas apps. ¿Lo quieres blanco, negro, surfista, hipster, clásico? ¿Cómo es posible gestionarlo?
Igual pertenezco a las que preferirían que les hubieran dicho que les tocaba un coche Trabant como en la antigua URSS y Europa del Este y que se dejaran de historias. Si tengo más donde elegir mi frustración al no conseguirlo todo es mayor y de ahí a que se acreciente el miedo a la soledad va un paso. Pero este no es el sentir generalizado. Y, además, entran otros muchos otros factores para currarse una tarde un perfil. Si personalizo, me pierdo.
¿Que por qué estoy en…?
De hecho, así lo relatan varias personas que me han contado su experiencia con estas apps. La respuesta más contundente es que no tiene que ver mucho con el hecho de estar solo, sino con la falta de tiempo para conocer a otros. O con que ya les aburre ir de bares, salir, el rollo de siempre. O con que quieren hacer una criba antes de encontrarse cara a cara. O con que se sienten fuera del mercado tradicional. O con que, por ejemplo, en el caso de gais y lesbianas, les parece más fácil para salir del armario si además viven en una ciudad pequeña.
Sin embargo, no deja de ser síntoma de una falta. De cierto vacío. Cada vez más personas viven solas en nuestro mundo occidental. Es como si la tortilla hubiera dado la vuelta. Hace unas décadas el plan era estar con alguien. Sí o sí. Y lo envidiado era vivir solo en casa, sin ataduras, sin complicaciones. Ver la serie que te apetezca cuando te apetezca. Viajar. Ser un single molón. ¿Y ahora qué ha pasado? ¿Ya no gusta tanto?
«Sí, palían la soledad amorosa», se atreve a decir Mar, de treinta y cinco años, técnico ambiental y que usa AdoptaUnTío. «Yo creo que ayudan porque los posibles rechazo son más fáciles de encajar en la distancia. El problema es que la gente se aferra a ellas y evita el tú a tú a veces por inseguridad. Y por otro lado se han convertido un poco, las gais, las hetero no sé, en la dictadura del físico», añade Juan, periodista de treinta y seis años que tiene su perfil en Bender, Grindr, Scruff y GayRomeo. Para otros como Marta, de treinta y dos años, al frente de una pequeña empresa en internet y que ha pasado por eDarling y AdoptaUnTío, «sirven para combatir la soledad», pero no tanto para paliarla.
El psicólogo Enrique García Huete, de Quality Psicólogos y especialista en psicología clínica, quita hierro al asunto y señala que no es que ahora haya una mayor sensación de soledad ni que este dolor se haya acrecentado, sino que en nuestra sociedad contemporánea lo que se ha establecido es una especie de horror vacui. «Nos hemos acostumbrado a no estar en silencio y a no estar con nosotros mismos, por eso tenemos que rellenarlo», admite. Y para eso está el móvil que te permite estar continuamente conectado con otros. «Su uso depende también de la madurez de cada persona. Algunas se sienten bien al llegar a casa, hablar un rato con sus amigos y ponerse una película. Otros no y necesitan relacionarse más. Hay dos factores que influyen en esta cuestión: la predisposición genética y el entorno en el que se ha vivido. Las personas que nacen con muchos estímulos internos son muy introvertidas y los que nacen con pocos son muy extrovertidos, ya que no tiene estímulos internos suficientes y tienen que lanzarse a la calle para conseguirlos. Pero son los extremos. La mayoría de la gente es ambivertida. Hay gente que no necesita gente y otra que sí», sostiene este psicólogo.
A eso se suma la presión del grupo. Todos podemos acordarnos de nuestra adolescencia. Había que vestir de una manera, escuchar una determinada música, ir a donde iba todo el mundo. Suena duro, pero trasladen eso a la treintena. «Se está empezando a crear la sensación de que si no estás en estas aplicaciones te sientes fuera de juego. La presión de los iguales en cuanto todo el mundo está en la red, si no estás, estás fuera y no sabes lo que está ocurriendo. Y el peligro no es tanto el de la soledad, sino la dependencia. Hay personas que no saben quitarse el teléfono de encima», reconoce García Huete. Las empresas dueñas de estas apps han sabido explotar bien el fenómeno. Y yo ahora lo entiendo casi todo.
La cuestión, no obstante, es si funcionan. Si van a ser ese grial que ayude a comentar la jugada del trabajo al llegar a casa. Y en este punto las respuestas de los que las han probado son menos precisas. Sí, pero no.
«Al final, como ha sido toda la vida te conozcas donde te conozcas, das con gente maja y con anormales, también creo que se conoce a tanta gente a la vez que el mamoneo se dispara y cuesta mucho encontrar lo que una busca, que es alguien con ganas de sentar el huevo, porque al final es lo de siempre: los que parecen que van con esas intenciones no me molan y los que me molan van a picar todo lo que pueden», señala Nerea, de treinta y seis años, farmacéutica y que ha probado Lovoo y AdoptaUnTío.
Para Mar, aunque a su exnovio —su relación duró ocho años— lo encontró en aquellos viejos chats de los primeros 2000, su experiencia ahora es que se ha topado «desde tíos que querían sexo y lo decían de primeras o tíos que querían sexo anal y te lo decían ya en la cama… A hombres feúchos, sensibles o intelectuales que esperan seducir a las mujeres a través de su gracia y sus ideas… O chicos inseguros que sospecho que siguen siendo vírgenes a los treinta. Por lo general, para centrar la respuesta, diré que son hombres que están solos porque están separados y sus amigos ya tienen pareja, porque acaban de llegar a Madrid y no tienen amistades, porque han sido unos “viva la Virgen” y, al rondar los cuarenta, quieren reformarse… En principio, salvo una persona, puedo decir que no he encontrado lo que buscaba».
En el caso de Juan, que ha hallado a «gente normal y mucho gilipollas también», a veces sí se ha dado de bruces con la piedra filosofal, ya que encontró dos novios, «amigos y de los buenos, y algún que otro follamigo».
Pero entonces, ¿el sexo palía la soledad? ¿Es eso al fin y al cabo lo que queda? «Bueno, yo no he encontrado a personas de las que me haya enamorado. O por las que haya sentido una emoción sostenible en el tiempo. Y sí, he encontrado sexo. Por lo general, mal sexo. Pero esto creo que ya forma parte de mi experiencia personal y que no se puede generalizar», admite Mar. Para Juan, el 80 % de las primeras veces que quedas con una persona que has conocido a través de una de estas apps acaba en la cama. Y si eso es realmente lo que buscas, lo vas a encontrar. De ahí que haya una retahíla de fotos con las mejores posturas o las más sexy. Ya te puede gustar mucho leer a Dostoievski o escuchar a Bach que aquí lo que prima es que uno esté bueno/a. «Y los hay que son verdaderos expertos en marketing: te pongo foto de todos los deportes que practico, de mí leyendo un libro, de mis viajes, de mi perro, de mi moto… Otros solo piensan en verse más o menos guapos en la foto, aunque elijan una en la que tienen de fondo la Virgen con la que su abuela decora la estantería de su cuarto. Eso sí, los tíos odian los selfies con morritos, por mucho que la mayor parte de las candidatas se vean estupendas así», añade Mar. Así que se cumple la máxima: a follar que el mundo se va a acabar (y al menos esa noche ando ocupado/a)
No obstante, desde la empresa AdoptaUnTío, de origen francés, pero una de las preferidas en España y que sube como la espuma (la lanzaron aquí en 2013 y ya está en otros ocho países), no quieren que la app se asocie con esa búsqueda de la compañía y ni siquiera con la de sexo porque sí. «En nuestro caso, la gente entra por curiosidad, no es tanto por un asunto de soledad. Es algo diferente. Es una generación de nativos digitales», afirma una portavoz de la compañía. Precisamente, el rango de edad que más la usa va de los dieciocho a los treinta años, edades clave para hacer amigos, por otra parte.
¿Amigos para siempre?
Bien, entonces pasemos del asunto de la pareja y el sexo y centrémonos en, simplemente, conocer gente nueva. Es cierto que los trabajos aniquilan y que llega el momento en el que el círculo es el que es. Muchas personas sí tienen la necesidad de ampliar el horizonte y por las razones antes expresadas (no tengo tiempo, no me apetece ir a un bar, etc.) se acercan a estas apps, como dicen incluso desde AUT (Adopta Un Tío) «por el cachondeo» de hablar con unos y con otros. Por romper la timidez también.
Aquí me encuentro de nuevo con diferentes versiones. En ocasiones, como reconoce Juan, sí ha establecido contacto con personas que se han convertido en sus amigos. Marta también ha conocido a gente nueva que busca cariño. Al fin y al cabo estas apps son como entrar en una inmensa ágora y ponerse a hablar. Y para ello incluso los hay que han utilizado redes sociales en principio lejos de este objetivo como Twitter. «En cualquier sitio hay gente a la que merece la pena conocer. Aunque solo sea para entablar una amistad que no lleve a nada más», insiste Marta.
Pero, ay, la amistad de verdad —no la de salir y tomar unas copas que, como dijo un sabio, para eso valemos casi todos— es tan difícil como el amor. Las serendipias no andan pululando por la calle como nos gustaría. «Mi experiencia se queda en simples amistades y creo que pasajeras», reconoce Nerea. Mar es aún más contundente: «En la práctica, conoces personas más o menos compatibles que sí podrían convertirse en amigos. Pero que nunca lo hacen». Como apuntó otro sabio: también existe un cupo de amistades, aunque Facebook te permita tener más de cinco mil. Claro que aquí entraríamos en otra discusión y es a qué llamamos ahora amigo. La desvirtualización del concepto.
Precisamente, el psicólogo García Huete sostiene que la frustración que también generan estas apps se debe a que no todos tenemos los mismos objetivos cuando entramos en ellas. Y que, de hecho, se han observado diferencias de género en cuanto a su uso, si hablamos de contactos heterosexuales. «Los chicos, entre los treinta y treinta y cinco años, lo que quieren es ligar, divertirse un rato porque les es más fácil que ir a un bar a encontrarse con alguien. En cuanto a las chicas se ha observado que van más hacia la búsqueda de pareja o de una amistad sana y agradable. Y claro, aquí se produce el choque. La pirámide de prioridades es distinta», manifiesta.
Habrá quien lea este artículo y diga que encontró a su pareja o a buenos amigos gracias a estas aplicaciones. No se trata de demonizar. «Son positivas y negativas. Para mucha gente son un facilitador y ayudan a contactar», insiste el psicólogo, quien además no cree que se llegue a producir el famoso efecto Hikikomori (los chavales japoneses que nunca salen de su habitación), «ya que la gente queda, sale a la calle y se relaciona de forma física». Pero el mercado las puso ahí por algo: horror vacui.
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