martes, 5 de enero de 2021

rodrigo borgia, un papa sin escrúpulos

 si algo no le faltó nunca a Rodrigo Borgia fue la ambición. Cuando su tío Alfonso -conocido como Calixto III- se convirtió en papa en 1455, Rodrigo tuvo muy claro que algún día él también se sentaría en el trono de San Pedro. No escatimó esfuerzos para conseguirlo ni escondió sus propósitos y tal vez fuese por ello que se ganó la mala fama que se llevó a la tumba.

Muchas de los reproches que recibía Rodrigo Borgia por parte de sus enemigos eran prácticas comunes en la Iglesia.

Siendo justos, muchas de las faltas que se le reprochaban -su carácter arrogante, su nepotismo o su vida disoluta- eran práctica común en la Iglesia y de ellas pecaban también muchos de quienes le acusaban. Lo que no le perdonaron sus enemigos fue que se comportara como señor en tierra extranjera y especialmente que lo hiciera con toda desfachatez, sin preocuparse como mínimo de guardar las apariencias.

EL ASCENSO AL PODER

Al futuro papa la suerte le sonrió desde la cuna, aunque no se sabe cuando llegó a ella: su fecha exacta de nacimiento es desconocida, aunque algunas fuentes le asignan de manera arbitraria el primer día del año 1431. Nacido como Roderic Llançol i de Borja, pertenecía a una rica familia de Játiva en el Reino de Valencia. Los Borja se sentían orgullosos de su linaje, que se remontaba a la nobleza más antigua de la Corona de Aragón, lo cual influyó decisivamente en su carácter: para él la familia fue siempre el motivo y el propósito de sus acciones, incluso por delante de los intereses eclesiásticos que representaba.

Borja Zaragoza

La localidad de Borja, en la provincia de Zaragoza, era la cuna de la familia. Rodrigo descendía de dos ramas nobles, una aragonesa y otra catalana, que habían participado en la conquista de la taifa de Valencia y habían sido recompensados con tierras en el nuevo Reino de Valencia.

Imagen: Ayuntamiento de Borja https://bit.ly/34wWJ39

Cuando Alfonso de Borja fue elegido papa llamó a su sobrino a Italia para que terminara en la prestigiosa universidad de Bolonia sus estudios de derecho canónico. Allí italianizó su nombre como Rodrigo Borgia, un intento de ser mejor aceptado, puesto que las políticas expansionistas de la Corona de Aragón en tierras itálicas hacían que sus súbditos no fueran muy bien recibidos. La propia elección de su tío como papa había sido una solución de compromiso entre facciones enfrentadas en el seno del Colegio Cardenalicio.

Al margen de su carácter arrogante, Rodrigo Borgia fue un buen administrador y un hábil diplomático que consiguió traer algo de orden a la convulsa ciudad de Roma.

Aunque Calixto III solamente ocupó el solio pontificio durante tres años, le bastó y sobró para dar a su sobrino una sólida posición en el Vaticano, nombrándole cardenal y vicecanciller. Y no debió de ejercer mal puesto que los cuatro papas sucesivos -Pío II, Paulo II, Sixto IV e Inocencio VIII- no solo no le retiraron su favor sino que incluso lo aumentaron, algo especialmente notable para tratarse de un cardenal no italiano. Al margen de su carácter arrogante, fue un buen administrador y un hábil diplomático que consiguió traer algo de orden a la convulsa ciudad de Roma, caracterizada por un enfrentamiento entre la nobleza y la curia que había durado casi toda la Edad Media.

TODO POR LA FAMILIA

En esos tiempos Rodrigo ya dio muestras de todas las costumbres que siempre le criticarían. En primer lugar su afición a las mujeres, aunque el celibato no era obligatorio para un cardenal: tuvo al menos siete hijos conocidos con más de una mujer, aunque su preferida fue Vannozza Cattanei, una dama lombarda. Ella le dio cuatro vástagos que fueron los únicos que Borgia reconoció como herederos, aunque no estaban casados: Juan, César, Lucrecia y Jofré.

Rodrigo Borgia tuvo siete hijos. Los más famosos fueron César, su preferido, y su hija Lucrecia, ambos nacidos de su amante Vannozza Cattanei.

A todos ellos los favoreció con honores, títulos y tierras, hasta el punto de falsificar una bula papal para permitir la boda de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón a cambio del título de duque de Gandía para uno de sus hijos. César fue su preferido y el que cosechó más fortuna, especialmente cuando Rodrigo fue elegido papa. En cambio Lucrecia fue la que salió peor parada, ya que las ambiciones políticas de su padre la forzaron a casarse tres veces y se llevó a la tumba una leyenda negra que incluía acusaciones de asesinato e incesto.

Su descarado nepotismo le valió el desprecio de muchos de sus colegas cardenales, en especial del que sería su más acérrimo rival, Giuliano della Rovere, con quien competiría por la tiara papal en el cónclave de 1492. Finalmente Borgia resultó vencedor y, aunque Della Rovere siempre le acusó de haber sobornado a los cardenales, nunca pudo demostrarlo. Resulta factible pensar que fue así teniendo en cuenta su ambición, pero no es menos plausible que se debiera a su extraordinaria habilidad diplomática, puesto que sabía que las promesas podían ser igual de persuasivas y más discretas que el dinero. Y, a pesar de que muchos lo odiaban, es igualmente cierto que otros muchos le respetaban.

Apartamentos Borgia

Alejandro VI encargó a Pinturicchio la decoración de sus habitaciones privadas en el Palacio Apostólico, lo que hoy se conoce como Apartamentos Borgia. Varios de los frescos incluyen a miembros de su familia, como él mismo en esta representación de la Resurección (abajo a la izquierda).

Imagen: Museos Vaticanos

EL PADRINO DEL VATICANO

Una vez elegido papa, Rodrigo Borgia -ahora Alejando VI- acentuó aún más su política nepotista y usó el Estado Pontificio para su propio interés y para el de su familia. Consciente de que para muchos cardenales los Borgia serían siempre unos extranjeros, trató de consolidar su poder en Italia como nobles y no como eclesiásticos. El ejemplo más claro de ello fue César, que se convirtió en auténtico señor de muchos territorios en la Romaña que en teoría estaban bajo la autoridad del Vaticano. Los tres matrimonios de Lucrecia debían servir para garantizarle una sólida posición en la nobleza italiana, pero solo lograron hacerla infeliz y arrastrar por el fango el nombre de la familia a causa del asesinato de su segundo marido, el hijo ilegítimo del rey de Nápoles.

También en política exterior se comportó como el estratega que ya había demostrado ser antes de su elección. Esta política estuvo dictada por un acontecimiento clave, la llegada de Cristóbal Colón a América en 1492. Las perspectivas que ofrecían aquellos territorios convertían a los reyes Fernando e Isabel, a quienes ya había favorecido en el pasado, en los mejores aliados posibles y por ello no dudó en ganarse de nuevo su favor otorgándoles el título de “Reyes Católicoscon el que han pasado a la historia, obteniendo a cambio beneficios para los Borja en su tierra natal.

El papa Borgia escribió el destino de América, dando al Reino de Castilla el derecho de conquista del continente y el monopolio de las rutas comerciales atlánticas.

No es exagerado decir que fue el papa Borgia quien escribió el destino de América. En 1493 publicó las Bulas Alejandrinas, que daban a la Corona de Castilla -pero no a la de Aragón, puesto que había sido Isabel quien había financiado la expedición- “el dominio sobre tierras descubiertas y por descubrir en las islas y tierra firme del Mar Océano, por ser tierras de infieles en las que el Papa, como vicario de Cristo en la Tierra, tiene potestad para hacerlo”. Alejandro VI delegaba esta potestad en los reyes de Castilla, lo que en la práctica sancionaba la conquista de América con la condición de evangelizarla. Además, establecía que la ruta occidental a las Indias estaba bajo jurisdicción castellana, por lo que nadie podía embarcarse hacia América sin autorización de la Corona so pena de excomunión: es decir, daba a Castilla no solo el derecho de conquista del “Nuevo Mundo” sino también el monopolio de las rutas comerciales atlánticas.

EL JUICIO DE LA POSTERIDAD

Alejandro VI fue muy criticado ya en vida. Maquiaveloescribió de él que “no hizo nunca otra cosa que engañar al prójimo”, lo que a menudo le salió bien; también tuvo ocasión de conocer a César, que le inspiró para escribir su obra El príncipe. Los Borgia reflejaban exactamente su convicción de que el ejercicio del poder, cuando era efectivo, a menudo no respondía a criterios éticos, sino prácticos.

No fue ni mucho menos el único papa en emplear métodos poco éticos para lograr sus objetivos, pero sí uno de los que lo hizo con menos pudor y, sobre todo, en contra de los propios intereses del Estado Pontificio. La conquista del poder solo en favor de su familia fue al final su ruina: Rodrigo Borgia murió en agosto de 1503 tras un banquete en el que todos los invitados cayeron enfermos, algo que siempre ha suscitado sospechas; incluso se ha dicho que formaba parte de un complot del propio Borgia para asesinar a sus enemigos y que él mismo resultó envenenado por error. Con su desaparición se esfumó todo el poder de César, que tuvo que renunciar a sus feudos de la Romaña ante la amenaza del antiguo rival de su padre, Giuliano della Rovere, ahora elevado a la dignidad de papa con el nombre de Julio II.

A pesar de la percepción mayoritariamente negativa por parte de los historiadores, lo cierto es que Rodrigo Borgia gozó de una cierta popularidad entre el pueblo llano de Roma.

Sin embargo, a pesar de la percepción mayoritariamente negativa por parte de los historiadores de su tiempo, lo cierto es que gozó de una cierta popularidad entre el pueblo llano de Roma, cuyas condiciones de vida mejoraron durante su pontificado. La razón principal fue que actuó con mano dura contra los delincuentes y nombró supervisores que garantizasen el orden público y la seguridad. También demostró ser un hábil gestor y no perder nunca la ocasión de obtener nuevos ingresos; por ejemplo, permitiendo la estancia de los judíos tras su expulsión del territorio español a cambio de un impuesto. Esto le permitió empezar el mecenazgo que, bajo el mandato de su archirrival Julio II, convertiría a Roma de nuevo en una gran capital.

Lo que sí resulta innegable es que Rodrigo Borgia no destacó por una gran nobleza personal: era ambicioso, traicionero, manipulador y cruel si le era necesario, cualidades más propias de un príncipe del Renacimiento que del que se llamaba a sí mismo Vicario de Cristo. El ascenso y caída de su dinastía, así como el recuerdo que dejó, parecen contradecir a Maquiavelo cuando defendía que, ante la duda, era mejor ser temido que amado.

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