Lo más maravilloso del Misterio Salvador es que Dios para redimirnos se haga uno a nosotros en todo, excepto en el pecado. En este VI Día de la Octava, seguimos viendo al Señor hecho criatura en un Portal. Contemplamos cómo llora en un Pesebre el Autor de la vida y la alegría. Vemos pobre al que es la única Riqueza que puede colmar las aspiraciones de los hombres. El Misterio de Belén hace que revivamos de las cenizas, porque antes estábamos muertos por el pecado y ahora somos hijos en el Hijo.
En medio de la noche Dios irrumpe en la historia de la humanidad para mantenernos despiertos ante su Venida definitiva al final de los tiempos. En distintas ocasiones y de muchas maneras, habló Dios a los hombres. En esta etapa final, nos ha hablado por medio del Hijo, al que ha nombrado Heredero de todo. Mientras tanto, nos invita a prepararnos con el mismo corazón que María y José en el establo.
La palabra se hizo Carne, y plantó su tienda entre nosotros. Y hemos contemplado su Gloria. Gloria propia del Hijo Único del Padre, lleno de Gracia y de Verdad. A Dios nadie lo ha visto jamás. El hijo Único que está en el Seno del padre, es quien nos lo ha dado a conocer. También este día es la traslación de los restos del Apóstol Santiago desde Palestina hasta las costas de Iria Flavia, en Hispania.
Posteriormente el obispo Teodomiro descubrirá esas luces y ese resplandor en el campo estrellado de forma que se llamará Santiago de Compostela, cuya palabra proviene del latín “campo de estrellas. Desde entonces España se siente protegida en la Fe por su Patrón que nos trajo el amor de Dios que, al cumplirse la plenitud de los tiempos envió a su Hijo nacido de Mujer y bajo la Ley para rescatar a los que sufrían el peso del pecado.
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