Publicado por Bernardo Ortín
Las convicciones pueden ser mayores enemigos
de la verdad que la propia mentira(Nietszche)
Historia del telescopio
Galileo había oído hablar de la invención del telescopio en los Países Bajos y construyó uno más perfeccionado. Una de las primeras cosas que hizo con él fue mirar a la luna. Ahora bien, en su tiempo, y de acuerdo con el conocimiento establecido, la luna, al igual que los otros cuerpos celestes, tenía que ser perfecta. Se pensaba que era perfectamente redonda y llana. Cuando Galileo la observó a través de su telescopio se dio cuenta de que esa concepción era incorrecta ya que, aparentemente, existían montañas en ella. Algunas zonas de la superficie lunar no se veían tan diferentes de las que uno podría esperar encontrar en la tierra si se la mirase desde la misma distancia a través de un telescopio. Pero decir esto era una herejía. Los cielos no podían parecerse a la tierra. Galileo persistía en afirmarlo, y escribió un corto informe sobre sus observaciones, que fue alabado por unos, y atacado por otros. Cuando invitó a algunos de los que lo atacaban a que mirasen la luna a través de su telescopio, ellos declinaron su ofrecimiento. La mera observación, realizada por los seres humanos con sus imperfectos sentidos, no podía, obviamente, servir para refutar la aceptada y autorizada enseñanza existente entonces sobre la luna que era lógica y consistente en relación con el principal cuerpo de doctrina entonces dominante —la enseñanza según la cual la tierra y todo el mundo sublunar eran imperfectos, mientras que la luna, el sol y las estrellas, seres cercanos al cielo, eran perfectos—.
Existían entonces una diferencia que no debe ser olvidada: el conocimiento revelado y el conocimiento deductivo o axiomático no estaban abiertos a la comprobación empírica.
(Norbert Elías [1]).
Para poder comprender la realidad, las personas realizamos dos transformaciones de lo que percibimos del mundo. La primera es sensorial y la segunda de tipo lingüístico. Con distintas generalizaciones, eliminaciones y distorsiones de la realidad atribuimos significados a nuestro pensamiento y generamos nuestra constelación de creencias, criterios y valores.
No hay que prejuzgar a los hombres por sus opiniones, sino por lo que estas opiniones hacen de ellos.
(Regla de oro de Linchtenberg[2]).
Estudios epidemiológicos recientes han demostrado que lo que las personas opinan de su propia salud tiene relación con su salud real. En estas investigaciones se solicitó a los sujetos, en similares condiciones físicas, que calificaran su salud de excelente, buena, regular y mala. Esto constituyó un magnífico factor para predecir el tiempo que vivirían. Quienes creían tener mala salud mostraron tres veces mayor propensión a morir en los siete años siguientes.
En otro orden de cosas, los estudios psicológicos realizados en empresas con el objetivo de seleccionar personal con una característica determinada, como identificar profesionales «creativos», dan como resultado que los profesionales más creativos suelen ser los que creen de sí mismos que lo son.
En el campo de la enseñanza, muy a menudo los alumnos reflejan un rendimiento académico influido por lo que el profesor cree que estos son capaces de hacer.
Investigaciones de la salud en el campo de la psiconeuroinmunología atribuyen al factor inespecífico de curación, conocido como efecto placebo, hasta un 40 % del éxito en los tratamientos. La relación entre las creencias del paciente y la efectividad de su sistema inmunitario es ya indudable para la comunidad científica.
Es incuestionable la importancia de las creencias sobre la comunicación y la percepción que tenemos de la realidad. Desde una perspectiva práctica hay que recordar que dirigimos nuestra energía hacia donde dirigimos nuestra atención. Algunas técnicas diagnósticas de salud o desórdenes psíquicos tienen relación con lo que estamos diciendo: contrastan las afirmaciones que hace el paciente con la fuerza muscular mayor o menor que manifiesta mientras piensa en sus creencias. También existen técnicas de adivinación del pensamiento basadas en este principio: el cuerpo humano se orienta muscularmente hacia el objeto de la sala en el que está pensando, lo cual facilita la tarea del «adivinador del pensamiento» si tiene buenas dotes de observación.
La dificultad estriba en el hecho de que mientras confirmamos nuestras creencias perdemos la posibilidad de verificar que la realidad puede comportarse de un modo alternativo en algunos casos concretos. Dicho de otro modo: tomemos el caso de un caballo que ha sido tratado con reflejo condicionado. Le han enseñado a levantar la pezuña del suelo, poniéndole bajo ella una plancha metálica que le da pequeñas descargas eléctricas cada vez que se enciende una bombilla roja que él ve. Con el tiempo, el caballo levanta la pezuña solo con ver la luz roja. Y lo más importante es que cada vez que retira la pata de la plancha metálica pierde la oportunidad de verificar si en esta ocasión concreta había descarga eléctrica. Este es el mecanismo básico de construcción de creencias.
Las creencias responden al patrón de «todo o nada» y se rigen por el mecanismo de profecía autocumplida: anotamos lo que las confirma y eliminamos o distorsionamos las experiencias que no las confirma. Algunas personas pueden sufrir ataques de asma ante flores de plástico, si creen que son verdaderas. Las creencias tienen reacciones bioquímicas en nuestro organismo.
El caldo de cultivo del proceso es la confirmación de un criterio y la coherencia con él. Si tenemos un fuerte impulsor psíquico que nos ordena «sé fiel a ti mismo» podemos sufrir problemas más o menos serios de adaptación y flexibilidad ante el mundo. Hostilidad, depresión y frustración surgen de nuestras propias creencias acerca de nosotros mismos y acerca de la realidad circundante.
Las creencias son los principios por los que nos guiamos, sean ciertos o no. Son los criterios por los que actuamos y no los que declaramos creer necesariamente. Se manifiestan en los hechos, no en las palabras. De hecho, no suelen deducirse de un marco lógico, sino que, más bien verifican con la experiencia aquello que previamente andaban buscando.
Una creencia es una formulación lingüística acerca de la experiencia. Las creencias surgen como generalizaciones sobre causas, significados y límites y pueden estar relacionadas con escenarios o contextos en los que se desenvuelve nuestra vida, comportamientos, capacidades personales e incluso con nuestra propia identidad.
Las personas experimentamos cosas en la vida y después generalizamos la experiencia hasta convertirla en un criterio más o menos general.
Las creencias básicas son los conceptos esenciales a los que nos atenemos y conforman la base de nuestra identidad. Son parte de un proceso adaptativo inevitable. Definen los sentimientos que cada uno tiene sobre sí mismo y sobre el mundo con el que se relaciona y actúan como elementos referenciales de nuestro comportamiento y nuestro pensamiento.
Las creencias funcionan como un enmarcado del pensamiento y del comportamiento. Por ejemplo, las personas votan a sus candidatos políticos no tanto en función de sus intereses, sino en función de la coincidencia que este tenga con su propio encuadre de la vida. Esto es, con la coincidencia que tenga el candidato con el sistema de creencias del elector[3].
Por ejemplo, un hombre casado durante muchos años me contó que fue interpelado por su esposa. Le pide que colabore más en las tareas domésticas. Ella misma comprende que se ha puesto muy exigente de modo repentino, pero confiesa haber callado demasiado tiempo y no puede más. En realidad, el hombre no acaba de aceptar lo que ella le dice y sin embargo, cree que ella ya no le ama y prefiere decirle lo de la casa para no afrontar la verdad.
Otra persona me dijo que algunas temporadas que ha dejado de fumar cree que vale menos, que se convierte en alguien menos interesante para agradar a los demás.
Las creencias suelen ser de naturaleza dicotómica: agrupan las experiencias en positivas y negativas. Funcionan como criterio de comparación entre nuevas y viejas experiencias. Sirven para calcular riesgos y predecir resultados derivados de nuestras decisiones. De este modo las creencias se convierten en limitantes y potenciadoras.
Si juzgamos buena una cosa es porque la deseamos.
(Spinoza. Sobre el deseo)
Tipos y clases de creencias
Estos son mis principios
y si no le gustan tengo otros(Groucho Marx)
Las creencias limitantes más comunes y limitantes en materia de salud suelen responder a los siguientes ámbitos:
- Creencia de que el objetivo deseado es inalcanzable, independientemente de las propias capacidades. Consecuencia: desesperanza.
- Creencia de que el objetivo es posible pero no se tienen las capacidades necesarias para alcanzarlo. Consecuencia: indefensión, inacción.
- Creencia de que no merecemos alcanzar el objetivo a raíz de algo que hicimos o dejamos de hacer. Consecuencia: culpa, apatía.
Los tipos de creencias más comunes son:
Sobre causas: si creemos que algo es la causa de algo, nuestro comportamiento se orientará a que ese algo acontezca. «Tengo mal genio porque mi padre también lo tiene». Sin embargo, hay que recordar que en muchas ocasiones el origen de algo no es la causa de que se produzca.
Sobre significados: ¿qué significa la enfermedad? ¿Quién la padece la merece? «Mi modo de sufrir significa que soy débil».
Sobre la identidad: estas creencias incluyen causas, significados y límites. Son las creencias más determinantes y difíciles de cambiar. «Soy insensible a los demás», «soy inútil», «soy torpe», «en realidad no merezco otra cosa»…
Le apetece el campo hasta a quien no le gusta
(Fernando Pessoa[4])
La historia de los mineros
Hay una historia que dicen es verídica. Aparentemente sucedió en algún lugar de África. Seis mineros trabajaban en un túnel muy profundo extrayendo minerales desde las entrañas de la tierra. De repente un derrumbe los dejo aislados del exterior sellando la salida del túnel. En silencio cada uno miró a los demás. De un vistazo calcularon su situación. Con su experiencia, se dieron cuenta rápidamente de que el problema sería el oxígeno. Si hacían todo bien les quedaban unas tres horas de aire, cuando mucho tres horas y media. Mucha gente de afuera sabría que ellos estaban allí atrapados, pero un derrumbe como este significaría horadar otra vez la mina para llegar a buscarlos. ¿Podrían hacerlo antes de que se terminara el aire? Los expertos mineros decidieron que debían ahorrar todo el oxigeno que pudieran. Acordaron hacer el menor desgaste físico posible, apagaron las lámparas que llevaban y se tendieron todos en el piso. Enmudecidos por la situación e inmóviles en la oscuridad era difícil calcular el paso del tiempo. Incidentalmente solo uno de ellos tenia reloj. Hacia él iban todas las preguntas: ¿cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora? El tiempo se estiraba, cada par de minutos parecía una hora y la desesperación ante cada respuesta agravaba aún más la tensión.
El jefe de los mineros se dio cuenta de que si seguían así la ansiedad los haría respirar mas rápidamente y esto los podía matar. Así que ordenó al que tenia el reloj que solamente él controlara el paso del tiempo. Nadie haría más preguntas, él avisaría a todos cada media hora. Cumpliendo la orden, el del reloj controlaba su maquina. Y cuando la primera media hora paso. Él dijo: «ha pasado media hora».
Hubo un murmullo entre ellos y una angustia que se sentía en el aire. El hombre del reloj se dio cuenta de que a medida que pasaba el tiempo, iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a nadie decidió que ellos no merecían morirse sufriendo. Así que la próxima vez que le informo la media hora, habían pasado en realidad cuarenta y cinco minutos.
No había manera de notar la diferencia, así que nadie siquiera desconfió. Apoyado en el éxito del engaño la tercera información la dio casi una hora después. Dijo «pasó otra media hora». Y los cinco creyeron que habían pasado encerrados, en total, una hora y media y todos pensaron en cuán largo se les hacía el tiempo. Así siguió el del reloj, a cada hora completa les informaba que había pasado media hora. La cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en que cámara estaban atrapados, y que sería difícil poder llegar antes de cuatro horas. Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos. Encontraron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia… el que tenía el reloj.
Notas
[1] Norbert Elías. (1994) Conocimiento y poder. Madrid: Endymion. Pág. 76
[2] En Watzlawick, P. (1992): El arte del cambio. Barcelona: Herder. Pág. 33.
[3] Lakoff, G. (2007): No pienses en un elefante (Lenguaje y debate político. Madrid: Editorial Complutense.
[4] Pessoa, F. (1985): El libro del desasosiego. Barcelona: Acantilado. Pág. 130
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