Leí el otro día que estos últimos 25 años hemos aprendido más sobre los dinosaurios que en todos los años de investigación anteriores. Esto significa que hemos sido capaces de desentrañar enigmas de naturaleza impenetrable, tomando nada más que pedacitos de tierra para analizarlos en complejas máquinas. Enigmas que reposaron durante eones bajo el suelo que pisamos. Parece ser que solo hizo falta escarbar para encontrarlos. Sin embargo existe una diferencia radical entre el cómo, cómo se alimentaban los dinosaurios, cómo era su apariencia, cómo se extinguieron, cómo caminaban, y el por qué (excluyendo como es lógico preguntas del estilo por qué come y camina un dinosaurio).
El por qué es apasionante porque se trata de un enigma que apunta en exclusiva al ser humano, solo nosotros hacemos uso de la imaginación para justificar actos en apariencia incomprensibles. Hablamos y escribimos para explicarnos, y, si no encontramos una voz o un puñado de letras que nos lo expliquen, puede ser que jamás los comprendamos. Así funciona. Nos encontramos que mientras hemos descifrado el cómo de infinitud de misterios, todavía no hemos sido capaces de aclarar en gran medida el por qué de nuestros antepasados - por qué empezaron a rezar a los dioses, por qué se separaron del mundo animal, por qué se alejaron de las ricas selvas para sumergirse en la aridez de los desiertos -, y objetos tan visibles como el monumento de Stonehenge, siguen siendo un enigma para nosotros.
Qué sabemos de Stonehenge
El monumento megalítico más famoso de Europa (del griego megas, grande, y litos, piedra) se encuentra situado a 130 kilómetros al suroeste de Londres, en el condado de Wiltshire, Inglaterra. Destaca en el centro de una amplia llanura de hierba verde y fresca, alejado de los frondosos bosques británicos. Su forma circular está compuesta por un círculo externo y otro círculo interno de 80 piedras rectangulares y menhires, algunas de las cuales alcanzan la asombrosa cifra de 4 toneladas. Y aunque parezca curioso, las piedras no proceden de la región donde se encuentra el monumento, sino que fueron traídas por sus constructores desde las montañas Prescelly, a 240 kilómetros de Stonehenge.
Su estrambótica geometría hizo que los pobladores medievales de la región pensaran que se trataba de una obra del Diablo, quizá de hechiceros afines a él. El historiador y clérigo Godofredo de Monmouth incluso llegó a señalar en 1136 que fue el mismísimo Merlín, tras la muerte del rey Arturo, quien levantó este templo en honor a 460 nobles britanos que habían sido asesinados por un rey sajón.
Los datos se resbalan entre las manos del investigador como escarcha del mediodía, y corren a esconderse bajo las piedras del monumento. Muy pocos pueden sujetarse con firmeza. Se conoce que su construcción se prolongó a lo largo de los siglos, entre el 2800 a. C y el 1600 a. C, lo cual resulta curioso: durante más de mil años, los hombres supieron con absoluta precisión por qué traían piedras desde montañas tan lejanas como las de Prescelly y ahora, cuando sabemos tanto sobre los dinosaurios, parecemos haber perdido sin remedio una de las bases que nos definen a nosotros, los humanos. Supone una extraña paradoja.
La colocación de las piedras sería uno de los datos más reveladores. En la puesta de sol que marca el solsticio de verano, en la noche que va del 20 al 21 de junio, el astro rey se zambulle en la tierra después de rozar la Piedra del Talón, situada en la entrada de la construcción. Alrededor de mil hogares llegaron a reunirse siglos atrás alrededor del monumento, señalándolo inequívocamente como un poderoso centro de vida y comercio durante sus años dorados. Por otro lado, se han descubierto en torno a cincuenta cadáveres carbonizados y enterrados muy próximos a Stonehenge, y esta es una valiosa pista que veremos más adelante.
Teorías sobre su finalidad
El por qué no siempre consigue encontrarse. Es lógico porque su respuesta no se encuentra enterrada bajo tierra, no basta con traer hasta aquí un bulldozer y ponerse a quitar paladas a toneladas, quiero decir, no hay máquinas que consigan descubrir el por qué, no si no se le introducen suficientes datos en ellas para averiguarlo. Ninguna máquina podría encontrar la respuesta que se guarda en la mente de sus constructores, allí dormida. Y es una lástima que no quede ninguno que podamos interrogar. Las teorías que pretenden explicar el origen de Stonehenge son de lo más variadas, algunas alocadas, otras en extremo curiosas; todas ellas han requerido de profundizar en las mentes de estos constructores desaparecidos y, por esta razón, inevitablemente, cabalgan a medio camino entre la realidad y la imaginación.
Aquí va una curiosa: el arqueólogo británico Alfred Watkins descubrió en sus viajes por Gran Bretaña que “una red de líneas que resaltan como alambres candentes sobre la superficie de la Tierra, cruzándose en los solares de las iglesias, en las piedras antiguas y otros puntos de santidad tradicional”. Esto le llevó a asegurar que todos los focos espirituales de Europa estaban conectados por estas líneas invisibles, generando una corriente ideológica conocida como las líneas ley, por las que según Watkins circulaba una fuerza telúrica. Señaló Stonehenge como un importante cruce entre estas líneas. Teoría por lo habitual rechazada por los expertos, que consideran que dada la riqueza cultural, histórica y religiosa de Europa, es casi imposible trazar una línea recta sin que sobrepase un centro espiritual.
El profesor de ginecología Anthony Perks lo calificó en 2003 como un monumento por la fertilidad, ya que su apariencia vista desde el aire se asemeja a los órganos genitales femeninos. El círculo interno correspondería a los labios menores y el círculo externo a los labios mayores de la vulva.
La teoría más difundida es aquella que lo señala como un centro de ceremonias druidas. Los druidas, sacerdotes de las religiones celtas, vagaban a sus anchas por esta región y su influencia sobre las personas bien podía haber conseguido que realizaran el colosal esfuerzo de traer las piedras para construir el monumento. Aunque se suele decir que los druidas lo utilizaban para algún tipo de ritual solar, también se niega porque los sabios solían habitar los bosques (que era el lugar donde vivían los espíritus que trataban). Un dato a tener en cuenta porque Stonehenge tiene, entre otras diferencias con los ritos druídicos, una localización alejada de los bosques y de cualquier árbol en realidad, estando situado en una llanura. Pero siguen las teorías: unos piensan que se trataba de una construcción mágica cuyas piedras se colocaron siguiendo un esquema cósmico, otros dicen que fue el único método que se les ocurrió a los primeros pobladores sedentarios de Stonehenge para marcar su territorio....
Stonehenge a lo largo del mundo
Uno de los métodos más útiles para comprender el uso de Stonehenge se da en los diferentes monumentos megalíticos que pueblan Europa. Quizá, si se encontrase el por qué de uno de ellos, resultaría más sencillo desenhebrar el hilo que envuelve las rocas británicas.
El círculo de Goseck en Alemania, datado como el observatorio solar más antiguo de Europa con 7.000 años de antigüedad, lo componen un conjunto de empalizadas circulares que debieron alcanzar los 20 metros de altura. El hallazgo de cuerpos enterrados junto al complejo, de una forma poco habitual en los ritos funerarios de la época, indica que es posible que se realizaran sacrificios humanos dentro del círculo. El lector puede apreciar que el por qué se mantiene incógnita, seguimos descifrando el cómo. Sin embargo puede aportar algo de luz al misterio de Stonehenge y los cincuenta cuerpos carbonizados. También en Alemania llama la atención Sternsteine, una gigantesca estructura compuesta por cinco pilares de rocas en el bosque de Teutoburgo. En su interior pueden encontrarse cuevas, grutas y cámaras utilizadas por los ritos paganos y, pese a que muchos de sus usos siguen siendo un enigma, desde 1823 se piensa que fue utilizado para estudiar los solsticios. Otro dato curioso es que se encuentra en una latitud muy similar a la de Stonehenge.
Los 3.000 menhires colocados en filas en Carnac, Francia, suponen otro misterio de apariencia inexpugnable. Cómo los colocaron es sencillo: fueron tallados por maestros artesanos, llevados hasta aquí haciendo uso de cuerdas y fuerza bruta y plantados en la tierra. Por qué los colocaron, eso no se sabe. Aquí también se abre el abanico de las teorías, siendo la más aceptada aquella que indica que Carnac fue en tiempos pasados una región próspera, y utilizaron los menhires para marcar los límites de su fecundo territorio. Una idea parecida a la que asegura que Stonehenge se trata de nada más que la marca de una civilización.
Los dólmenes españoles también pueden aportar pistas al acertijo. Por ejemplo el dolmen de Sorginetxe, en Álava, fue utilizado como monumento funerario por los ganaderos de la zona. Los dólmenes de Antequera, cuyos usos también han sido víctimas de todo tipo de teorías, aportan minúsculas islas de evidencia en este mar de los misterios. El cómo lo hemos aprendido de memoria. El por qué quizá nunca se descubra, incluso podríamos decir que su pregunta tampoco existe. Siendo, como tantas otras ideas, una de respuestas sin preguntas y preguntas sin respuestas. Por el momento será el lector quien deba hacer un balance entre la imaginación y la realidad, buscando el punto exacto en que se encuentran; igual que el sol de primavera se despide todos los años de los hombres, mientras roza con delicadeza la Piedra del Talón.
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