El mensaje de Michael Sandel no es complaciente, ya lleva tiempo preocupado por las trampas de la meritocracia, la globalización, el pensamiento neoliberal, la tecnocracia. Su ideario filosófico se basa en la consecución del bien común: ese punto donde confluyen gentes de todas las clases, todas la razas, todos los niveles educativos y el resultado (ideal) es el mejoramiento de todos. No se trata de una búsqueda romántica de igualdad, sino del interés genuino en que el conjunto de la sociedad sea capaz de apreciar la diferencia entre valor social y valor económico.
Sandel, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Harvard, ha participado en la II edición del Foro TELOS, que organiza Fundación Telefónica. Esta vez no ha llenado auditorios pero, a través de la pantalla, hemos podido verlo y escucharlo como si hablara solo para nosotros. El mensaje es alto, claro, directo: hay que valorar a la gente por el aporte que haga al bien común.
Solidaridad y pandemia
“Moralmente no estábamos preparados para esta pandemia”, afirma Sandel. Y es que estos meses de emergencia sanitaria han puesto de manifiesto la tremenda desigualdad económica que se ha producido en las últimas décadas.
Esta brecha, unida a la que produce la meritocracia, parece haber encerrado a los “vencedores” de la carrera del mérito en una burbuja que invisibiliza a quienes lo están pasando mal y hace de la solidaridad un dios menor en el panteón del capitalismo neoliberal. De ahí la acusación de Sandel de la pérdida de los principios morales necesarios para afrontar esta pandemia.
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Reclama también que durante estos meses los famosos del mundo, desde políticos a celebrities, lanzaron un mensaje perfecto como #hashtag en cualquier red social: “Estamos juntos en esto”, una frase que suena reconfortante a oídos de cualquiera pero que, si se analiza un poco, se descubre vacía de contenido pues no describe a la sociedad actual, tan desigual e insolidaria.
Allá por marzo, en los primeros meses de este shock global, la otra versión que circulaba era “vamos todos en el mismo barco”, que también sonaba bien hasta que alguien puntualizó, “en el mismo barco no, estamos todos en el mismo mar, pero unos van en yate, otros en ferry, otros en patera”. Y también hay quien va aferrado a una tabla, podemos añadir. De esa desigualdad es de la que habla Sandel.
Puede que el ejemplo más patente de la inequidad en estos meses distópicos de 2020 haya sido la división del trabajo. La gran brecha entre quienes han podido conservar su empleo y trabajar desde casa, sin exposición ni riesgo, y los que por la naturaleza de sus funciones no han tenido más opción que salir a la calle y exponerse al virus (y los que se han quedado sin trabajo). Así pues, ese ying-yang perverso de ganadores-perdedores económicos se ha vuelto ahora más real y evidente.
La cuestión es que, según Sandel, en este tiempo hemos visto que sin personal sanitario, trabajadores industriales, repartidores, mozos de almacén, dependientes, camioneros y un largo etcétera saliendo de sus casas a trabajar, la vida de una ciudad, de un país, puede congelarse. La paradoja es que, además de que no suelen estar bien pagados, esos trabajos son poco reconocidos. Y ahora resulta que son trabajadores esenciales.
Talento, ayuda y suerte
Aquí es donde nos encontramos con la última piedrita que nos ha metido Sandel en los zapatos: sus dudas acerca de la idoneidad de la meritocracia como método para establecer una escala de valor social, su certeza de que la meritocracia “resulta corrosiva para el bien común”. De hecho, es el tema central de su último libro: La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común?(Debate, 2020).
La meritocracia parte de la idea de que, en igualdad de condiciones, los que triunfan son los mejores. Suena tan atractiva que, durante años, partidos de distinto signo en distintos países la han hecho parte de su proyecto.
Para Sandel el problema está en que nadie pone en duda la promesa de que “si te esfuerzas conseguirás el éxito”. Y, así, los que triunfan creen que lo han hecho por sí mismos y que merecen todas las recompensas recibidas, mientras que los que se quedan atrás se dicen: “No he sido capaz, soy un fracaso”. Estas creencias han generado arrogancia en unos, desmoralización en los otros, y han contribuido a la indignación y al rechazo hacia las élites meritocráticas.
Sandel profundiza en los factores para el éxito que la meritocracia no ve: además del talento, también cuentan (¡y cuánto!), la ayuda, la suerte: ¿Es realmente cosa de quien triunfa que tenga los talentos que la sociedad valora y premia, o es cuestión de buena suerte? ¿Y qué hay de su deuda con quienes le han ayudado, con su familia, sus amigos, la comunidad o incluso la época en que vive?
Su impresión es que habría que reflexionar sobre el papel de la suerte y la ayuda recibida en el éxito personal para poder mirar a los menos afortunados y pensar: “Si no fuera por mi derecho de nacimiento, por la gracia de Dios o por simple suerte, yo podría estar así”. Sería una buena manera de neutralizar la actitud tóxica hacia el éxito de la sociedad actual.
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