Siglo II de nuestra era. Nos encontramos en la Roma imperial. Un extraño culto conocido como mitraismo llega a la capital y nada menos que el emperador Cómodo siente un denodado interés por conocer en qué consiste. Un sumo sacerdote lo conduce a un espacio ritual situado en Ostia Antica, el puerto costero de Roma. Para ser iniciado, tiene que llevar a cabo un rito de paso tras el cual le será revelado un misterio. El lugar es un recinto subterráneo de forma rectangular no muy grande y con un techo abovedado en el que se observan tachonadas las estrellas del firmamento. Se trata de un mitreo. En la cabecera de este espacio vemos una escultura del dios Mitra apuñalando a un toro. Es la imagen icónica de este credo, la que se conoce como tauroctonía, en la que aparece una serie de animales como la serpiente, el perro o el escorpión, a los que se atribuye un significado astrológico. Tras llevar a cabo un sacrificio ritual, el emperador recibe el mensaje secreto. Cómodo es ya, formalmente, un adepto a Mitra.
Aunque la dinastía Antonina terminó con el gobierno de Cómodo, sabemos que sus seguidores como Septimio Severo, Caracalla e incluso Constantino, fueron adeptos a este culto mistérico e impulsaron su desarrollo a lo largo del imperio. Más tarde, pese a estar instaurado en la sociedad romana y tener el favor de los emperadores, el mitraismo tuvo que dejar paso al credo cristiano.
Los orígenes del cristianismo
No cabe la menor duda de que el cristianismo es la religión más importante del mundo en número de adeptos: nada menos que dos mil doscientos millones de fieles en todo el mundo, además de contar con una historia que se prolonga más de dos mil años atrás en el tiempo. Si bien el devenir de la Iglesia, sus divisiones, sus reformas, sus concilios y la vida de sus papas son meridianamente conocidos, los orígenes del cristianismo están velados de claroscuros.
El período que va desde el nacimiento del cristianismo en los años posteriores a la muerte de Jesús hasta su proclamación como religión oficial del Imperio romano en tiempos de Teodosio, en el siglo IV, está plagado de incógnitas. Los cristianos no solo no fueron bienvenidos en el imperio, sino que sufrieron la persecución por parte de algunos emperadores como Nerón y Diocleciano, quienes consideraban a los cristianos como una amenaza y torturaron a muchos de sus adeptos, como así dan cuenta los martirologios cristianos. En aquellos tiempos, una serie de religiones se abrían paso entre los próceres romanos para conseguir el estatus de religión oficial. Una de ellas, y la principal competidora del cristianismo en sus orígenes, fue, como hemos señalado, el culto a Mitra.
El mitraismo, una religión mistérica
Desde el período helenístico, allá por el siglo IV a.C., hasta el siglo I d.C. surgieron en el Mediterráneo toda una serie de prácticas religiosas conocidas como cultos mistéricos. Estos credos se denominaron así porque para ingresar en sus filas el iniciado tenía que pasar por una prueba, y una vez superada recibía de forma oral por parte de su maestro un secreto conocido como «misterio», eje central de esa religión. De ahí proviene el nombre de «religión mistérica». Además, el hecho de que el conocimiento de este culto no estuviese escrito nos impide conocer en profundidad los valores de esta religión.
Aunque las primeras menciones a un dios llamado Mitra las encontramos en el siglo XIV a. C. en el norte de la actual Siria, no será hasta el siglo I d. C. cuando tome forma el culto a Mitra que se desarrolló en el Imperio romano.
Su punto de partida lo hallamos en Persia, donde las legiones romanas allí destacadas tuvieron conocimiento de una deidad de carácter solar, que les ofrecía una serie de prebendas que encajaban perfectamente con los valores y estructura del ejército romano. Se trataba de una religión únicamente masculina, con estructura jerárquica similar a la escala militar. Esta deidad ofrecía valores propios del guerrero: honor, palabra, compromiso y fidelidad. Otro aspecto importante del mitraísmo era que, a diferencia de las demás religiones del imperio, prometía la vida más allá de la muerte.
De ese modo, esta creencia adquirió un notable desarrollo en el seno de las legiones romanas; por ello estuvo presente fundamentalmente en los límites del imperio, donde se asentaba el ejército. Por citar un ejemplo próximo, en Hispania tenemos evidencias del culto mitraico en la ciudad de Mérida y en Cabra (Córdoba), localidad donde se encontró una tauroctonía perfectamente conservada y que hoy se exhibe en el museo arqueológico de la capital cordobesa. El éxito de esta religión entre los soldados no tardó en permear en otras capas de la sociedad como los comerciantes, y rápidamente llegó a la capital, convirtiéndose en una religión profesada por las clases altas e incluso por algunos emperadores, como ya hemos comentado. Además, Mitra es un dios solar y su culto se sincretizó con el del Sol Invictus, una deidad consolidada en Roma y que, entre otras características, celebraba su festividad el 25 de diciembre, próximo al solsticio de invierno. Vemos con este ejemplo cómo el cristianismo adoptó esta fecha tan importante para las religiones paganas para situar en ella el nacimiento de Jesús.
Sabemos de la importancia de este culto por la cantidad de mitreos que encontramos a lo largo y ancho del imperio, con la ciudad de Roma como epicentro. Llegado el siglo IV, el mitraismo estaba asentado y consolidado en todo el imperio y cumplía con todos los requisitos para convertirse en la religión oficial del imperio. De haber triunfado, esta religión podría haber pervivido en el tiempo y, por qué no, haber llegado hasta nuestros días. Por ello dejamos abierta la hipótesis que da título a este artículo: Occidente pudo haber sido mitraico.
Pero ¿qué sucedió para que decayera el mitraísmo en el imperio? ¿Por qué triunfó en su lugar el cristianismo, religión perseguida en el imperio y con una menor implantación en el territorio romano?
Santa Elena y el sueño de Constantino
A veces la historia tiene giros inesperados que dan vuelcos a situaciones estables y los acontecimientos toman una deriva totalmente opuesta. Seguramente no haya una única circunstancia para la decadencia del mitraismo y el triunfo del cristianismo, pero una de las que se ha apuntado como más probable es que el culto a Mitra estaba circunscrito únicamente a los hombres y no admitía a mujeres en su seno.
Pero otro hecho que podría haber disparado el auge del cristianismo lo tenemos en una circunstancia, no sabemos si real o legendaria, de la vida del emperador Constantino. Se trata de un sueño premonitorio que le otorgó la victoria en la batalla del puente Milvio el 28 de octubre de 312. Se cuenta que una cruz se le apareció a Constantino en el cielo, y le reveló que debería sustituir las águilas imperiales de los escudos de sus tropas por el símbolo de la cruz de Cristo. Tras adoptar esta insignia, Constantino logró la victoria. Después de esta visión, adoptó el lema «In hoc signo vinces» («Con este signo vencerás»).
La historia nos habla también de otro influjo decisivo en este emperador: el de su madre, santa Elena, una devota y muy influyente cristiana. De ella se cuenta, además, que viajó a Tierra Santa y que allí encontró los restos de la cruz de Cristo, motivo por el cual sería canonizada. Es muy probable que el asesoramiento a su hijo fuera decisivo para el ascenso del cristianismo. El momento crucial aconteció en 313, cuando Constantino promulgó el Edicto de Milán que despenalizó oficialmente la práctica del cristianismo en el imperio y devolvió sus propiedades a la Iglesia.
Pero lo que sucedió después es una de las etapas más oscuras del cristianismo. Tras su legalización, los cristianos por venganza comenzaron a atacar y asesinar a los paganos. Entre 316 y 326 se proclamaron una serie de disposiciones en favor del cristianismo frente a la religión tradicional. El propio Constantino, siguiendo instrucciones de su madre, animó a la destrucción de numerosos templos paganos y favoreció la expansión del cristianismo, contribuyendo decisivamente a su éxito. En el año 337 murió Constantino, y sabemos que finalmente fue bautizado en su lecho de muerte.
¿Y qué pasó después con el mitraísmo? Lo poco que sabemos proviene de fuentes literarias cristianas en las que vemos el odio y el descrédito del culto mitraico. Es la damnatio memoriae: cómo la religión vencedora elimina en su mayoría los vestigios de la perdedora. Ni siquiera el Renacimiento, que recuperó el paganismo clásico, hizo caso al dios Mitra. Apenas nada hallamos de él en los siglos XIV y XV. Solo hay una hipótesis sobre la supervivencia del culto a Mitra: su jerarquía y sus siete grados de iniciación podrían haber inspirado a los maestros canteros y de ahí hubiesen tenido continuidad en la masonería moderna. Como culto mistérico lleno de secretos, este no sería un mal final para el mitraismo.
Recapitulando lo que hemos narrado, podríamos señalar que, casi con toda probabilidad, Constantino, un emperador favorable en principio a Mitra, debido al influjo de su madre así como de una supuesta visión revelada, se convirtió en uno de los responsables directos de un cambio de rumbo en la religión romana. El mitraismo, bien posicionado en toda la sociedad romana por aquel entonces, tuvo que dejar paso al cristianismo. De no haberse dado esta circunstancia, quizá Occidente hubiera sido mitraico.
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