"El tiempo de la ternura es siempre.
El momento de la ternura es ahora.
El territorio de la ternura es aquí.
Todo instante y lugar es espacio propicio para la ternura: la palabra que digo, el movimiento que realizo, la mirada que vierto sobre el mundo, la caricia que derramo sobre la piel del otro y la actitud de escucha con la que mi corazón se abre para recibir las expresiones y acciones de los demás son estancias para la ternura.
La ternura lo disuelve y lo envuelve todo.
Nada ni nadie puede resistirse a la fuerza de la ternura.
Una persona tierna lo empapa y lo deshace todo con su presencia y, como el agua, se filtra, sin apenas hacer ruido, por debajo de todas las corazas defensivas hasta alcanzar y encender, de nuevo, el corazón que es tocado por ella.
Las más rígidas armaduras se deshacen cuando son alcanzadas por una mirada tierna.
La ternura mira y se deja mirar, acaricia y se deja acariciar, sin estridencias, sin empujes ni expectativas.
La ternura es ojo blando que no condena sino que comprende.
Todo lo vulnerable, lo pequeño, lo recién nacido, lo blando y débil nos remite a la ternura. También el fruto maduro es tierno.
Por eso, el niño y el anciano son fuentes de ternura.
La vida, en su principio y en su final son reclamos de ternura.
La energía de la ternura es abarcadora, todo lo envuelve, lo abraza y lo transforma.
La ternura es poner nuestro corazón en todo lo que decimos o hacemos, es un gesto total que nos devuelve a nuestra más auténtica identidad y que nos acerca a la verdad de los otros.
La palabra más hermosa que quiero seguir entregando al mundo con todo lo que digo o escribo es ésta: ternura".
Jose Maria Toro
MI ALEGRIA SOBRE EL PUENTE
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