El pasado 3 de febrero, la diputada Isabel Franco, de Unidas Podemos, realizó en el Parlamento unas declaraciones acerca de al-Andalus (la parte islámica de la Península Ibérica): “En Al-Ándalus convivían tres culturas: la musulmana, la judía y la cristiana. Fue la monarquía hispánica la que provocó una invasión –esto sí que fue una invasión–, genocidio y ocultación”.
Vaya por delante que el espíritu de la intervención es digno de alabanza, pero. por su imprecisión histórica, las palabras de la diputada son desafortunadas. Ensalzar la multiculturalidad en sede parlamentaria es muy necesario. Y sin embargo, es conveniente reclamar a nuestros representantes políticos que sean lo más escrupulosos posible cuando usan el pasado como ejemplo. En este sentido, se pueden criticar algunos aspectos del discurso. Quizás las palabras que han causado más revuelo son las de “invasión, genocidio y ocultación”, que ya han sido comentadas en otro texto.
Por mi parte, creo que es importante hacer algunas puntualizaciones sobre el uso del verbo “convivir” y sobre el evidente andalucismo que subyace en la intervención.
Convivir, sentido literal
La palabra “convivencia” significa, según el Diccionario de la Real Academia “acción de convivir”, que a su vez es “vivir en compañía de otro u otros”. Esta definición connota cercanía y vecindad en castellano. Esto a su vez incita una idea de comunidad pacífica y armoniosa. En realidad, el término “convivencia” en estudios medievales tiene una acepción un tanto distinta. Fue desarrollado para explicar las peculiaridades de la historia cultural española por Américo Castro, un intelectual granadino exiliado a Estados Unidos durante la Guerra Civil.
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Castro mantuvo durante los años cuarenta y cincuenta un sonado debate con otro conocido exiliado español, Claudio Sánchez Albornoz, acerca de la singularidad de España dentro de Europa. Sánchez Albornoz mantenía que había una esencia española inmutable a lo largo de la historia, que se manifestó claramente durante el proceso de Reconquista. Por su parte, Castro mantenía que la cultura española había surgido de las relaciones entre las culturas islámica, cristiana y musulmana durante la Edad Media.
Para caracterizar dichas relaciones interculturales, Castro se inspiró en la filosofía de Wilhelm Dilthey, que influyó también significativamente en el pensamiento de otros intelectuales españoles, como Ortega y Gasset. Dilthey defendía que las ciencias humanas deben aspirar a la comprensión de los seres humanos en sus propias circunstancias históricas.
Desde esa perspectiva, Castro acuñó el término “convivencia” en el sentido de “vivencia compartida”. Dicho de otro modo, para él, la cultura española nació de las experiencias comunes de las tres comunidades religiosas medievales, tanto en sus aspectos más positivos como en los más oscuros. Castro también recogía así el testigo de una larga tradición de intelectuales españoles que habían defendido la relevancia del legado islámico en la cultura española. Esta tradición se remonta a los ilustrados de la corte de Carlos III a finales del siglo XVIII.
La convivencia y el andalucismo
La idea de “convivencia” de Castro ha sido criticada en el ámbito académico por diferentes razones. Cuando se usa, se hace con muchas precauciones. No ocurre lo mismo en otros discursos, como el político. Su uso abunda particularmente en el ámbito del andalucismo moderno. Este es una creación de Blas Infante en las primeras décadas del siglo XX. Se caracteriza por un nacionalismo integrador en dos sentidos. El primero es considerar que los andaluces, lejos de ser una raza pura, son fruto de una mezcla de sangres y culturas diferentes. El segundo es el identificar al-Andalus con Andalucía. Esto lleva a establecer una fraternidad entre andaluces y marroquíes, andalusíes de uno y otro lado del Estrecho de Gibraltar.
La primera de las ideas resuena particularmente con la “convivencia” de Castro, y explica cómo el andalucismo la ha adoptado tan naturalmente. La segunda idea fue adoptada por el Franquismo y se hizo fundamental en el desarrollo de una ideología colonialista española en el Norte de África, como ha demostrado recientemente Eric Calderwood.
Olagüe y la conquista árabe
Más recientemente, muchos andalucistas se han visto atraídos por la teoría negacionista de la conquista árabe de al-Andalus de Ignacio Olagüe, publicada en 1974. Dicha teoría esconde un profundo racismo tras una fachada de revisionismo amable. Considera que los árabes y los bereberes eran pueblos demasiado primitivos como para haber podido invadir con éxito la península.
Al igual que la identificación de al-Andalus con Andalucía de Infante, pero sin su fondo universalista, la teoría de Olagüe es falsa. No solo va contra toda la evidencia que tenemos, sino que promueve visiones xenófobas del pasado que pueden contaminar el presente.
Convivencia, ayer y hoy
Cualquier ideólogo puede imaginar la ruta hacia utopías (o distopias) manipulando el pasado. Sin embargo, en un estado de derecho la obligación de los ciudadanos y de los políticos que los representan es la de no dejarse manipular. Por lo tanto, harían bien en conocer y usar la información proporcionada por historiadores y arqueólogos, que surge del compromiso de interpretar las fuentes de la forma más fidedigna posible. A veces es escasa, pero siempre es suficiente para contrarrestar desinformación y apropiaciones del pasado.
El uso del termino convivencia en estudios medievales debe contextualizarse. Castro consideraba que la convivencia entre las tres culturas fue clave para la formación de la cultura española porque implicaba una experiencia vital compartida que no excluía el conflicto. Es un significado muy distinto al del uso común. La convivencia medieval no implica necesariamente buenas relaciones y armonía. Eso, por supuesto, no implica que las buenas relaciones y la armonía no deban ser el objetivo de nuestra propia sociedad. El escepticismo es sano si nos ayuda a construir un futuro mejor, no si nos lo niega por principio.
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