¿Qué es ser mujer? Simone de Beauvoir se lo preguntó en El segundo sexo (1949). El movimiento feminista fue el hijo no deseado de la Ilustración. Libertad, igualdad y fraternidad aludían a una falsa universalidad de la que las mujeres no formaban parte.
Rousseau afirmó en Emilio que los hombres querían amas de casa que criasen a los hijos, cuidasen a los ciudadanos y les hiciesen la vida agradable.
Las feministas se percataron de que la desigualdad se construía socialmente; no existía destino por cuestión biológica (es decir, la biología no determina nuestro papel en la vida) porque la naturaleza se manipulaba a través de la cultura. Antes que el concepto de “patriarcado” como estructura de poder, expresado por Kate Millet en Política Sexual (1970), se empleó el de prejuicio.
El género como construcción sociocultural del sexo
En su clásica declaración “No se nace mujer, se llega a serlo”, Simone de Beauvoir definió la construcción sociocultural del sexo, es decir, el género. En su obra apuntó que las mujeres no son una esencia inmutable, sino que son el resultado de la educación y las costumbres.
Las mujeres están educadas, explicaba Beauvoir, para ser dóciles, complacientes y para guardar silencio; los varones para ser fuertes, reprimir sus emociones y ser líderes: para ejercer el poder. El feminismo radical concibe el sexo como la realidad material y observable; el género como la distribución asimétrica del poder que se produce a través de la estructura de dominación masculina: el patriarcado. La liberación de las mujeres llegaría con la abolición del género; el fin de los roles y estereotipos que producen su opresión.
El género como performatividad
La Ley Trans propuesta por el Ministerio de Igualdad de España ha abierto una brecha: ¿Quién es el sujeto del feminismo? En los años 90, Judith Butler, apoyándose en Foucault, teorizó el género según la visión postestructuralista. El antes y el después del argumento lo justifica la postmodernidad. Según esta perspectiva, se entiende que el sexo biológico es también una construcción social y cultural; la biología sería un producto normativo que tiene el objetivo de legitimar un modelo binario masculino-femenino, en contraposición con una realidad fluida de la identidad sexual.
Butler (2006) dice que el ‘yo’ se encuentra constituido por normas, pero que también aspira a vivir de maneras que mantengan con ellas una relación crítica y transformadora; las identidades trans serían un ejemplo. Para Judith Butler, el género es una identidad que no se debe pensar en clave dicotómica masculino-femenino, porque reduce su posibilidad de alteración. El género es performativo porque puede desafiar a la norma a través de actos repetidos del cuerpo o del habla; desde la teoría queer el género no tiene género.
La Ley Trans
En España, la Ley 3/2007, de 15 de marzo, permitió a las personas trans la rectificación registral de sexo sin necesidad de tratamientos quirúrgicos. Sin embargo, debemos preguntarnos: ¿Qué es trans?
En la Proposición de Ley contra la discriminación por orientación sexual, identidad o expresión de género de igualdad social de lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, transgénero e intersexuales del 2017 presentada por Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea, las personas trans serían los “travestis, cross dressers, drag queens, drag kings, queers, gender queer y agénero, entre otras”.
En la del año 2018 se mencionó, en esta línea, la libre determinación de la “identidad sexual” y “expresión de género”, aludiendo a la libertad de cada persona para manifestar el “sexo sentido” y “la identidad de género”. El proyecto sufrió diversas modificaciones en el trámite parlamentario debido, sobre todo, a las discrepancias con el PSOE en esta materia. Desde entonces, ha estado paralizado.
El Ministerio de Igualdad, con Irene Montero a la cabeza, entiende que la Ley de 2007, en vigor, presenta carencias. Por un lado, no permite a las menores de edad solicitar la rectificación del sexo. Con la Ley Trans, siguiendo la proposición de ley del 2018, a partir de los 16 años se podría acceder a tratamientos hormonales sin permiso de los padres. Además, en la actualidad se pide a las personas trans que demuestren disforia de género mediante informe médico, lo que entienden desde Podemos que supone una patologización.
Las feministas enfadadas
La consulta pública previa a la elaboración de la Ley Trans despertó la crítica del feminismo radical. Entienden que la “autodeterminación de género” por “declaración de voluntad”, es decir, sin necesidad de acreditar informe, compromete los espacios y los derechos de las mujeres y no pone el foco en el que, dicen, es el problema: la sociedad sexista que produce los estereotipos y roles que perpetúan la desigualdad.
Dicho de otra forma, lo que explican es que si se desatiende la categoría “sexo” –haber nacido mujer o varón– y un hombre acude al registro civil a cambiarse de sexo después de haber maltratado a una mujer, leyes como la 1/2004, de 28 de diciembre de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, dejarían de tener sentido. Además, lugares como los vestuarios, las cárceles o los espacios deportivos ya no serían espacios seguros. No obstante, no solo el feminismo radical defiende esta perspectiva; homosexuales e incluso transexuales también muestran su descontento con la Ley Trans.
Un ejemplo de ello es Karen White, antes Stephen Wood, que había estado en prisión preventiva por haber violado a tres mujeres cuando era un varón. El mediático caso produjo un profundo debate porque al declararse transgénero, entró en una prisión para mujeres donde agredió sexualmente a dos más.
En el caso del deporte, aunque es un espacio en el que se han impuesto límites a los niveles de testosterona, los varones tienen mayor fibra muscular. En 2015, la luchadora de artes marciales mixtas Transgénero (MMA) Fallon Fox desataba otra oleada de críticas después de herir a su oponente mujer. Brents declaró que había “luchado contra una gran cantidad de mujeres” y que nunca en su vida se había sentido tan “dominada”.
Judith Butler entiende el “llegar a ser mujer” de Simone de Beauvoir como impuesto por la cultura, pero también como una identidad elegida. Para las feministas radicales la liberación de las mujeres viene dada no por la reivindicación del género, sino por la abolición: romper con los estereotipos. Por lo tanto, es la liberación de ambos sexos de los patrones de género lo que permitirá que las relaciones sean más libres e igualitarias. En palabras de la autora de El segundo sexo, la libertad de las mujeres está condicionada por la ‘situación’.
Frente a este debate, en resumen, tendríamos dos perspectivas: el género como la construcción sociocultural del sexo, es decir, los estereotipos y roles que, según el feminismo radical, perpetúan la desigualdad. Y, por otra parte, desde la teoría queer, el género sería una identidad elegida: empoderar los roles no supone un problema porque es síntoma de libertad. La reconciliación se hace difícil ante dos corrientes teóricas con concepciones de la libertad alejadas; con un sujeto político diferente y por lo tanto, con agendas que plantean demandas que no siempre son compatibles.