La felicidad depende, en parte, de las circunstancias, en parte, de uno mismo. El hombre desgraciado tiende a adoptar un credo desgraciado y el hombre feliz un credo feliz.
Cuando las circunstancias exteriores no son definitivamente adversas, el hombre debería ser feliz siempre que sus pasiones se dirijan siempre hacia afuera, no hacia dentro de si mismo: las pasiones encerradas dentro de nosotros mismos constituyen la peor de las prisiones.
EL miedo es la razón principal de que los hombres tengan tanto recelo a admitir hechos y estén dispuestos a abrigarse con el ropaje caliente de la ficción de la mentira.
El hombre feliz será aquel que viva objetivamente, el que tiene afectos libres y se interesa en cosas de importancia, el que asegura su felicidad gracias a esos afectos e intereses y por el hecho de que le han de convertir a su vez en objeto de interés y de cariño para muchas otras personas.
Acostumbrémonos a creer que la vida seguirá valiendo la pena de vivirse, aunque no fuéramos, como desde luego no lo somos, inmensamente superiores a todos nuestros amigos en virtud e inteligencia. Tan sólo lo que nos interesa positivamente puede ser de utilidad para nosotros. La capacidad por interesarse por algo ajeno a nuestra inquietud es una inmensa dicha.
Gracias al interés verdadero por personas y cosas ajenas a nosotros mismos, el hombre llega a sentirse como una parte de la corriente de la vida, y no como una entidad fríamente separada.
Vida feliz es, en gran parte, lo mismo que vida buena. Es tan importante el acto como la disposición mental por la que llegamos a actuar.
Nacho Padró
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