Desde el establecimiento de la moderna República de Turquía en 1923, edificar una iglesia en este país ha sido tarea imposible. Ahora, por primera vez, las autoridades turcas permitirán la construcción de un nuevo templo cristiano en el barrio estambulí de Yesilköy, y el encargado de diseñarlo ha sido un español, el arquitecto Lucas García de Oteyza (Menorca, 1980). La beneficiaria será la comunidad siriaca ortodoxa, que cuenta con unos 25.000 miembros en Turquía, la gran mayoría de los cuales residen en Estambul.
La medida fue anunciada en enero por el primer ministro turco Ahmet Davutoglu, poco después de la visita del Papa Francisco a Turquía, pero el proyecto llevaba en marcha varios años. A García de Oteyza, el encargo le llegó en 2013 a través de la firma para la que trabajaba anteriormente, Dome Mimarlik, uno de los principales estudios de arquitectura del país.
«Al despacho llegó un encargo para participar en un concurso convocado por la Fundación de la Iglesia Siriaca, restringido a tres estudios, para diseñar una iglesia siriaca», explica este arquitecto, que vive en Turquía desde hace seis años, habla el idioma con fluidez y está casado con una ciudadana turca. «Yo era uno de los diseñadores conceptuales de Dome, así que empecé el diseño», comenta.
«Enseguida, tras la primera reunión con la Fundación, vimos que esta gente quería una iglesia clásica», dice. Esto fue lo que les permitió ganar el concurso: mientras los otros participantes apostaron por diseños rompedores, en Dome optaron por imitar las iglesias siriacas tradicionales, como las que existen en la provincia turca de Mardin, muy cerca de la frontera con Siria. A los clientes les encantó.
En 2014, García de Oteyza dejó Dome y creó su propio estudio, AXO Mimarlik Architecture, en el exclusivo barrio estambulí de Nisantasi, y ahora gestiona proyectos como la construcción de un hotel de lujo en Zanzíbar. En todo caso, siguió colaborando con sus antiguos empleadores en la elaboración de diseños conceptuales. A los responsables del proyecto de la iglesia les había gustado tanto su trabajo que pidieron que fuese él quien continuase con ello.
La comunidad siriaca de Turquía ha sido muy castigada por los avatares de los últimos cien años. Diezmada durante el llamado «Genocidio Asirio» de 1915 (un episodio paralelo al Genocidio Armenio), y víctima colateral del conflicto entre el estado turco y la guerrilla kurda del PKK, la mayoría de sus miembros se encuentran en la diáspora, en países como EE.UU., Guatemala, Alemania o Suecia. En la última década, la mejora de la situación ha llevado a unos pocos cientos de ellos a regresar a sus provincias de origen, como Mardin, pero su número sigue siendo muy pequeño.
Pero lo que está en juego es mucho más que un simple templo. Durante el último siglo, las autoridades turcas, inspiradas por un nacionalismo que considera que el único turco verdadero es musulmán suní, han discriminado abiertamente a las minorías como los armenios, los griegos o los alevíes. Aunque los días de las expropiaciones de propiedades cristianas y el racismo abierto han quedado atrás, todavía se siguen poniendo todas las trabas posibles a estos proyectos, alegando razones burocráticas de edificabilidad, espacio o cualquier otro pretexto.
El gobierno islamista del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Recep Tayyip Erdogan, en el poder desde 2002, ha abogado oficialmente por una política más tolerante hacia las minorías, devolviendo propiedades requisadas y garantizando derechos. Pero de poco sirve frente a la intransigencia de las autoridades locales. «Hasta 2003, las leyes urbanísticas sólo permitían la apertura de mezquitas. Desde entonces, estas leyes se han ido modificando, sustituyendo el término 'mezquita' por el de 'lugar de culto', pero eso no ha resuelto el problema. Los gobernadores y los ayuntamientos no expiden los permisos necesarios», explicaba en 2009 el abogado especializado en derechos humanos Orhan Kemal Cengiz.
Algo que García de Oteyza ha experimentado de primera mano: «Presentamos un primer anteproyecto, y nos lo rechazaron porque decían que era demasiado grande. Otro por las alturas; nos recortaron mucho el edificio. Otro, porque estaba demasiado cerca de un cementerio católico», explica. «Cada pequeño paso nos cuesta tres o cuatro meses de trabajo», indica.
El último contratiempo ocurrió la semana pasada, cuando el Consejo de Monumentos volvió a rechazar el proyecto por un tecnicismo, evidenciando las dificultades que, incluso hoy, existen para erigir nuevas iglesias en Turquía, incluso para sus propios ciudadanos. Pero el español no tira la toalla, y confía en que todo se resuelva pronto. «Esta iglesia se hará», dice con rotundidad.
ABC.es
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