Richard Malka (París, 1968) se recuesta en un banco público situado en el exacto centro geográfico de la capital francesa. La primera tarde del otoño cae en la Place Dauphine, un triángulo de paz en el barullo de la ciudad. A pocos metros, los turistas se acomodan en las terrazas adoquinadas y documentan para Instagram sus platos de quesos y fiambres. Nada les permite saber que están comiendo ante un objetivo terrorista, a no ser que hayan detectado a los custodios, que no se le despegan desde el 7 de enero de 2015, cuando los hermanos Kouachi masacraron a la redacción de Charlie Hebdo en nombre de Al Qaeda en la Península Arábiga para vengar la publicación de las caricaturas de Mahoma.
Ni su informalidad (chaqueta negra, zapatillas New Balance, anillos de rockero) ni su bonhomía delatan al exitoso abogado con gabinete en el distrito 8, con clientes llamados Carla Bruni o Dominique Strauss-Kahn. Su aspecto remite más bien a la austera contracultura del guionista de cómics y autor de una novela gótica de vampiros, a la irreverencia punk de la revista satírica a la que representa en los tribunales. Se levanta a saludar, dejando a sus espaldas el Palacio de Justicia, donde transcurre en estos días la apelación del proceso de la matanza de sus amigos.
Malka es un puro producto de la meritocracia francesa. Hijo de una humilde familia de judíos sefardíes marroquíes (padre sastre, madre ama de casa), se presenta como alguien que debe su ascenso social únicamente al sacrificio de sus padres, a la República y a su propio esfuerzo. En estos días publica El derecho a cagarse en Dios (Libros del Zorzal, 2022), una versión escrita de su alegato del 4 de diciembre de 2020 en el juicio por la masacre en la redacción de Charlie Hebdo. La entrevista, durante la cual beberá dos cervezas, transcurre en la clandestinidad de un bar cerrado.
¿Existe hoy, en la práctica, «el derecho a cagarse en Dios»?
Lo que es extraño y paradójico es que hayamos adquirido este derecho tras siglos de lucha, que lo hayamos acabado obteniendo de la justicia (que nunca ha sido tan protectora de este derecho) y que quienes lo ejercen estén bajo protección policial. Es lo contrario de lo que ocurrió durante siglos: fueron la justicia y la Policía, el brazo armado del Estado, quienes restringieron la libertad de expresión en general y la libertad de crítica a las religiones, y fue el pueblo el que exigió más. Hoy es al revés, son la justicia y la Policía quienes protegen este derecho, y es la gente la que exige que se restrinja. Así que sí, en teoría, en el Código Penal, en los juzgados, tenemos este derecho y lo hemos ejercido. Pero en la sociedad es cada vez más complejo, porque ha ganado el miedo y vivimos atenazados entre dos ideologías: el islamismo, por decirlo claramente (si estoy aquí es para hablar libremente), y la ideología anglosajona del respeto: no hay que ofender a nadie. En ese caso, deberíamos dejar de vivir juntos y no hablar más entre nosotros. Hablar con el otro sirve para expresar nuestros desacuerdos. La expresión se utiliza, eventualmente, para herir, pero eso te hará pensar, te hará progresar y te enriquecerá. Si solo te dicen lo que quieres oír, resulta inútil. Para eso está la libertad de expresión: para la controversia, para el debate, para el matiz, para que no nos encerremos en nuestras idolatrías y dogmas. Y esto está cada vez menos aceptado. Si renunciamos a esta libertad, que es la madre de todas las libertades, se restringirán las demás.
Hoy, después del movimiento nacional e internacional de solidaridad y simpatía por Charlie Hebdo tras los atentados, ¿la causa de la libertad de expresión ha avanzado o ha retrocedido? Recordemos algunos hechos que han acontecido desde entonces: la decapitación del maestro Samuel Paty, las amenazas de muerte contra su cliente, la adolescente Mila, que tuvo que abandonar el colegio por insultar al islam en redes sociales, y, recientemente, el ataque a Salman Rushdie…
Ha retrocedido, por supuesto. Usted cita ejemplos muy relevantes. Hay otro. Hace tres meses, en Inglaterra, se estrenó en los cines una película que no es en absoluto polémica [se refiere a The Lady of Heaven. La cadena Cineworld desprogramó la película después de que grupos de musulmanes protestaran ante las puertas de los cines donde se proyectaba]. Es una película histórica, totalmente respetuosa, que habla de la vida de una hija de Mahoma. Está producida por musulmanes, está dirigida por musulmanes, está guionizada por musulmanes. Es completamente respetuosa. Se trata simplemente de un enfoque histórico. Pero hubo manifestaciones, acusaciones de islamofobia, peticiones. En veinticuatro horas, la película fue retirada de los cines. Escuchamos protestar a uno o dos lores ingleses. Ni una palabra desde el mundo cultural, intelectual o académico. ¿Recuerda las reacciones cuando Martin Scorsese estrenó La última tentación de Cristo? Todo el mundo cultural y académico condenó aquella censura. Hoy, no hay una sola voz que proteste. La sociedad está petrificada por el miedo, por las acusaciones de islamofobia, de modo que ni siquiera es noticia. ¿Cómo se puede decir que la libertad de expresión va bien? Va muy mal en Pakistán, donde recientemente han quemado vivas a personas por blasfemia. En Nigeria, donde una joven estudiante cristiana fue quemada por unas palabras en WhatsApp en mayo de este mismo año [2022]. ¿Y quién protesta? ¿Quién ocupa hoy el lugar de un Voltaire? ¿De un Molière? ¿Puede nombrar a un artista que todavía se atreva? No. Después de Theo Van Gogh [cineasta neerlandés asesinado en 2004 por un islamista], después de todas las personas que usted ha mencionado, ya nadie se atreve a abordar este tema. Esto significa abandonar a las personas para beneficio de los dogmas y las religiones. Acatamos la filosofía de las nuevas generaciones. Somos tolerantes y por ello respetamos las religiones. Pero, al hacerlo, estamos abandonando a millones y millones de seres humanos a un triste destino. Estamos del lado de la gente, no de las religiones. No es islamofobia, no es racismo, no es nada de eso. Estamos del lado de las personas oprimidas por estas ideologías. Pero estos jóvenes no se dan cuenta de que están abandonando a estas personas.
Precisamente son las generaciones jóvenes las que más respeto piden por la religión en nombre de la tolerancia, como si la religión estuviera por encima de la crítica. ¿Cómo ve esta extraña alianza de opiniones entre los que abogan por una tolerancia más importante que la libertad de ofender, entre quienes exigen la protección de una fe que consideran como una respuesta política legítima de los «condenados de la tierra» a Occidente, y los musulmanes que defienden la idea de que no se puede criticar o burlarse de su religión sin esperar una reacción violenta?
Es muy extraño. Es una alianza con un totalitarismo que afirma que no puede ser cuestionado. Es exactamente como con el comunismo: prohibieron el cuestionamiento del comunismo y excluyeron a todos los intelectuales, pensadores y escritores que cuestionaban el sistema por ser «fascistas». Es un sistema totalitario que se autoprotege y que ha encontrado dos aliados providenciales en su camino: el miedo y la culpa. Porque, cuando respetas a alguien, le puedes decir lo que piensas. Eso no significa que no lo respetes. Si te abstienes de hacerlo, no es por respeto, sino por miedo. Esta culpa occidental tan extraña se instrumentaliza en el marco de una estrategia meticulosamente pensada por los Hermanos Musulmanes para hacer avanzar su ideología victimista. Esto tiene raíces muy profundas y se une al fanatismo anglosajón. El New York Times se ha convertido en el portavoz de esta ideología fascista, de esta ideología totalitaria. ¿En nombre de qué deberías dejar de luchar contra una creencia porque alguien la ha convertido en algo fundamental? De hecho, no es cierto que la crítica sea hiriente. Eres tú quien elige ser lastimado. Yo no hablo de ti, estoy hablando de otra cosa. Tú elegiste creerlo, ese es tu problema. Estoy hablando de Mahoma, del Corán y de las religiones, no de ti. Es tu elección hacer de ella tu identidad. Pero, precisamente, la tragedia de esta época es que reducimos nuestra identidad a una religión. Somos infinitamente más que una religión, eso es seguro. Si te encierras en una identidad religiosa o sexual, te empobreces, te conviertes en una parte minúscula de ti mismo y reaccionas de forma exagerada ante el menor ataque. Pero Dios está por encima de todo eso. Dios no necesita a nadie para llevar a cabo su justicia. No le habla a alguien al oído y le dice que vaya a matar al blasfemo. En el Corán, el castigo está reservado a Dios. Es Dios quien castiga. Es Dios quien concede el perdón. No delega estas funciones en los hombres. Tiene el monopolio del castigo. Así que, de hecho, los que blasfeman son los Kouachi [los hermanos que perpetraron la matanza de la redacción de Charlie Hebdo], ellos son los asesinos, son los que matan en nombre de Dios.
¿Le sorprende esta alianza entre «la cultura la cancelación» y la rehabilitación del derecho a la blasfemia? Es extraño, porque, por un lado, hay personas que se jactan de ser tolerantes pero se alían con personas que no son especialmente abiertas con las minorías sexuales o religiosas…
Creo que es algo que no podrá sobrevivir. Es una convergencia bastante oportunista, pero ya hay tensiones y no veo cómo, a medio plazo, podrá mantenerse. Por un lado, tenemos a los rigoristas, que no son nada liberales en cuanto a la moral y, por otro lado, a las personas LGBTQ+, que no comparten realmente la misma visión del mundo que los fundamentalistas. Creo que esta alianza no se mantendrá, pero duele. De hecho, hay una fuente común de todos modos: una especie de aspiración a la pureza.
Escribe acerca de esto: «Lo nuestro es reír, dibujar, gozar de nuestras libertades, vivir con la cabeza muy alta frente a los fanáticos que querrían imponernos su mundo de neurosis y frustraciones, en coproducción con universitarios cebados de comunitarismo anglosajón e intelectuales, herederos de aquellos que apoyaron a algunos de los peores dictadores del siglo xx, de Stalin a Pol Pot». Esta coproducción es lo que se ha dado en llamar el islamo-izquierdismo. ¿En qué momento se hizo evidente para usted esta alianza?
Nos tocó vivirlo en directo, paso a paso, porque cuando nos enfrentábamos a la Iglesia católica, que era el blanco principal de los dibujos de Charlie Hebdo, éramos los héroes de la izquierda y de la libertad de expresión. Y luego los procesos cambiaron con los mismos argumentos, pero se convirtieron en querellas presentadas no por la Iglesia católica, sino por el islam. Seguimos haciendo exactamente lo mismo y defendiéndonos de la misma manera. Pero, de repente, nos dimos cuenta de que ya no éramos héroes sino islamófobos que apoyaban a la extrema derecha… Tardamos en comprender que las cosas estaban cambiando. Obviamente, en el momento del juicio de las caricaturas, en 2006-2007, hubo una verdadera línea divisoria y empezamos a no entender por qué ya no nos apoyaban todos los que antes lo habían hecho. El verdadero punto de inflexión fue el incendio de Charlie Hebdo en 2011. Fue increíble que quemaran un periódico. Un periódico puede ser odiado o adorado, pero esta era la primera vez desde la guerra que se quemaba un periódico, que se atacaba violentamente. Está implicada toda una parte del mundo militante de la izquierda, liderada por Rokhaya Diallo, una activista muy combativa que lanzó una petición para que no apoyaran a Charlie Hebdo. Y lo hizo sin enfrentar ningún problema. Fue entonces cuando entendimos que la cosa había dado un mal giro y, a partir de ahí, todo fue de mal en peor.
En un momento dado de su alegato afirma: «La libertad de crítica de las ideas y de las creencias es el cerrojo que mantiene encerrado al monstruo del totalitarismo». ¿El cerrojo está a punto de romperse? ¿O ya se ha roto?
Se ha roto en lo que se refiere al islam. El mero hecho de pronunciar esta palabra crea malestar. Y es, en primer lugar, una tragedia para los musulmanes. Porque, si queremos luchar contra el miedo al islam, prohibir la expresión de este sentimiento no es el modo de conseguirlo. Esto solo se logrará si nos aseguramos de que la visión del islam que provoca miedo, es decir, la visión literal del mundo salafista y wahabí, retroceda. Esta es la única manera de hacer desaparecer el miedo. Si renunciamos a criticar a las religiones, deberemos enfrentarnos necesariamente a religiones que se volverán monstruosas. Son las propias religiones las que han teorizado sobre la necesidad de criticarse a sí mismas. El cristianismo, con santo Tomás de Aquino, el judaísmo, permanentemente, y muchas corrientes en el islam insisten en la necesidad del uso de la razón y en la posibilidad de interpretar, comentar y criticar. Pero ellos —los sufíes, los musulmanes cabilios, los alevíes o, antes, los mutazilíes— no son quienes logran imponerse. Siempre son rechazados, acusados de infieles por los salafistas y los wahabíes. Por desgracia, son estos últimos los financistas…
El concepto de islamofobia ocupa inevitablemente un lugar preponderante en el libro.
Presente y opresivo…
Entonces, ¿qué hacer con esta acusación? Porque ha habido un desliz semántico en el que la crítica a una religión se ha convertido para algunos en una forma de racismo.
Llevo denunciando este concepto con Pascal Bruckner, Caroline Fourest y muchos otros desde principios de los años 2000, porque ya podíamos ver el peligro que encerraba el concepto que menciona. La islamofobia, es decir, el miedo a las religiones, es legítima. Hay que tenerles miedo, se sea creyente o no. Se puede ser creyente y tener retrospectiva, análisis, razón, espíritu crítico, libre albedrío frente a la propia creencia. De lo contrario, se convierte en una idolatría de hecho. Así que tienes que tener miedo.
Pero es más que eso, porque aparece un aspecto patológico y maligno en la crítica a una religión. Recordemos, por otra parte, que ya que existía racismo para describir la discriminación contra los árabes. Cuestionar a una religión os convierte ahora a ti, a Charlie Hebdo y a otros en un blanco legítimo…
No entendemos cómo hemos llegado hasta aquí. Los europeos lucharon durante siglos para conquistar la libertad de expresión y su libertad a secas contra las religiones. Y en una generación estamos abandonando todas nuestras conquistas y todos parecemos petrificados por esta acusación de islamofobia, que se lanza indiscriminadamente y es un arma de censura, como dice Salman Rushdie, «que permite que los ciegos sigan siendo ciegos». Creo que ya la sociedad en su conjunto ha entendido que esta palabra se usaba indiscriminadamente, aunque la lucha contra su uso se perdió a principios de la década del 2000. El término ha sido completamente bastardeado. Como dijo Riss [director de la redacción de Charlie Hebdo desde 2009] en un tribunal, no hay que llevarle el apunte, es lo único que podemos hacer. No debes dejar que esa acusación te detenga. Son muy pocos los que ejercen esta libertad. Eso los convierte en objetivos fácilmente identificables. Pero desde el momento en que millones de personas decidan ejercer su derecho a la libertad de expresión, ¿qué van a hacer al respecto los de enfrente? No podrán hacer nada. La libertad de expresión es maravillosa porque se autoperpetúa. Solo hay que ejercerla para que triunfe. Pero, si renuncias a ella, entonces desaparece.
Usted subraya un paralelismo en el ataque que sufren los judíos y la libertad de expresión. Escribe: «El judío es aquel que es diferente, que mantiene su identidad a través de los milenios. Es la idea de la irreductible singularidad, o sea, de la diversidad». Ahora, en una época en la que la consigna de la diversidad es un mantra, ¿está usted tan seguro de que el judío sigue ocupando este lugar? Sectores muy militantes de la «diversidad» perciben al judío como un blanco que, circunstancia agravante, se ha convertido en uno por asimilación; por no hablar de que su apego a la existencia de Israel lo convierte en un colonialista, en un enemigo del otro, de los oprimidos… ¿No ha cambiado el estatus del judío de víctima absoluta a opresor supremo en el discurso antisionista?
Tiene toda la razón. Es decir, que sean cuales sean las circunstancias y la época, el judío siempre termina siendo acusado. Es increíble, incluso en un periodo en el que hacemos de la víctima el héroe, de la minoría el héroe, del que ha sufrido el héroe, si hay un pueblo en los últimos años que ha estado en estas posiciones, es el judío. Bueno, no, otra vez se encuentra en el lado equivocado de la historia. Es vertiginoso. Por muy minoritario que sea, por muy víctima de la barbarie humana que sea, vuelve a estar, con el surgimiento de un nuevo antisemitismo, del lado del acusado. Esta vez no porque mató a Cristo, sino porque se burló del Profeta mil cuatrocientos años atrás.
Hay algo muy fascinante que viene de hace mil cuatrocientos años. Mahoma estaba muy interesado en los judíos: son monoteístas y, al principio, fue muy elogioso con ellos; quería ser recibido por las tribus judías, pero estas no lo reconocían en absoluto como un profeta y se burlaban de él. Hay un famoso poeta judío (los poetas eran satíricos, los caricaturistas de la época) que se burló violentamente de él. Un pasaje muy famoso y muy utilizado por los predicadores cuenta que Mahoma envía a gente a matar a este poeta judío, un líder tribal, que se burlaba de él en Medina. Allí, hay una fantasmagoría que ha atravesado los siglos. A mil cuatrocientos años de distancia, a Charlie Hebdo lo mataron por sus burlas de hoy, y a los judíos, por su burla de hace mil cuatrocientos años. [A la matanza de Charlie Hebdo, del 7 de enero de 2015, la siguió, el 9 de enero, la del supermercado judío de comida kosher en el este de París, que dejó cinco muertos. El ataque fue perpetrado por otro islamista, que conocía a los atacantes del periódico]. Sí, son los que no quieren renunciar a lo que son. Los dibujantes de Charlie y los judíos representan la diversidad, son el otro. Para ellos es insoportable, ya que es algo que no calza con su mundo neurótico y dogmático. Así que hay que eliminarlo.
Dicho esto, son muy malas noticias para todo el mundo, porque los judíos son el canario en la mina. Primero vienen por ellos, luego les toca a los demás: los poetas, los escritores, los estudiosos, los académicos… Hay que apoyar a estas voces. Eso es lo que hay que decirles a los jóvenes. Estás abandonando a estas personas que luchan por seguir siendo libres, por seguir escribiendo libremente. ¿No tienen derecho al respeto acaso? La mujer iraní que murió, ¿no tenía derecho a ser respetada? [Mahsa Amini, muerta tras ser detenida por la policía de la moral iraní por su manera de llevar el velo]. Y tú ¿no tienes nada mejor que hacer que defender el uso del velo? ¿Es esa tu idea de progreso y libertad? ¿Cómo se puede ser feminista y militar a favor del velo?
No hemos nombrado el concepto de interseccionalidad, esta federación de distintos grupos oprimidos que pueden fingir estar de acuerdo en cosas que realmente los separan, unidos en la lucha contra el mal supremo: el hombre blanco heterosexual…
Por supuesto. La respuesta a todo esto es el universalismo. Porque ser oprimido es también una elección. Eliges vivir como una persona oprimida. Cada uno de nosotros tiene una razón para vivir su vida como oprimido, ya sea por su origen, su color, su sexualidad… En una vida humana siempre hay una razón para vivirla como víctima. Es una elección. Pero, una vez que has decidido definirte como oprimido y víctima, entonces te encierras y te reduces a ese estado. Fue muy interesante escuchar a las víctimas reales del ataque (que viven con balas en el cuerpo, que caminan con bastones, que casi mueren) decir: «Pero nosotros no queremos que nos consideren víctimas». El universalismo consiste precisamente en no reducirse a una identidad, a una religión, a una raza, a un color, a una sexualidad. Significa considerar que compartimos la misma condición humana más allá de todo lo que nos separa, mirar lo que nos hace similares, no lo que nos separa. En el momento en que te defines como alguien separado, como diferente, por todo lo que acabamos de mencionar, entonces ya no podemos vivir juntos y estamos en una confrontación permanente: «Yo soy más víctima que tú, yo soy más esto y más aquello». ¿Cómo hacemos entonces para vivir juntos?
Y no es casualidad que esta lucha del universalismo contra la corriente identitaria (que ha causado tantos daños y muertes) tenga lugar en Francia, heredera de la Ilustración.
Francia, por nuestra historia, es probablemente el país más resistente. En el mundo anglosajón es catastrófico. Pero Francia resiste fuertemente ante esta tendencia, por eso hay más atentados y muertes aquí. Francia está en primera línea de esta batalla ideológica mundial. Y Charlie Hebdo es el abanderado de esta lucha junto con Salman Rushdie.
¿Qué puede decirnos sobre el funcionamiento de la redacción de Charlie Hebdo en la actualidad, sobre esta clandestinidad impuesta?
Es un milagro que Charlie Hebdo haya superado este atentado con todos los traumas que implicaba. Es un milagro que todavía exista. Es un milagro que todavía haga reír a la gente y que haya mantenido la fe. De hecho, curiosamente, son crísticos. Nos han hecho a la imagen de Cristo. ¡Es una locura! ¡Charlie…! [risas].
Hoy viven en un búnker, nadie conoce la dirección o, al menos, se supone que nadie la conoce. El lugar está totalmente vigilado y protegido por policías. No hay ningún periódico en el mundo que trabaje en estas condiciones. ¡Y estamos en Francia, en París! Es revelador de algo muy preocupante. Es una locura. Es un periódico de dibujos y caricaturas. Pero, obviamente, nunca recuperaremos, ni de manera individual ni colectivamente, la ligereza, la actitud despreocupada que teníamos antes. Forma parte del pasado. Mire la situación de las caricaturas en la prensa, las sacaron del New York Times [en 2019, el periódico decidió poner fin a la publicación de caricaturas tras la controversia por una caricatura de Benjamín Netanyahu], la polémica en Le Monde [renuncia en 2021 del caricaturista Xavier Gorce después de que el periódico se excusara por haber herido la sensibilidad de sus lectores por una viñeta humorística sobre el incesto], ya no nos atrevemos a hacer nada. Las caricaturas de prensa son ante todo un arma contra los poderosos, contra las dictaduras, contra los dogmas. Y hoy desaparecen…
¿Qué queda hoy del «Je suis Charlie»?
Yo nunca me lo creí demasiado. Es un eslogan, una emoción y obviamente éramos sensibles a ella. Pero creo más en la razón que en las emociones. Creo más en la lucha que en los movimientos en los que la gente quiere abrazarnos. Además, nunca pedimos que Charlie les gustara a todos. Ese no es el papel de este periódico, en absoluto. Pero sí que todo el mundo defienda la libertad de expresión y la ejerza, porque así la defendemos. Es una lucha que queda pendiente.
¿No le parece extraño y al mismo tiempo representativo de nuestro tiempo el hecho de que la libertad de expresión sea caracterizada cada vez más como un lugar común hueco de extrema derecha cuando sabemos que viene de la lucha contra las fuerzas más reaccionarias y oscurantistas?
Estoy terriblemente enfadado con la izquierda por haber abandonado estos temas. Habrá una responsabilidad histórica, sobre todo en la izquierda de la izquierda, por este abandono. Así que, obviamente, desde el momento en que la izquierda abandona la libertad de expresión, esta es retomada e instrumentalizada. Pero es un valor de la izquierda, históricamente. La libertad de expresión, el laicismo, el universalismo son temas de la izquierda y la izquierda los ha abandonado por completo. ¿Cuál es el resultado? Mira lo que está pasando en Europa. Hoy en día, es la extrema derecha la que está ganando y el pueblo de izquierdas está sin consuelo. Vea el éxito de este libro. Es un alegato, salimos con seis mil ejemplares y ya vamos por las cien mil copias. Y en las firmas de libros recibo a doscientas personas cada vez. Son gente de izquierdas y están descontentos. Todos me dicen: «¿Qué podemos hacer?». De hecho, no es la gente de izquierdas la que ha desaparecido, son los partidos de izquierdas los que ya no quieren a su electorado, los que lo han abandonado. Ese pueblo está ahí. Yo sigo considerándome de izquierdas. Son los otros los que se han rendido. Estoy aquí, no me muevo, y nada me hará desviarme de esta lucha.
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