Los encargados de llevar a cabo este culto eran los sacerdotes funerarios y los parientes del difunto, principalmente su hijo primogénito. Los rituales se realizaban ante la llamada "estela de falsa puerta", situada en el interior de la tumba, en un altar o en una estela, elementos que normalmente se disponían en el exterior de la tumba y contenían la lista de nombres y títulos del fallecido. Otro lugar donde podía tener lugar el culto funerario era en el serdab , un pequeño habitáculo donde, sobre todo durante el Reino Antiguo, se colocaba una estatua del propietario de la tumba. Durante los rituales, el oficiante invocaba al ka del fallecido, recitaba las plegarias requeridas y llevaba a cabo las ofrendas pertinentes.
ORGANIZAR LA VIDA EN EL MÁS ALLÁ Pero, como es de imaginar, todo esto tenía un coste económico. A veces bastante elevado. De hecho, era el propio difunto quien normalmente debía sufragar los gastos que comportaban los ritos funerarios, dedicando en vida parte de sus bienes y rentas a su mantenimiento. Estos gastos incluían el pago (posiblemente en especies, en muchos casos procedentes de las ofrendas) a los sacerdotes encargados de cuidar la tumba y realizar los ritos, los llamados hemu-ka , o siervos del ka . También tomaban parte en estas ceremonias los sacerdotes lectores, conocidos como hery-hebet , que leían los textos sagrados.
Aunque en realidad el trabajo que conllevaba el mantenimiento del culto funerario no acostumbraba a ser ni excesivamente duro ni complicado. Además de los ineludibles deberes religiosos, estos clérigos tenían la obligación de mantener limpio el sepulcro y evitar que fuese profanado. Posiblemente tendrían más trabajo durante algunas festividades importantes, como en la celebración del Año Nuevo o en los festivales de Thot y Sokar, ya que en estos casos se tenían que recitar plegarias especiales.
Posiblemente los sacerdotes tendrían más trabajo durante las festividades importantes, durante las que tendrían que recitar plegarias especiales.
Relieve que representa al sumo sacerdote de Amón Mentuemhat.
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Como hemos visto, el responsable de sufragar los gastos que comportaba el mantenimiento de la tumba y los ritos funerarios que se realizaban en ella era el propio difunto, que debía dejarlo todo bien atado en vida. Pero en el caso de que alguien falleciese antes de haber completado la construcción de su tumba, la responsabilidad recaía en el hijo mayor , si lo tenía, o en su hija si no había heredero varón. Si el fallecido no tenía hijos, debería hacerse cargo cualquier otro miembro varón de la familia.
LA RESPONSABILIDAD DEL PRIMOGÉNITO En realidad, el encargado de oficiar el funeral (como hemos visto, normalmente el hijo primogénito) era reconocido como el legítimo heredero del difunto y se convertía en el responsable de proveer a la tumba de su padre de todo lo necesario para el mantenimiento del culto. De este modo se reconocía legalmente su derecho a heredar las posesiones y el estatus de su progenitor. En este aspecto podemos mencionar el caso de un tal Sabni, que viajó hasta el remoto lugar donde había muerto su padre con el objetivo prioritario de recuperar el cuerpo, poder enterrarlo en Egipto con gran pompa y ser reconocido de este modo como heredero.
Quien oficiaba el funeral del difunto y se erigía en responsable del mantenimiento del culto quedaba legitimado como heredero.
Sarcófago de Nesykhonsu. Tercer Período Intermedio. Museo de Arte, Cleveland.
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Pero el tiempo es implacable, y nada puede resistirse a él, ni siquiera la mejor construida de las tumbas. Es muy probable que con el paso de los años los descendientes de un difunto dejasen de sufragar todos estos onerosos gastos y destinasen los ingresos y rentas de sus tierras y bienes a pagar sus propios cultos funerarios. O simplemente podría pasar que ya no quedase nadie para hacerse cargo de esta responsabilidad. Pero si esto ocurría, para eso estaba la magia.
Y es que en el antiguo Egipto todo estaba previsto. De hecho, las imágenes que decoraban las tumbas tenían un propósito que no era en absoluto decorativo. Así, las listas de ofrendas y las escenas religiosas representadas en los muros sustituían mágicamente a la realidad. También se instaba a los viajeros que pasaban ante una tumba a que leyesen en voz alta estas listas, así como los nombres y títulos del difunto, puesto que mediante la palabra las cosas tomarían vida en el más allá, ayudando al alma del propietario de la tumba a vivir para siempre.
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