David Hume
El filósofo y ensayista escocés destacó por su empirismo filosófico y su escepticismo. David Hume consideraba que todo el conocimiento humano está condicionado por la manera que tenemos de percibir el mundo a través de los sentidos. En esta imagen, retratado por Allan Ramsay en 1766.
¿quién y en qué condiciones puede decidir cómo poner fin a la propia vida? El estigma sobre el suicidio, muy presente todavía en la actualidad, no es nuevo en Europa. Ya los antiguos griegos y romanos lo consideraban un acto contra la comunidad, aunque lo toleraban en algunas situaciones, sobre todo si se hacía para salvar el honor. La doctrina católica medieval redobló la censura contra el suicidio: quitarse la vida a uno mismo era un atentado contra Dios, la sociedad y el propio individuo; y los suicidas eran condenados y excluidos de la Iglesia y no se permitía ni siquiera que fueran enterrados en campo santo.
Tan sólo la llegada de los planteamientos filosóficos ilustrados en el siglo XVIII comenzó a poner en duda esta visión del suicida como un asesino y un pecador. Voltaire, Rousseau o Diderot consideraban legítimo el suicidio y veían en él una prueba de la libertad del individuo. Pero fue David Hume (1711-1776) quién dedicó más tiempo a reflexionar sobre ello. El filósofo escocés consideraba la condena al suicidio como una "superstición" y defendió el derecho a acabar con la propia vida si no merece seguir viviéndose. La doctrina de la Iglesia presentaba los padecimientos que debía soportar el hombre como designios de Diosque el individuo debía sufrir estoicamente, pues respondían a la voluntad divina, superior a la humana. Frente a ello, Hume sostenía que "a pesar de que un sólo paso nos apartaría del yugo del dolor y pena, las amenazas de la superstición nos mantienen encadenados a una existencia odiosa, y ella misma contribuye a hacernos miserables".
La doctrina católica influyó decisivamente en que se viera el suicidio como un atentado contra Dios, la sociedad y el propio individuo
Estas reflexiones están contenidas en el ensayo Sobre el suicidio. Escrito alrededor de 1755, Hume y su editor decidieron no publicarlo por miedo a la condena eclesiástica. Aunque en los años siguientes se editó de manera anónima, no fue hasta 1783, siete años después de la muerte del filósofo, que apareció con su firma. En el texto, el escocés da por sentada la existencia de Dios –aunque no se puede considerar al filósofo como creyente– y da por buena la creencia de que "todo lo que ocurre es acción del Todopoderoso".
LA MUERTE COMO CONSECUENCIA DIVINA
Partiendo del argumento de la omnipotencia divina, Hume afirma que es evidente de que Dios no actúa directamente, sino que "la Providencia divina" se manifiesta a través de las "leyes generales e inmutables" de la naturaleza. Si estas leyes son fruto de la voluntad divina, el pensador escocés considera que "cuando caigo por mi propia espada, la muerte me acoge de manos de la deidad, igual que si me hubiera dado muerte un león, un precipicio o una fiebre". Si todo lo que ocurre en el universo está predestinado por la Providencia, "entonces ni mi muerte, por muy voluntaria que sea, sucede sin su consentimiento", remacha.
La doctrina católica sostenía que la vida es "un don divino dado al hombre y sujeto a su divina potestad, que da la muerte y la vida", en palabras de santo Tomás de Aquino. En cambio, Hume creía que si disponer de la vida fuera un derecho reservado a Dios, "sería tan criminal actuar para la conservación de la vida como para su destrucción. Si me aparto de una piedra que va a caer sobre la cabeza perturbo el curso de la naturaleza e invado el terreno del Todopoderoso al alargar mi vida más allá del periodo, que por las leyes generales de la materia y del movimiento, Él ha asignado".
EL ABSURDO DE LA VOLUNTAD DIVINA
Hume defendía que era absurdo pensar que todo lo que pasa en el mundo está sujeto a la voluntad divina (guerras, desastres naturales, plagas...) menos la decisión puntual de una persona de quitarse la vida y que ese acto de libre albedrío altera el orden cósmico dispuesto por Dios: "¡Es casi blasfemo imaginar que una criatura puede perturbar el orden del mundo o usurpar la tarea de la Providencia divina!".
"Si me aparto de una piedra que va a caer sobre la cabeza (...) invado el terreno del Todopoderoso al alargar mi vida", razonaba el filósofo
Respecto a otro de los argumentos tradicionales contra el suicida, que con su acto perjudica a la comunidad en la que se integra, el escocés sostenía que quién se suicida no hace daño a la comunidad, en todo caso, "cesa de hacerle bien". El filósofo plantea que si "mi vida impide a alguien ser mucho más útil a la gente", entonces, "mi renuncia a la vida no sólo es disculpable, sino que es digna de alabanza", puesto que muriendo hace un bien a la comunidad. El escocés concluía que "tanto la prudencia como el valor nos obligan a deshacernos cuanto antes de la existencia cuando se convierte en una carga".
Tomar una decisión sobre la propia existencia desde un punto de vista racional, considerando si es mejor para uno mismo y para la sociedad seguir viviendo o dejar de existir, era sin duda una idea revolucionariaen el siglo XVIII. Un debate todavía vigente en el siglo XXI.
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