Publicado por Bernardo Ortín
Imaginar la vida o experimentarla
Somos lo que imaginamos (C. G. Jung)
La vida es primero imaginada y luego experimentada. Este es el oxígeno que aportó la obra de Julio Verne a la historia del pensamiento, oxígeno que por cierto, aún perdura. Nunca se acaba de saber hasta qué punto la trascendencia de un autor o autora radica en que su obra es absolutamente novedosa para su época o bien en que su obra recoge un pensamiento colectivo que ya existía y ha sido capaz de captar y expresar. Seguramente, la trascendencia tiene que ver con estos dos vectores de fuerza descritos y con que se relacionen sinérgicamente para alcanzar el éxito. Por un lado, está la genialidad y calidad del escritor y por otro, las condiciones históricas idóneas para que la obra funcione. La producción de sentido de cualquier mensaje artístico o intelectual se basa en esta relación coordinada entre el mundo exterior y el mundo interior, entre el escenario sistémico y el ámbito vital del sujeto que experimenta el mundo. En definitiva, la relación que hay entre la semilla y el tipo de terreno en el que arraiga. Lo dicho es una buena descripción del concepto de sincronía que, en términos junguianos, es la base de todo aprendizaje profundo y adaptativo. Julio Verne no hubiera tenido la relevancia que conocemos si no se hubiera convertido en la expresión del alma de su época.
A favor del progreso
Hablar del contexto histórico de Julio Verne (Nantes, 1828-Amiens, 1905) es hablar de una de las transiciones más relevantes de la historia de la civilización. Sabemos que la conquista de la modernidad fue el paso del teocentrismo al antropocentrismo y la fe en lo que el ser humano podía llegar a conocer y a hacer por sí mismo. En este proceso, que arranca en el Renacimiento, la verdad ya no es revelada por los dioses sino investigada y conocida por el ser humano. De la vida como creación de un dios se pasa al autogobierno de la vida por parte de su anfitrión. En esta época, aunque algo más tarde, asistiremos a la fundación de la sociología como ciencia1 cuyo libro emblemático fue El suicidio, obra de Durkheim, publicada en 1897. La importancia de este estudio radica en la recuperación del poder del ser humano sobre su propia vida hasta las últimas consecuencias. El desarrollo del maquinismo y la industrialización impulsaron una confianza en la tecnología y en la ciencia hasta entonces nunca vista. La fe en el ser humano y su capacidad de desarrollo generó una notable euforia por el progreso.
El futuro se cierne
o espera
el futuro no existe
o no llega
el futuro se da
o se toma
el futuro se escapa
o delata
el futuro te despliega
o te ata
(Trinidad Ballester)
Conservar la esencia de la tradición
Si tengo que elegir entre dos tipos de creencias, normalmente elijo la más antigua, considero que está más sometida a la prueba del tiempo. (Milton Erickson)
Pero todo gran argumento genera una fuerza opuesta. En esta época, en Inglaterra, William Morris (Essex, 1834-Londres, 1896), crea el movimiento Arts and Crafts, que se extenderá por toda Europa. Es este un movimiento que desconfía del progreso. Con respecto a esto, el mismo Morris decía:
El arte morirá por culpa de la civilización.
Frente al poder de la máquina, Morris veía polución, hacinamiento y esclavización de los trabajadores, que no deja de ser también una visión precursora. Mientras que el arte es integrador y da alegría a quien lo cultiva, el trabajo seriado genera fragmentación del pensamiento, depresión y sinsentido por desconexión de la actividad con respecto a la totalidad del proceso. Para el movimiento de las «Artes y Oficios» de Morris, lo importante era que las personas disfrutaran con la artesanía, con el fin de contrarrestar los efectos perversos de la Revolución Industrial.
Admiro
el ingenio
humano
pero
en el Diecinueve
perdimos
la Naturaleza
quisimos
hacer
creímos tener poder
hacer crecer árboles
bajo pabellones
de cristal
liberarnos del trabajo
ir más lejos
más deprisa…
y no pudo ser
(Trinidad Ballester)
Julio Verne o el sostenimiento de la paradoja
No hay un vicio más degradante para la inteligencia de los niños, más corruptor de sus instintos ni más destructor de su organismo que el trabajo en la atmósfera viciada del taller capitalista». Paul Lafargue. El derecho a la pereza)2
La obra de Verne nace en este marco de pugna entre estas dos corrientes.
Por un lado, está la confianza en la ciencia, la ilusionada esperanza en que los avances científicos y los descubrimientos mediante viajes a mundos desconocidos y conquista de nuevos territorios liberarían a la humanidad de los males de la antigüedad.
Por otro lado, esta tendencia convive con una fuerte crítica a estos avances y llama al abandono de la fábrica y disfrute del trabajo artesano e integrado en cuanto al proceso de producción y también en cuanto a la relación que el objeto fabricado tiene con el contexto al que sirve.
El pensamiento de Julio Verne se mueve entre estos dos polos: por un lado, la vanguardia, por otro la defensa de valores clásicos. Algunos personajes así lo muestran, como es el caso del capitán Nemo («Nadie»), que es un ingeniero de vasta cultura que se dedica a la exploración y a la innovación y que, a la vez mantiene sus ancestrales raíces indias.
La obra de Verne se originó como un proyecto con su editor P. J. Hetzel, que aspiraba a tener influencia en los jóvenes y se enmarcó en ese momento de vitalidad eufórica y fe en los avances de la ciencia de la que aún ahora somos herederos y que, por cierto, Verne fue relativizando y apagando en la última etapa de su vida. De hecho, el género que practicó y que pasó a la historia como ciencia ficción, se denominó inicialmente literatura científica.
Recuperación de la imaginación como fuente de vitalidad
¿Es real la realidad? (P. Watzlawick)
¿Para que una historia sea cierta tiene que haber ocurrido? ¿O es suficiente solo con imaginarla?3
El mensaje de Julio Verne tenía relación con soñar mundos mejores, realidades desconocidas en el lugar y momento presentes y en consecuencia, con el alojamiento de la satisfacción en el mero hecho de imaginar escenarios vitales más adecuados para resistir la palidez o pesadez de lo cotidiano.
Esta es la función de los cuentos, tal y como defiende J. C. Carrière en su obra: El círculo de los mentirosos.4 Soñar una vida satisfactoria para poder sobrellevar esta.
Hoy
quiero ser
quien no soy
quiero elevar
mi aliento
en el pensamiento
que pisa fuerte
que arrastra
arrasa
los temores
los temblores
golpea
los tambores
con las manos
y los pies
(Trinidad Ballester)
Así pues, la imaginación se abre paso con vigor para construir la identidad. La Modernidad se caracteriza por el tránsito de la vida experimentada a la vida imaginada.
La palabra es una caja
un espacio
estrecho
para contener el mundo
(Trinidad Ballester)
Existe una paradoja que sigue activa en nuestros días. Una aparente contradicción aún no zanjada en la filosofía de la ciencia: ¿es verdad lo que ocurre o lo que el sujeto hace con lo que ocurre? Dicho de otra manera: ¿lo importante es el relato o lo que el oyente hace con el relato?
Esta irrupción de la imaginación supone un desplazamiento de la angustia provocada por la realidad inmediata, por la búsqueda de una esperanza desplazada hacia el futuro y esta es la base de la construcción del superyó. Una instancia psíquica que establece una tensión provocada por la distancia entre lo que le ocurre al sujeto y lo que desea que le ocurra.
Lo dicho pone el acento en la vida imaginada. Transitar de una vida más física a una vida más psíquica. Obtener satisfacción con la mera vida mental.
Todo lo cierto es paradójico. Las cuestiones importantes de la vida no son, ni totalmente buenas ni totalmente malas para la existencia. Por eso, cada fenómeno y cada época aúna luces y sombras en el desarrollo del ser humano.
Conquista del espacio exterior o del espacio interior
En la época clásica, el género literario predominante era la épica. La dignidad del héroe se sitúa aquí, en las hazañas que este es capaz de enfrentar. El currículum que avala al protagonista es su capacidad para ganar batallas, para acometer aventuras, para realizar actos heroicos y prodigiosos.
En este sentido, el peor castigo es el exilio territorial, la privación de escenarios. La persona se pierde en tierras extrañas y hostiles, privado del vínculo de los seres queridos. El relato es pura exterioridad.
La Modernidad inaugura una época en la que la búsqueda del sujeto se desplaza al territorio alojado en el interior de sí mismo. El género literario central es la novela.
Por tanto, el exilio ya no es exterior, sino que se desarrolla en la interioridad de la persona misma. El sujeto ya no busca su identidad en lo que es capaz de hacer, sino en la congruencia psicológica que es capaz de alcanzar.
El síntoma de los nuevos tiempos es la neurosis. La desconexión de la realidad es mayor, la visión del mundo se construye en el interior, sustituyendo a veces a lo que acontece afuera.
Tenía
a mi propio cuerpo
perdido
dentro
de una bolsa
hecha
de mí misma
(Trinidad Ballester)
De este modo, la Modernidad inaugura otro tipo de conflicto humano, ya no tan basado en la relación del sujeto con el medio, sino en la construcción de mapas de la realidad tan potentes que llegan a aislar a la personas del contexto en el que viven. En consecuencia, el mapa sustituye a la realidad, el plano suplanta a la casa, el maniquí es más deseable que el modelo.
Un nuevo perfil emerge en la forma de vivir el sufrimiento humano. Se trata de personas que no son capaces de nutrirse en ambientes llenos de oxígeno y alimento. La conciencia se vuelca hacia el interior prescindiendo del ambiente, como hace el avestruz que se esconde, se inhibe la vitalidad en un contexto rico en nutrientes.
Y aquí está la oportunidad histórica para la genialidad de Julio Verne. El relato de los viajes, la visita a realidades exóticas funciona no solo como información de las noticias del mundo, sino como un espejo para instalar improntas imaginativas que le conecten con un estado de satisfacción y esperanza.
Podríamos decir que el relato imaginativo de Verne remite al sujeto a estados emocionales que la propia persona ya intuye: la medida de todo es el ser humano.
Este trazado es el que sigue la publicidad actual cuando en lugar de describir en el anuncio las características técnicas y las bondades del producto, nos remite al estado emocional que podremos visitar si adquirimos lo que la publicidad nos propone.
Esta pasión por lo exótico, por lo desconocido y en definitiva por la fusión de ambos mundos fue una de las vías de investigación de grandes pensadores de la época y posteriores a Verne, como Carl Jung, y Erich Fromm entre otros.
Visitar el tiempo
La percepción del tiempo es otra novedad del pensamiento del ser humano moderno.
El tiempo se espacializa, de modo que podemos visitar distintos episodios temporales instalándonos con la imaginación en distintos momentos, como el que recorre una cinta de celuloide caminando hacia adelante y hacia atrás. No en balde está próxima a la época la invención del cinematógrafo.
Dice Mircea Eliade en su libro El mito del eterno retorno que la perspectiva medieval del tiempo era circular: la experimentación de la vida en ciclos que siempre vuelven a modo de repetición: Noche-día, primavera-verano-otoño-invierno, hambre-saciedad…
Me gusta sentir
que Enero es el mismo
que regresa cada Noche vieja
a la cita de la última campana
para volver a tomar
mis manos
en su regazo
y estirar del sol
para ensanchar los días
que regresan en fila
taconeando
(Trinidad Ballester)
La Modernidad se caracteriza por una perspectiva lineal del tiempo, en el que la mirada se proyecta al frente. Introduce la sensación de esperanza, de escapada a utopías mejores lanzando la mirada hacia adelante.
La línea del tiempo se endereza desde la circularidad a la ubicación del pasado en la espalda y el futuro en el horizonte frontal de la mirada.
La obra de Verne ayudó a construir esa línea del tiempo hacia la Luna, hacia el fondo submarino, al centro de la Tierra, en el trayecto a caballo de Miguel Strogoff, siempre hacia adelante y hacia el progreso, dividiendo a la humanidad entre la fascinación por lo desconocido y la defensa de la obra tradicional del ser humano, que acarrea como un equipaje.
La promesa del progreso consistía en liberar a los seres humanos del trabajo duro. Por el contrario, la industrialización inauguró un nuevo modo de esclavización que además afeó y contaminó el viejo entorno rural. En realidad, solo liberó a los propietarios de la herramienta. Algo de esto intuyó Verne en la última parte de su vida, lo que hizo palidecer su confianza en el progreso.
Julio Verne mostró a través de su obra que en primer lugar imaginamos la vida y después nos instalamos dentro de ese imaginario para experimentarla.
El joven Verne tuvo una hermosa fantasía, que quizá no llegó a ser cierta. Se trataba de una fuga accidentada en barco que habría hecho en su infancia. A su regreso diría: «De ahora en adelante no viajaré más que en sueños».
Las almas
no tienen
otro propósito
que existir
para gozar
de sí mismas
del mundo
de los demás
para esperar
en la madrugada
al acecho
de la noche
y soñar
lo que no sea
posible vivir
(Trinidad Ballester)
Notas
(1) Se considera a Émile Durkheim, Karl Marx y Max Weber como los fundadores de la sociología moderna. Durkheim creó el primer departamento de sociología en la Universidad de Bordeaux en 1895.
(2) Lafargue, Paul. El derecho a la pereza. 1998, Madrid, Fundamentos.
(3) Bateson, Gregory. Metálogos. 1982, Barcelona, Edit. Buenos Aires.
(4) Carriére, J. C. El círculo de los mentirosos. 2000, Barcelona, Círculo de Lectores.
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