¿Cuál es el pensamiento más triste, trágico y terrible que te puede venir a la cabeza? Si hiciéramos una deducción racional, seguramente lo peor que puedes llegar a pensar es en el suicidio. El anhelo de morir puede presentarse en diversos momentos de nuestra vida, y no en todas se presenta de una manera contundente o lo suficientemente trágica como para prestarle demasiada atención. Cuántas veces hemos dicho "tierra trágame". Ahí queda esa posibilidad, y de hecho para algunos filósofos existencialistas esta elección tan dramática y definitiva sobre querer seguir viviendo es lo que da verdadero sentido a nuestro paso por el mundo. Sin embargo, podríamos argumentar que hay un pensamiento aún más trágico y terrible que el suicidio, y ese es el de la extinción. Al fin y al cabo, no solicitamos venir a este mundo, sino que fuimos arrojados "como un perro sin su hueso", y en un sentido muy siniestro, podemos llegar a pensar en que el hecho de seguir trayendo vidas al mundo suponga, más que una bendición, el mayor acto de crueldad que podamos cometer.
No en vano una de las razones por las que muchas parejas no tienen hijos en la actualidad es porque no pueden permitírselo. Y más allá de consideraciones filosóficas más elevadas sobre la existencia, el ser y la muerte (sobre las que reflexionaremos más adelante), lo cierto es que la imposibilidad de ofrecer una vida digna y estable a un niño parte de una razón económica, que a su vez remite a una razón mucho más existencial: si no se pueden garantizar unas buenas condiciones materiales para esa nueva vida que viene al mundo, será mucho más difícil que esta se desarrolle como nos gustaría o que fuera feliz. Por tanto, si sabemos de antemano que vamos a sufrir más sabiendo que no le podemos dar todo lo que necesita o desea, lo mejor es no ceder al impulso de ser padres.
"No haber nacido es lo mejor de todo; lo segundo, volver cuanto antes al lugar de donde se ha venido", escribió Sófocles
Recientemente, un estudio de la Comisión Europea halló que España es el segundo país europeo con el nivel de riesgo de pobreza en niños más alto, solo por detrás de Rumanía. Esto obviamente repercute en las bajas tasas de natalidad que a su vez contribuyen a que cada vez sea más preocupante la crisis demográfica. En 2019, se llegó a un mínimo histórico desde la posguerra, con un 27% de nacimientos menos que una década antes. Ahora bien, la poca capacidad de las familias españolas para hacer frente a los gastos de traer una nueva vida al mundo no es excusa para que en realidad no lo deseen. Simplemente, haciendo un cálculo racional, no pueden. Pero, ¿qué motivaciones (o mejor dicho, desmotivaciones) pueden fomentar el deseo de no querer traer una vida al mundo? Incluso, ¿qué razones más profundas hay para pensar que nadie en su sano juicio debería tener hijos?
Los predecesores del antinatalismo
El antinatalismo, la corriente filosófica que defiende el cese de la procreación humana universal, atraviesa todas las épocas históricas. Ya en la Antigua Grecia, el poeta Sófocles lo dejó bastante claro con el siguiente aforismo: "No haber nacido es lo mejor de todo; lo segundo, volver cuanto antes al lugar de donde se ha venido". Otro ejemplo del mundo antiguo, esta vez del texto anónimo del Eclesiastés, recogido en la Biblia: "Vi el llanto de los oprimidos, sin tener quien los consuele; la violencia de los verdugos, sin tener nadie quien los castigue. Felicité a los muertos más que a los vivos. Más feliz aún que entrambos es aquel que aún no ha nacido, que no ha visto la inquina que se comete bajo el sol".
Para Zapffe, la consciencia humana es "una paradoja biológica, una abominación, un absurdo, una exageración de naturaleza desastrosa"
En épocas más recientes, las teorías antinatalistas pueden estar comandadas por el que es uno de los filósofos más pesimistas de la historia: Arthur Schopenhauer, padre del existencialismo. Para él, el universo y todos los seres animados o inanimados están movidos por una fuerza única, ciega e impersonal, la voluntad. Esta es precisamente la que nos alienta de forma automática a sobrevivir y reproducirnos. Si la negamos o la obviamos, obtendremos angustia, la cual es permanente, pues es imposible satisfacer todos nuestros deseos, más aún si ni siquiera somos conscientes de todos ellos (aquí estaría la influencia que tendría en otros pensadores como Freud).
Entonces, el placer se erige en contraposición a ese sufrimiento continuo como un alivio momentáneo. Esta es precisamente la fuerza que nos impele a procrearnos: el filósofo creía que si no sintiéramos placer sexual, la reproducción humana no existiría porque "tendríamos compasión por las siguientes generaciones". En resumen, el placer es la trampa que nos pone la naturaleza (ciega e impersonal) para que sigamos reproduciéndonos; si no lo experimentásemos, inmediatamente sentiríamos la "carga de la existencia" sobre nosotros.
Peter Wessel Zapffe, el Mesías de la tragedia
Otro de los grandes pensadores antinatalistas que recibe la influencia directa de Schopenhauer es Peter Wessel Zapffe, sin duda uno de los más desconocidos de esta corriente. Nacido en 1899 en la pequeña localidad noruega de Tromsø, escribió una única obra en la que ofrece una ingeniosa argumentación contra la procreación. 'El último Mesías', en su traducción española, llega a la conclusión de que el ser humano debe su existencia a una curiosa (y trágica) paradoja: nuestra evolución cognitiva, aquella que nos otorgó el desarrollo intelectual, cultural y científico, es también la responsable de que seamos extremadamente conscientes de nuestras limitaciones, como por ejemplo la presencia siempre presente de la muerte o el hecho de sentir compasión hacia otros seres vivos.
¿Qué es el ser humano para Zapffe? "Una ruptura en la unidad misma de la vida, una paradoja biológica, una abominación, un absurdo, una exageración de naturaleza desastrosa", según escribe en 'El último Mesías'. Pensaba, en este sentido, que nuestros hermanos biológicos más inmediatos, los primates, pueden descansar tranquilos al no contar con una consciencia tan "sobreevolucionada" como la nuestra, sintiendo esta evolución cognitiva que nos hace conscientes de la muerte y del dolor en el mundo como una auténtica tragedia. "La vida había sobrepasado su objetivo, estallando en pedazos. Una especie había sido armada con demasiada fuerza: un espíritu que se había hecho todopoderoso sin él, pero igualmente una amenaza para su propio bienestar. Su arma era como una espada sin empuñadura ni placa, una hoja de dos filos que lo cortaba todo; pero quien la empuñe debe agarrar la hoja y girar el filo hacia sí mismo", teoriza.
Ante esta coyuntura tan trágica, ¿qué propone Zapffe? Cuatro formas de afrontarla a nivel individual y social en cada una de nuestras actitudes cotidianas, aunque ninguna de ellas será válida para librarnos de la carga vital que supone la consciencia. En primer lugar, el aislamiento, el cual consiste en obviar o restringir ciertos pensamientos o sentimientos negativos asociados a nuestra funesta existencia; en segundo lugar, el anclaje, que como su nombre indica es la tendencia a querer conectarnos con nuestra realidad familiar, laboral, religiosa... que a su vez nos sirve de defensa frente a las verdades incómodas que implica el hecho de estar vivo. La tercera forma afrontamiento es la distracción, que trata de modificar nuestro foco de atención hacia sensaciones más positivas o al menos más llevaderas para huir del sentido trágico del hombre. Y, por último, el de la sublimación, es decir, el desarrollo de un espíritu creativo o una intuición estética que provoque la catarsis entre esa consciencia vital negativa y nuestro yo más interno.
El antinatalismo hoy en día
Evidentemente, su forma de pensamiento es algo radical, pero no por ello menos interesante. No podemos tomarla al pie de la letra, pues nuestra especie estaría abocada a la autodestrucción. En la actualidad, el filósofo más importante de la corriente antinatalista es el sudafricano David Benetar, director del departamento de Filosofía de la Universidad de Ciudad del Cabo, quien escribió un libro que recupera la tradición de estas ideas y las aplica a la actualidad. 'Better Never to Have Been', que podría traducirse como "Mejor nunca haber existido", indaga en la tragedia misma que supone el hecho mismo de nacer, tanto para nosotros como persona individual como para el planeta en el que existimos.
La pandemia nos ha hecho reflexionar sobre lo insignificantes que somos y lo vana que es nuestra sensación de poder sobre las fuerzas naturales o el modo de vida que llevamos, basado principalmente en la ciencia, la tecnología y la industria. "Nosotros somos el virus" es uno de los lemas de crítica que más se han repetido contra nuestro afán de extracción de todos los recursos naturales para el mantenimiento del sistema, y es inevitable pensar al respecto en tesis como la de Zapffe. Este va más allá, pues no hace falta cometer ningún pecado para ya estar condenados, ya que la pena ya viene impuesta desde el momento en el que nacemos.
Por último, cabe recordar el argumento de la extraordinaria película 'Hijos de los hombres', en el que un virus produce que la fertilidad disminuya hasta niveles ínfimos, sumiendo al mundo en un completo caos. ¿Y si el coronavirus atacara al sistema reproductor en vez de las vías respiratorias? La lógica evolutiva se rompería. O, al menos, jugaría por primera vez en nuestra contra. La voluntad ciega e impersonal de Schopenhauer, esa que nos hizo avanzar cognitivamente y colocarnos en una situación privilegiada dentro del reino animal, daría su último movimiento. En ese instante hipotético y postrero, los sueños antinatalistas se harían realidad y... ¿luego qué? Ni siquiera esa pesada carga existencial solo mitigada por los breves momentos de placer nos sobreviviría.
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