la tumba de Seti I fue una de las primeras que se descubrieron en el Valle de los Reyes antes de que la egiptología se convirtiera en una ciencia. El hallazgo se debió al buen ojo y al talento arqueológico de alguien cuya vida es digna de una novela: Giovanni Battista Belzoni.
Este paduano nacido en 1778 abandonó Roma y sus «estudios de hidráulica» (que quizá se limitaron a su trabajo en el sistema de fuentes de la ciudad) cuando llegaron las tropas napoleónicas, en 1798. Tras pasar por París y volver a Italia, terminó asentándose unos años en los Países Bajos, desde donde marchó a Inglaterra en 1803. Allí se ganó la vida como forzudo de circo con el nombre artístico de «el Sansón patagón» y contrajo matrimonio con la inglesa Sarah Banne. En 1812, la pareja fue de gira por Portugal, España (donde actuó para José I Bonaparte) y Sicilia.
En 1815, hallándose en Malta de camino a Estambul, Belzoni conoció a un agente de Mehmet Alí, el nuevo gobernador otomano de Egipto, por quien supo que éste buscaba ingenieros para modernizar el país del Nilo. Belzoni no lo dudó y marchó a Egipto a fin de proponerle una máquina para extraer agua del río. Por desgracia, el invento no tuvo éxito y nuestro protagonista acabó reconvertido en buscador de antigüedades para Henry Salt, el cónsul británico en Egipto. Así comenzaron los logros de Belzoni como pionero de la egiptología, que apenas dos años después lo llevarían a descubrir la fabulosa tumba de Seti I.
CRONOLOGÍA
forzudo viajero
1812
Belzoni, que actúa en Inglaterra como forzudo circense, se marcha de gira con su esposa Sarah.
1815
Estando en Malta, Belzoni parte a Egipto al saber que el nuevo gobernador otomano busca ingenieros.
1817
Belzoni descubre en el Valle de los Reyes la tumba de Seti I, con una decoración extraordinaria.
1823
Tras organizar una exposición sobre la tumba en Londres, Belzoni viaja a África y muere de disentería.
UN HALLAZGO INCREÍBLE
El descubrimiento tuvo lugar durante el segundo de sus recorridos por Egipto, a la vuelta de su exploración del templo de Abu Simbel. El 16 de octubre de 1817, una vez se fueron los británicos a los que había servido de guía por Tebas, Belzoni regresó al Valle de los Reyes, la necrópolis de los faraones del Reino Nuevo, y les dijo a sus hombres que excavaran a una docena de metros al este de la tumba del faraón Ramsés I. La elección de este punto no la hizo al azar, sino que, como él mismo cuenta en sus memorias, fue resultado de su experiencia previa excavando otras sepulturas.
«A menos de quince yardas de la última tumba que he descrito –explicaba–, hice que abrieran el suelo al pie de una empinada colina y bajo un torrente, el cual, cuando llueve, derrama una gran cantidad de agua sobre el punto mismo que hice excavar. Nadie podía imaginar que los antiguos egipcios situaran la entrada a una excavación tan inmensa y soberbia justo bajo un torrente de agua; pero tenía fuertes motivos para suponer que en ese punto había una tumba, a partir de indicios que había observado en mi búsqueda. Los fellahs [campesinos], que estaban acostumbrados a excavar, eran todos de la opinión de que no había nada en ese punto, pues la posición de esta tumba difiere de la de todas las demás».
Belzoni no podía saberlo, pero situar sus tumbas bajo torrenteras fue una decisión consciente adoptada por los soberanos de la dinastía XVIII en el Valle de los Reyes, precisamente para que las piedras y el barro arrastrados por las aguas disimularan la entrada a sus hipogeos, protegiéndolos de los saqueadores.
Dos días después de empezar a excavar se demostró el buen ojo arqueológico de Belzoni, al descubrirse la entrada a la tumba que hoy conocemos como KV 17 y que sabemos que perteneció a Seti I, segundo faraón de la dinastía XIX y padre de Ramsés II. Ese día, Belzoni logró llegar a un pozo de 2,46 metros de profundidad. Para franquearlo se trajeron al día siguiente dos grandes vigas de madera con las que hizo un puente sobre el que pasó al otro lado. Según narra el explorador, daba la impresión de que el corredor terminaba tras el pozo, en lo que parecía una sólida pared tallada en la roca y decorada como el resto del pasillo. Por fortuna, una pequeña abertura ya existente le permitió comprobar que sólo se trataba de un muro tras el cual continuaba la tumba.
La sepultura resultó un hallazgo asombroso. Toda la superficie de sus muros estaba decorada con pinturas excepcionales. En la cámara funeraria, bajo un techo abovedado decorado con escenas astronómicas, Belzoni halló un espléndido sarcófago de alabastro egipcio, grabado con escenas y textos del Libro de las puertas rellenos de azul.
EL MISTERIO DEL TÚNEL
El sarcófago se hallaba sobre un túnel repleto de escombros que Belzoni sólo excavó en parte. Este túnel era el único elemento intrigante de la tumba, y durante dos siglos hizo soñar a más de uno con que en su otro extremo podía estar la verdadera cámara funeraria del soberano, intacta y oculta durante milenios. Un sueño que se demostró infundado en 2007, cuando se desescombró la galería. Entonces, los arqueólogos superaron dos tramos de escalones separados por un quicio de puerta y se toparon con el abrupto final del corredor: una pared maciza y lisa situada nada menos que a 176,5 metros de la entrada del hipogeo.
Definitivamente, la tumba hizo la fortuna de su descubridor. Belzoni realizó una copia de los relieves sobre cera y se llevó los paneles a Londres, donde había pensado organizar una gran exposición sobre el descubrimiento en mayo de 1821.
SALTO A LA FAMA
La muestra fue un completo éxito, pues sólo el primer día compraron una entrada más de 1.900 personas, a las que siguieron muchos miles más. Por desgracia, faltaba el sarcófago. Después de que el Museo Británico se hubiera negado a adquirirlo, lo compró el arquitecto y coleccionista de arte John Soane, en cuya casa-museo de Londres sigue hoy en día. Belzoni nunca supo que el monumental sarcófago no se exhibió en la institución londinense, como hubiera sido el deseo de Henry Salt, el cónsul que había patrocinado las exploraciones de Belzoni en Egipto. Antes de la venta definitiva de esta pieza a Soane, el explorador italiano organizó una expedición para llegar a la mítica ciudad africana de Tombuctú, pero al poco de desembarcar en la costa occidental de África sufrió una disentería que acabó con su vida el 3 de diciembre de 1823, en la aldea nigeriana de Gwato.
El sarcófago de Seti I, de alabastro egipcio, estaba en la cámara funeraria, bajo un techo abovedado decorado con escenas astronómicas
El gigante pionero de la arqueología había fallecido mientras exploraba tierras ignotas. Eso era lo que más le gustaba y lo que había hecho en Egipto, donde abrió el templo de Abu Simbel, halló la entrada a la pirámide de Kefrén en Gizeh y localizó el acceso a las maravillosas escenas de la más espectacular tumba del Valle de los Reyes.
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SARCÓFAGO ÚNICO
En la crónica de sus viajes, Belzoni decía del sarcófago hallado en la tumba de Seti I que «no tiene su igual en el mundo. Es un sarcófago del más fino alabastro oriental [...], es transparente cuando se coloca una luz en su interior [...]. Sólo puedo decir que no se ha traído desde Egipto a Europa nada comparable».
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LA EXPOSICIÓN DEL AÑO EN LONDRES
En 1821, Belzoni organizó una exposición de sus descubrimientos en Egipto en pleno centro de Londres, en el Egyptian Hall, un edificio construido pocos años antes y que lucía una fachada de inspiración faraónica. El punto fuerte de la muestra fue una reconstrucción de la tumba de Seti I. Como sus dimensiones hacían imposible mostrar todo el hipogeo, Belzoni decidió limitarse a las dos salas más espectaculares, que pudo reconstruir a tamaño natural gracias a los moldes que había hecho de los relieves y a sus notas acerca de los colores. Para que el visitante se hiciera una idea del conjunto, las acompañó con una maqueta de la tumba de más de 15 metros de largo.
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