la brumosa mañana del 23 de julio de 1745, un pequeño grupo de personas desembarcaba en secreto en la isla de Eriskay, en la costa occidental escocesa, con el objetivo conquistar toda Gran Bretaña y derrocar la dinastía Hannover reinante. Se trataba del príncipe Carlos Eduardo Estuardo, hijo del pretendiente jacobita al trono. Sin el conocimiento de su padre se había embarcado, con la ayuda del rey de Francia, para levantar Escocia en armas aprovechando las desavenencias religiosas de episcopalianos y católicos con los anglicanos, predominantes en Inglaterra.
El fracaso de las dos revueltas previas sucedidas en 1715 y 1719, no amilanó un joven Carlos, de apenas 24 años, que poco a poco conseguiría el favor de los señores de los clanes con laspromesas de ayuda militar y económica ofrecidas por los franceses.
Gracias a su carisma, Carlos Eduardo Estuardo consiguió reunir un pequeño ejército en Glenfinnan, dónde levantó su estandarte el 19 de agosto aprovechando que el ejército principal de la corona inglesa se encontraba luchando en los Países Bajos.
Mientras el gobernador de Escocia reunía a toda prisa la milicia, Carlos consiguió entrar en Edimburgo, estableciendo su corte en el palacio de Holyrood a mediados de septiembre. Sin embargo la primera batalla no se hizo esperar, el día 21 del mismo mes el ejército jacobita chocaba con las fuerzas gubernamentales a 10 kilómetros de la capital. Los inexpertos milicianos de sir John Cope no pudieron resistir la carga de los 2.500 hombres de Carlos y apenas tuvieron tiempo de lanzar una descarga antes de huir. La lucha había durado unos pocos minutos, y con esta victoria toda Escocia (salvo algunas fortalezas) quedaron en manos de los jacobitas.
LA MARCHA HACIA EL SUR
Alarmado por esta derrota y la amenaza creciente que suponía Carlos Eduardo Estuardo, el gobierno británico decidió llamar al ejército regular de Flandes para la defensa de la isla.
Por su parte, Carlos, envalentonado por el éxito, decidió invadir Inglaterra para reclamar el resto de su reino, cruzando la frontera con su ejército a principios de noviembre. Después de asediar brevemente Carlisle, capital del condado de Cumbria, fue recibido con los brazos abiertos por la ciudad de Manchester, lo que insufló en los escoceses la esperanza de una campaña corta y fácil.
Nada más lejos de la realidad. El duque de Cumberland, heredero a la corona inglesa, desembarcó al mando de más de 10.000 aguerridos veteranos de las guerras en Europa para restablecer el orden inglés. Mientras tanto en Londres se reunía un nuevo ejército de 20.000 efectivos.
Un amago de ataque contra Gales consiguió desplazar al ejército de Cumberland hacia el este, abriendo la ruta a Londres. Sin embargo, pese a poder acercarse hasta la capital inglesa, el pequeño ejército de 5.000 hombres del príncipe poco podía hacer contra los numerosos defensores de la capital. Además, si continuaban su avance, era posible que su ruta de retirada de vuela al norte quedara cortada por otras fuerzas inglesas. Por si fuera poco, las tropas reales habían recuperado Edimburgo e Inverness, amenazando con reconquistar toda Escocia.
RETIRADA HACIA EL NORTE
Reunido en Derby, el consejo de guerra decidió, contra los deseos de Carlos, emprender la retirada hacia el norte,dónde podrían enfrentarse al enemigo en igualdad de condiciones. Así pues, el 29 de diciembre los jacobitas volverían a cruzar la frontera.
Contra la voluntad de Carlos, el consejo de guerra decidió emprender la retirada hacia el norte
Reforzado ahora por regimientos de soldados irlandeses al servicio de Luis XV, Carlos se dispuso a recuperar el terreno perdido. Empezó por asediar el castillo de Stirling, un lugar clave entre Edimburgo y Inverness. La guarnición inglesa de Edimburgo partió hacia el norte para enfrentarse a los jacobitas, encontrándose con ellos en Falkirk, a unos 30 km al oeste de Edimburgo. Bajo una fuerte lluvia se libró una breve lucha en la que una primera carga de la caballería real inglesa fue rechazada por el fuego de los escoceses, quienes persiguieron a los jinetes hasta chocar contra la desmoralizada infantería inglesa, que terminó retirándose.
Unos 300 soldados del gobierno murieron y otros tantos fueron capturados, mientras que los jacobitas solo sufrieron unas 130 bajas. Esta victoria contra las tropas regulares inglesas convenció a Carlos de que sus hombres podían vencer en campo abierto a los casacas rojas, descartando librar una guerra de guerrillas como le proponía Lord George Murray, uno de sus generales.
Tras el abandono del ineficaz asedio de Stirling, Carlos se dedicó a someter las posiciones de la corona en el norte, tomando y arrasando los castillos de Inverness y Fort Augustus. Mientras tanto, el duque de Cumberland ascendía por la costa oriental de Escocia, llegando a los alrededores de Inverness el 14 de abril.
LA BATALLA FINAL
Temeroso de un choque frontal contra las tropas gubernamentales, el general escocés Lord George Murray aconsejó hacer un ataque nocturno contra el campamento inglés para sorprender al enemigo e impedirle usar su superior potencia de fuego. La noche del 15 de abril de 1746 se llevó a cabo esta arriesgada maniobra, pero los regimientos se perdieron en la noche y se ordenó la retirada.
La mañana del 16 abril de 1946, los soñolientos escoceses observaron como el ejército gubernamental avanzaba en orden de batalla hacia sus posiciones. Sin más opción que luchar o huir, Carlos ordenó desplegar sus fuerzas.
Aparte de los regimientos veteranos, que se habían distinguido en batallas como Fontenoy o Dettingen, el ejército contaba con formaciones recién reclutadas e incluso tres unidades escocesas: la guardia negra y los clanes Argyll y Campbell. El total ascendía a 8.000 efectivos. Además, el ejército de la corona se había entrenado a fondo, ensayando una innovadora táctica en que cada hombre atacaría en el cuerpo a cuerpo al contrario de su derecha para así evitar la defensa de los tradicionales escudos escoceses.
Por su parte los 5.000 soldados del príncipe Carlos eran en su mayoría escoceses, junto con algunos jacobitas ingleses y 820 irlandeses de los regimientos extranjeros franceses.Según el recuento de armas recogidas por el duque de Cumberland y estudios más recientes, al contrario de lo que la tradición romántica describe, los hombres de los clanes acudieron a la contienda principalmente equipados con mosquetes y no con espadas y escudos.
Los soldados del príncipe Carlos eran en su mayoría escoceses, junto con algunos ingleses e irlandeses.
El campo de batalla se hallaba delimitado por un cercado en la izquierda inglesa, un pantano cubría además la derecha y el centro inglés, dificultando el avance. Cumberland desplegó a su ejército en tres líneas, pero al ver que su frente quedaba rebasado en la derecha por la línea enemiga desplazó a parte de la tercera fila.
Hacia la una de la tarde los cañones escoceses abrieron fuego, espoleados por una partida de reconocimiento inglesa que se había acercado a 100 metros de su posición. Esta primera descarga fue recibida con vítores por los clanes y estuvo a punto de alcanzar al propio Cumberland, que se hallaba en el flanco derecho. La artillería real respondió inmediatamente y sus profesionales artilleros causaron una gran cantidad de bajas entre el enemigo. La duración de este cañoneo inicial es incierta, pero el desigual intercambio provocó la carga de los escoceses para evitar más pérdidas entre sus efectivos.
El ataque se realizó en medio de la mayor confusión: el cenagal y las cercas obligaron a los clanes a juntarse en una gran masa que avanzaba hacia el flanco izquierdo. Bajo el fuego de la metralla y encabezados por los clanes Atholl y Cameron, llegaron al alcance de la infantería regular inglesa, que abrió una descarga mortífera. Respondiendo al fuego enemigo los escoceses se lanzaron a la carrera, cubriendo los 50 metros restantes hasta el enemigo.
Mientras este ataque se producía en el centro, la izquierda jacobita, atrapada en el fangal, era barrida por el fuego enemigo y dispersada por la caballería inglesa. En el otro flanco, el resto de la caballería real se abría paso con dificultad, derribando los cercados y abriéndose paso hacia la retaguardia enemiga.
El regimiento inglés del coronel Barell fue el que soportó en este momento el peso del ataque, apoyado en segunda línea por el general Huske, al mando de esa zona, el cual reorganizó a los regimientos de la segunda línea para que rodearan y abatieran a los escoceses en medio de un fuego cruzado.
La irrupción de los ingleses por detrás de las líneas terminó de decidir la contienda, dándose los jacobitas restantes a la fuga y dejando a 1.500 hombres sobre el terreno enfangado. Se calcula que unos 700 escoceses murieron durante la batalla, siendo el resto masacrados por los jinetes reales, según uno de ellos “[la caballería] comenzó la persecución, matando a tantos con espadas y pistolas que nunca he visto un campo tan lleno de muertos”. Por su parte, Cumberland sufrió únicamente 300 bajas.
UNA DURA REPRESIÓN
Decidido a aplastar de una vez por todas las revueltas escocesas, Cumberland ordenó una persecución sin cuartel, “para perseguir y cazar a esas alimañas entre sus agujeros”. Se hicieron 3.500 prisioneros y un número considerable de escoceses fue asesinado. El castigo se extendió por toda Escocia, capturándose 8.000 cabezas de ganado que serían vendidas en Fort Augustus.
Los clanes jacobitas fueron desposeídos de sus tierras, se prohibió vestir el tartán, un tejido típico escocés (excepto para los soldados de la corona) e incluso tocar la gaita. De los soldados capturados, 120 serían ahorcados, unos 1.000 deportados a las colonias y 600 encerrados hasta su muerte. Su rango tampoco salvó a los lores Kilmarnock y Balmerino, que fueron decapitados cerca de la Torre de Londres. Por si fuera poco se promulgó un edicto que quitó el derecho a todos los señores escoceses de impartir justicia entre sus vasallos.
Se prohibió vestir el tartán y tocar la gaita.
Una imponente fortaleza, Fort George, fue construida al lado de Inverness para vigilar las tierras altas gracias a una guarnición permanente de hasta 2.000 soldados con los que sofocar futuros conatos de rebelión.
Por su parte, Carlos Eduardo Estuardo huyó hacia el sur, pasando por el Lago Ness hacia la costa occidental. No consiguió encontrarse con dos fragatas francesas dispuestas para su evacuación, y pasó cuatro meses escondiéndose de los ingleses, que había puesto un precio de 30.000 libras a su cabeza.
Gracias a Flora Macdonald (que lo hizo pasar por una de sus doncellas) consiguió refugiarse en la isla de Skye, escondiéndose luego entre los Macpherson. Finalmente, el 20 de septiembre, consiguió embarcarse en el buque francés l’Heureux, abandonando Escocia para siempre.
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