Moses Wilhelm Shapira, un comerciante de antigüedades de Jerusalén, se presentó en el Museo Británico de Londres en 1883 con un "tesoro" entre sus manos.
Afirmaba que tenía en su poder el manuscrito bíblico más antiguo del mundo, un juego de pergaminos inscritos con el Libro de Deuteronomio, el quinto y final del Pentateuco, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, que en la tradición hebrea forman la Torá —La Ley—, núcleo de la religión judía.
Shapira alegó que el manuscrito había sido descubierto por tribus beduinas nómadas en una cueva con vistas a Wadi Mujib.
El texto, señaló Shapira, era notablemente diferente del usado en iglesias y sinagogas, sugiriendo que la versión que se creía que había sido transmitida de Dios a Moisés había sido, de hecho, alterada por manos humanas.
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Shapira quería más de US$1 millón por el pergamino, lo que equivaldría a más de US$200 millones al cambio corriente.
Pero hubo quienes dudaron de la atrevida afirmación de Shapira, incluido el notable arqueólogo francés Charles Clermont-Ganneau, quien lo había acusado previamente de vender productos falsificados.
Antes de aceptar comprar los rollos, el Museo Británico contrató a Christian David Ginsburg, uno de los grandes eruditos bíblicos de la época, para autenticar el manuscrito antiguo.
Mientras, Shapira se convirtió en una celebridad de la noche a la mañana cuando los periódicos comenzaron a contar sobre sus idas y venidas en sus columnas de chismes literarios.
Después de cuatro semanas, Ginsburg emitió un veredicto: el manuscrito era falso.
Shapira, dijo el erudito, había tomado un rollo de la Torá genuinamente viejo, cortó su margen inferior en blanco y escribió en esa tira de apariencia antigua su propia versión del Deuteronomio.
Angustiado y humillado, Shapira huyó del Reino Unido.
En marzo de 1884, reunió el dinero que le quedaba, alquiló una habitación en un sórdido hotel de Rotterdam y se pegó un tiro en la cabeza.
Nuevo hallazgo
Para los que que siguieron el culebrón, la muerte de Shapira, a los 54 años, parecía ser el triste final de su historia.
Hasta 1947, cuando aparecieron los Rollos del Mar Muerto, miles de pergaminos bíblicos antiguos.
Las coincidencias entre los dos fueron asombrosas.
Se decía que el Deuteronomio de Shapira había sido escondido en una cueva. También lo fueron los Rollos del Mar Muerto.
El manuscrito del anticuario estaba lleno de interesantes desviaciones del texto bíblico tradicional. También lo estaban los Rollos del Mar Muerto.
El texto de Shapira fue encontrado por beduinos vagando por los desiertos cerca del Mar Muerto. Igual lo fueron los Rollos, de ahí su nombre.
A partir de la década de 1950, varios académicos decidieron regresar al manuscrito de Shapira, utilizando métodos que no estaban disponibles para Ginsburg en 1883, para probar de una vez por todas si era real o falso.
Pero había un problema: el texto había desaparecido misteriosamente.
En busca del texto perdido
Mi fascinación por los rollos de Shapira, de los que había oído hablar por primera vez por mi padre, un erudito de la Biblia, había demostrado ser demasiado fuerte para resistirme a buscarlos.
Comencé mi pesquisa en la Ciudad Vieja de Jerusalén, pero no descubrí ninguna pista sobre el paradero de los pergaminos faltantes.
No fue sorprendente, después de todo, habían desaparecido en Londres.
Así que reservé un boleto para Reino Unido.
Aunque el texto no se encontraba entre los 150 millones de artículos en la asombrosa colección de la Biblioteca Británica, descubrí una nota manuscrita del bibliotecario jefe del museo en 1883.
Decía que después de la muerte de Shapira, su viuda, Rosette, había enviado dos pequeños fragmentos de los pergaminos a un erudito alemán.
Si pudiera localizar estos fragmentos, pensé, podría descubrir la verdad sobre el manuscrito.
Así que reservé otro vuelo para Alemania y llegué hasta La ciudad de Schlitz
Fui a visitar a Annette Schwarz-Scheuls, una prima lejana de la difunta esposa de Shapira.
"No puedo ser neutral", me dijo mientras calentamos café y pasteles en su cocina.
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La mujer de 52 años de edad ya me había dicho que no tenía los rollos, así que le pregunté si realmente eran falsos.
"Estoy del lado de la familia. Es solo una opinión personal de muchos que él era un 'maestro falsificador'. No es verdadero. ¿Entiendes?"
Entendí. Aunque no había encontrado los fragmentos del manuscrito, tampoco había descubierto nada que sugiriera que los rollos eran falsificaciones.
De hecho, después de más de tres años de búsqueda cada vez estaba más convencido de que eran reales.
Más de un siglo después de su muerte, la familia de Shapira también lo pensó.
Pero mi búsqueda no iba a ninguna parte.
En Jordania, Israel, Reino Unido o Alemania me había topado con un callejón sin salida
Revelación
Una noche, más de un año después de salir de Alemania, recibí un correo electrónico que hizo retomar mi búsqueda.
Venía de Matthew Hamilton, un investigador bíblico que vivía en los suburbios de Sidney.
Decía que había investigado manuscritos bíblicos antiguos y que siempre tuvo conocimiento de los de Shapira, que de hecho, en 2011 tuvo la suerte de encontrar una referencia de quién lo había comprado.
Le respondí de inmediato, pero después de un breve intercambio durante el cual no divulgó el nombre del comprador, Hamilton guardó silencio.
Durante los siguientes ocho meses intenté contactarlo desesperadamente, pero simplemente no respondió.
Así que compré un boleto de avión a Australia.
El encuentro
En mayo de 2014, aterricé en Sidney y tomé un taxi hasta el tranquilo suburbio de Tregear, donde un investigador privado que había contratado varios meses antes me dijo que Hamilton había vivido.
Me detuve en una iglesia cercana con la esperanza de que alguien de la comunidad sabría dónde encontrarlo.
Tuve suerte: Paul Beringer, el antiguo pastor de la iglesia, era un conocido, pero me dijo que no lo había visto en 20 años.
Justo cuando mis esperanzas comenzaron a caer, tocó su barbilla y dijo: "Vamos, mi auto está cruzando la calle".
Y así, Beringer y yo comenzamos una gira por el gran Sidney en su Nissan marrón para tratar de localizar a Hamilton.
Estacionamos y llamamos a la puerta de una casa modesta.
Un largo momento después apareció Hamilton. Me saludó con la mano como si esperara que yo llegara tarde o temprano.
Poco después de invitarme a entrar, me tiró un balde de agua fría. "Puedo hablar de muchas cosas relacionadas con Shapira, pero no puedo decir el nombre", dijo.
Por supuesto, el nombre fue la razón por la que viajé hasta Australia, y la severa advertencia de Hamilton me hizo sentir que mi viaje ya era un fracaso.
Hicimos un plan para encontrarnos a cenar la noche siguiente.
Hamilton llegó al restaurante de mi hotel con dos carpetas que contenían varios años de investigación sobre el manuscrito de Shapira, partes significativas de las cuales habían sido tachadas.
"Notarás que eliminé cualquier mención del nombre", dijo.
Mi plan consistía en comprarle unas cervezas con la esperanza de que las bebidas disolvieran su renuencia a revelar el nombre. Pero Hamilton no bebió un trago.
Aun así, algo que hice, o dije, ayudó a cambiar de opinión: tres horas y medias después de que nos sentamos a comer, 36 horas después de haber aterrizado en Australia, y alrededor de 5.832 horas después de haberme enviado su primer correo electrónico, Hamilton simplemente lo dejó escapar.
"Philip Brook Mason", dijo.
Tras los rastros de Mason
A fines del siglo XIX, Mason era médico y naturalista y había comprado el manuscrito de Shapira en algún momento después de haber sido subastado en Sotheby's en 1885.
En 1889, Mason mostró el manuscrito ante un pequeño número de miembros de la Sociedad Arqueológica y de Historia Natural de Burton-on-Trent. Después de eso, nadie lo volvió a ver en público.
Ahora con el nombre, reservé un boleto a Londres y de allí tomé un tren a Burton y reservé una habitación en el Hotel The Three Queens, que más de un siglo atrás había sido la casa de Mason.
Busqué en el sótano cualquier rastro del manuscrito, estudié minuciosamente los registros de acceso de cada institución que compró piezas de la colección de Mason después de su muerte en 1903. Pero no condujo a nada.
Regresé a casa con las manos vacías y abatido.
Cinco años después y mi búsqueda había llegado a su fin.
Casi.
Descubrimiento
En marzo de 2012, un rabino en Cincinnati me dijo que más de 100 manuscritos de Shapira estaban en la colección del fallecido alcalde de San Francisco, Adolph Sutro.
Ávido coleccionista de libros, Sutro había estado en Jerusalén en el momento de la muerte de Shapira y había recogido algunos de sus manuscritos.
Hoy, por una extraña coincidencia, esta poco conocida colección de Shapira se encuentra en el edificio de la biblioteca de la Universidad Estatal de San Francisco, donde soy profesor asistente de escritura creativa.
Cuando recibí el dato por primera vez, los manuscritos estaban en tránsito y, por lo tanto, eran inaccesibles.
Una vez que estuvieron disponibles, la proximidad de la biblioteca me permitió postergar las visitas cada vez que surgía algo más.
Esta inacción duró meses, hasta que la fecha límite inminente para mi libro me obligó a enfrentar lo que podría ser el final de mi búsqueda.
Entre los textos se encuentran manuscritos bíblicos de siglos de antigüedad, textos cabalísticos e incluso obras de poesía.
Dentro de una caja gris había un tomo bien conservado que contenía porciones de los libros de los profetas del Antiguo Testamento sobre hojas de cuero voluminosas.
Hojeando el códice medieval, llegué a una página en la que el margen inferior había sido cortado cuidadosamente.
Durante el día siguiente, descubrí cinco códices más en los que se habían eliminado los márgenes, junto con una parte de un rollo de la Torá que contiene 11 columnas del Libro de los Números.
Faltaba todo el margen inferior, unos 45 centímetros.
Pensé en Ginsburg, que había sugerido que el comerciante de Jerusalén había inscrito su Deuteronomio falsificado en tiras cortadas de los márgenes inferiores de un rollo de la Torá.
Al mirar ahora el libro deformado que tenía ante mí, comencé a preguntarme si, después de todo, había tenido razón.
Quería sentirme decepcionado, pero me sorprendí al encontrarme eufórico.
Aunque nunca localicé los rollos, encontré otra cosa: si Shapira había fabricado el manuscrito como lo sugiere la evidencia, lo había hecho con tanta habilidad y pericia que, por arte de magia, sin saberlo, había predicho la existencia de los Rollos del Mar Muerto.
Shapira podría haber sido un falsificador, pero ahora parecía que también era otra cosa: un genio.
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