Dónde está el rey de los judíos que ha nacido, preguntaron tres viejos sabios que llegaron de Oriente a Jerusalén en tiempos de Herodes. La antigua historia que nos ha hecho creer a millones de niños alrededor del mundo en la magia, en las recompensas del buen actuar y en los misterios que esconde la divinidad, también nos ha regalado uno de las atmósferas más hermosas en la cosmogonía cristiana. De acuerdo con el Evangelio según San Mateo, una extraña estrella en movimiento marcaba su camino hasta el lugar donde nació Jesucristo; un astro del que no se explica mucho en los textos sagrados, pero que ha servido para construir la imaginería y los íconos de la Navidad y la fe.
Hoy, ¿qué podemos decir y averiguar sobre este fenómeno gracias a las investigaciones que ahora son posibles? Durante siglos, la presencia de esa estrella ha sido debatida por teólogos, filósofos y astrónomos, dando como resultado inicial un posicionamiento temporal de los posibles eventos celestes que pudieron inspirar o dar punto partida a la narración: un paso estelar ocurrido entre el año 4 y 1 a. C. Registros que nos recuerdan que, de hecho, no hay certeza sobre la verdadera fecha del nacimiento de Jesús; aunque existen quienes afirman esto aconteció alrededor del año 2 antes de Nuestra Era.
Circulando por los registros que se han obtenido al respecto, podemos señalar algunas opciones para dar explicación del acontecimiento que marcó tanto a la narración del alumbramiento divino como a la fe que nos persigue cada 6 de enero:
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1
El cometa Halley es uno de los grandes candidatos; aunque éste debió observarse en el año y es una fecha algo temprana para pensarle como la estrella de Belén, no hay demasiadas historias sobre cometas brillantes en tiempos bíblicos y esto supondría nuevas especulaciones sobre el período de nacimiento para Cristo.
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2
Otra posibilidad es la presencia de una estrella nova o supernova –es decir, una estrella en explosión que incrementa su luminosidad–; sin embargo, tampoco existe un estudio del cielo que reporte algo similar alrededor del año 2 a. C., por lo tanto, esto tampoco supondría una concordancia con las investigaciones historiográficas.
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3
Un gran dato que podría darnos respuesta es que a lo largo del los días 11 y 12 de agosto del año 2 a. C., los planetas más brillantes fueron Venus y Júpiter, lográndose ver en las tierras bíblicas sobre el horizonte de Oriente antes del amanecer. Fechas bastante aceptadas por los estudiosos del tema.
De hecho, este fenómeno astronómico se compagina también con el simbolismo que le otorgaban los sabios de aquel entonces a los eventos celestes; especialmente a Júpiter, que representa al Padre o Rey de dioses, y a Venus como signo de amor y fertilidad sobre la Tierra.
Asimismo, resulta que en 1925 se encontró una tabla de arcilla a 100 km de Babilonia y grabada con caracteres cuneiformes, la cual habla de la conjunción planetaria entre Júpiter y Saturno, y que propone de nueva cuenta otro tipo de lectura. Esto debido a que hubo otros acercamientos entre planetas en los años 5, y 3 a.C. y que entonces vuelve a “mover” la fecha exacta de nacimiento para Jesús. Incluso se piensa que los magos pudieron ver las primeras señales del nacimiento con la conjunción de Júpiter y Saturno en el 7 a.C., o en febrero del 6 a.C. junto a Marte, y en mayo del mismo año una unión entre Júpiter, Saturno y Venus.
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Según el profesor David Hughes –astrónomo de la Universidad de Sheffield–, después de años estudiando las razones astronómicas que se unen a la historia bíblica, los tres reyes eran eruditos religiosos conocidos como magos que analizaban los planetas y estrellas, interpretando el significado detrás de los sucesos cósmicos. Así, personajes que a cualquier evento extraordinario le consideraban un presagio, y que pudieron ver en esa rara y enigmática “estrella” un mensaje claro de divinidad. «Si lees cuidadosamente la Biblia, los magos vieron algo cuando estaban en su propio país y viajaron a Jerusalén para conversar con el rey Herodes y descubrir otras señales que les guiaron a Jesús», dice el catedrático. Razón por la cual el mismo investigador ha concluido que, probablemente, la dichosa estrella de Belén no era del todo una estrella, sino un conjunto de fenómenos que poco a poco vigilaron, interpretaron y les llevó a la historia que ya conocemos.
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Eduardo Limón
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