Ignacio recibió del maestro la primera semilla. Después de cuatro semanas después de regarla y cuidarla diariamente observó que ninguna planta había crecido. Qué había pasado?; quizá todo esto del Maestro era una tontera y él estaba perdiendo su tiempo.
Decidió regresar donde el maestro y pedirle explicaciones.
- ¡ Maestro!- le dijo en el colmo de su impaciencia. ¡Usted me esta haciendo perder el tiempo! ¡ He invertido cuatro semanas regando esta estúpida semilla y no pasa nada! Cuál es el mensaje de sabiduría que debo descubrir? Acaso los empresarios somos malos jardineros? Si en la oficina alguien se enterara de que he estado que he estado regando una semilla mágica, pensarían que soy un reverendo idiota. Dejémonos de juegos. Enséñeme sus técnicas de relajación, que es realmente para lo que he venido.
El maestro lo miró hasta el fondo de los ojos y le dijo con calma:
- Te di una semilla golpeada por un martillo. Jamás crecerá.
- Y para que diablos me dio la estúpida semilla? Para hacer el ridículo? De eso se trata? Para ser feliz hay que humillarse y sentirse inútil?
- Ignacio –continuó el maestro- los niños son como semillas. Tenemos un potencial inmenso cuando nacemos, como si fuera un árbol de vida capaz de alcanzar las mayores alturas.
Pero si nuestros padres golpean la semilla, es decir nos maltratan, nos humillan, nos violentan y no nos valoran ni nos dan cariño, la semilla no germinará. A lo sumo si crece producirá un árbol débil y limitado.
Quería que vivieras en carne propia la imposibilidad de hacer germinar la semilla, para que nunca te olvides de este concepto. Sin embargo, a diferencia de las semillas, los seres humanos que han sido golpeados de niños, sí pueden crecer, desarrollarse y ser felices. Pero, para lograrlo, necesitan conocerse a sí mismos, tomar conciencia de su pasado y de cómo los afecta en el presente.
La primera semilla de la felicidad es el autoconocimiento.
- Las sensaciones derivadas de los momentos difíciles de la niñez están grabadas en una memoria emocional o subconsciente y tiene la particularidad, para nuestra desgracia, de que es atemporal; es decir, la recordamos como si fuera ayer. Cargamos de por vida con nosotros un conjunto de emociones fuertes de las cuales no somos conscientes.
Cuando nuestros padres nos golpean mientras somos una semilla tenemos la memoria subconsciente llena de emociones destructivas. Estas emociones las cargamos toda la vida. Lo peor de todo es que se manifiestan en nuestro presente, pero no nos damos cuenta. Las emociones destructivas sabotean nuestras relaciones interpersonales, nuestra seguridad y nuestra sensación de valor personal, impidiéndonos muchas veces lograr la felicidad.
Nosotros proyectamos nuestras memorias subconscientes en la pantalla de las situaciones y personas del presente. Puede ser en la oficina o en la casa con tu familia, pero tus memorias afloran e interfieren en tu vida.
Ignacio, nuestra mente es como un iceberg. Nuestro conciente es la pequeña parte que está fuera del agua. Pero ese iceberg tiene una inmensa masa de información sumergida que no podemos ver: nuestro subconsciente. Mientras más conciencia y conocimiento tomes de tu subconsciente, tendrás más libertad y capacidad para ser feliz.
Una persona que sufre de miopía y no usa anteojos percibe la realidad como borrosa y piensa que es normal hasta que se compra lentes. Cuando uno se equivoca o cuando las cosas no nos salen bien, uno no tiene porqué sentirse inútil, tonto o culpable. Uno debe entender su error, aprender del error y buscar otras alternativas sin dudar de su autoestima. Lo más probable es que la sensación de sentirte inútil sea una proyección de algún episodio de tu niñez durante el cual, cuando te equivocaste, te hicieron sentir de la misma manera.
- Mire Maestro – le dijo Ignacio con autoridad- La verdad es que todo este tema del autoconocimiento me parece interesante, pero no quisiera tener que perder tiempo en discutir mis emociones.
Ignacio le contó su estrategia de sumergirse en el trabajo para controlar sus emociones, mostrándose orgulloso de ser una persona con total dominio de su psiquis.
El maestro que lo escuchaba con calma trajo un vaso de agua que contenía un hielo.
- Toma este vaso y trata de sumergir el hielo dándole un solo empujón. Hazlo de tal forma que el hielo permanezca la mayor cantidad de tiempo sumergido.
Ignacio empujó el hielo con resignación, sintiéndose un poco ridículo. El hielo se sumergió en el agua por unos segundos pero luego volvió a la superficie.
- Que me quiere enseñar con esto? –pronunció Ignacio con tono de burla- Que yo soy ese hielo porque no tengo emociones? Déjeme decirle que la única forma de subsistir en este mar de problemas en el que yo vivo es ser un hielo y no mostrar mis emociones. Es la única forma de salir siempre a flote.
- Interesante interpretación, pero ese no es el significado que quería ilustrar. Cuando uno tiene traumas de niñez, las emociones de estos episodios afloran a la superficie. Si tú te sumerges y bloqueas estas emociones, como has contado que haces, es como empujar el hielo hacia abajo. Pero como has visto, el hielo siempre regresa. Asimismo nuestras emociones bloqueadas afloran, pero no las vemos; es decir, no somos concientes de ello. La única forma de que estas emociones no regresen es disolverlas, como el hielo en el agua Esto se logra con paciencia y elevando la temperatura del agua. Debes hacerlo elevando tu temperatura emocional y volver a integrarte como persona.
- Si una persona viene a contarte algo muy triste y tú no quieres escucharla, puedes taparle la boca para conseguirlo. Pero igual te comunica su tristeza con su expresión y sus lágrimas, eso no lo puedes evitar. Ignacio, dentro de ti hay una persona muy triste que habla con emociones de dolor y tu le tapas la boca para no oírla, ocultándola y sumergiéndola en tu interior. Pero recuerda que esa persona también llora y cada lágrima aflora en ti e influye en tu conducta sin que te des cuenta.
- Cuéntame, Ignacio, cómo estuvo el trabajo hoy?
- La verdad es que terrible -hijo Ignacio indignado- Mire, hoy me llamó un cliente a quejarse de que nos habíamos retrasado mas de tres semanas en despacharle una mercadería que ya había cancelado. El cliente exigía la devolución de su dinero. Me dijo que éramos poco profesionales y que pensaba acudir a la competencia.
- Dime, Ignacio, que sentiste en ese momento? –preguntó el Maestro.
- Me vinieron una ira y una desesperación enormes. Me sentí impotente, tonto e incapaz. Me dirigí a la oficina del jefe de despachos para gritarle que era un incompetente y un inepto. Le advertí que si tenía una equivocación más lo despediría. Lo hice enfrente de toda su gente para que aprendieran que deben trabajar con calidad.
- No te parece Ignacio que tu reacción fue muy agresiva?
- A mí me parece normal –respondió Ignacio_ Así he reaccionado toda mi vida. Mi padre nos enseñó, desde niños, que uno debe pagar sus errores.
- Cómo es eso de tu padre? Me puedes poner un ejemplo?
- Veamos –Ignacio entrecerró los ojos, como buscando muy atrás en su vida. Recuerdo que mi padre siempre fue muy exigente con nosotros. Quería que mi hermano y yo estuviéramos siempre bien vestidos y que hiciéramos lo que él quería. Si le desobedecíamos teníamos que pagar las consecuencias. Una tarde de domingo, cuando yo tenía cuatro años y mi hermano Hernán cinco, mi padre nos había ordenado vestirnos elegantes porque iba a llegar una visita a la casa. Estábamos esperando aburridos, así que salimos a pasear al parque que quedaba al frente de la casa. Recuerdo que tropecé en el barro y me ensucié desde la cabeza hasta la punta de los pies. Sabíamos que si mi padre me veía nos iba a dar una paliza. Mi hermano intentó limpiarme el barro, pero era imposible. Resignados fuimos a la casa a recibir nuestro castigo, pero nunca imaginamos que sería tan severo. Mi padre me vio y empezó a gritar e insultarme con palabras que yo no entendía pero que sonaban horribles.. Recuerdo su cara, tan llena de odio y rabia. Me cogió del brazo y me llevó a la ducha, abrió el agua fría y me metió adentro. Mientras me lavaba con el agua congelada y con mi ropa puesta, me seguía gritando y empezó pagarme. Yo no había abierto la boca, ni siquiera había llorado. Estaba recibiendo el castigo con dignidad y no pensaba llorar. Sus golpes eran fuertes, pero peores eran las cachetadas que me caían en la cara.Cuando terminó la tortura física vino lo peor, otra vez sus gritos: “! Quien eres, dime que clase de porquería eres para ensuciarte de esa forma?! Dime, quien eres! ¡ imbécil, responde!” En ese momento le dije lo que me nació del corazón: ¡ Papi, soy un niño”. Al decirle estas palabras se me escapó una lágrima, pero pude contenerme y no lloré. Mi padre siempre decía que los hombres no lloran. Sabía que si lloraba me podía seguir pegando..
- Recuerdo cuando el perjudicado fue mi hermano, en ese entonces de siete años.Un amigo lo invitó a su casa un domingo. Mi padre le dijo a Hernán que lo recogería a las seis de la tarde. A esa hora fui con mi padre a recogerlo. Pero Hernán no estaba en la casa de su amigo, había partido hacía una hora . Mi padre subió al auto preocupado y fue a buscarlo por todo el vecindario. Mientras mi padre maldecía: “Ese imbécil, que se ha creído, que me puede desobedecer?! ¡Que clase de cojudo se escapa sin avisar! Lo voy a matar cuando lo vea! Yo no me movía, no hablaba nada., no quería darle ninguna oportunidad para que derivara su agresión hacia mí. Estaba paralizado.. Después de una hora infructuosa de búsqueda, volvimos a casa. Allí ya estaba mi hermano, que se había regresado caminando. Mi padre lo agarró de uno de sus pies y lo cargó en peso. Lo levantó del pié dejando su cabeza cerca del suelo.. le empezó a tirar patadas en la espalda y a recriminarlo por haberle desobedecido. Luego fue directo al baño y agarrándolo de los pies metió su cabeza en el inodoro mientras mi padre seguía insultándolo. Yo estaba inmóvil y aterrorizado.
- Y tu madre, que hacía?
- Mi madre nunca se metía con lo que hacía o decía mi padre. El era el hombre de la casa, al que había que obedecer. Los contactos con mi madre eran mínimos. No era cariñosa, era más bien fría e impersonal. Lo más importante para ella era que todo estuviera ordenado. Pasaba el día comprando ropa y artefactos caros para la casa. O tomando té con sus amigas. A ella solo le importaba ella misma.
- Ahora entiendo porqué le gritaste de esa forma al jefe de despachos -le dijo el maestro.. Entiendo en primer lugar, que para ti es “normal” la violencia porque creciste en ella. Por ello si alguien comete un error en tu oficina, tú haces exactamente lo que tu padre hacía contigo cuando cometías un error. Peor aún, revives tu pasado invirtiendo los roles: asumes el rol agresivo y prepotente de tu padre y a quien maltratas le impones el rol de niño asustado. Además, es probable que andes a la búsqueda de errores en las personas para revivir episodios de agresión vividos en tu niñez. Te sientes cercano al recuerdo de tu padre cuando asumes el rol agresivo.
- Ahora queda claro porqué tienes tanto miedo de mostrar tus emociones –continuó el maestro- En realidad te mueres de miedo de que tu padre, que ya no vive físicamente pero que goza de buena salud en tu propia mente, te maltrate y humille. Todavía conservas en tu mente el mensaje de tu padre: “Para ser hombre no hay que sentir, ni llorar”. Para complicar las cosas, tú reforzaste este mensaje con la actitud de frialdad y distancia de tu madre. Es más, por el trato de tu padre, tú vienes cargando desde niño sensaciones de miedo, angustia, rabia, impotencia, humillación y temor al ridículo. Estas son la emociones que no quieres sentir porque te traen mucho dolor, no es así?
Ignacio estaba destrozado . Tuvo que contener, una vez más las ganas de llorar. Las palabras del maestro habían derretido el hielo racional que bloqueaba su conducto interior. Ahora empezaba a sentir como fluían las emociones por su cuerpo.. Sentía mucho dolor y tristeza, sentía pena por sí mismo y rabia contra sus padres. Al recordar su pasado y asociarlo a su presente, empezaba a descubrir que se armaba un rompecabezas que tenía disperso en su interior. Se empezaba a sentir humano.
-Ignacio, no tengas miedo de sentir, no bloquees tus emociones. Déjalas salir.sin miedo. Cuando te sientas angustiado, con dolor o con miedo, siente las emociones. Son parte de ti..
En segundo lugar, intenta tomar distancia de la pantalla de tu vida para que veas las situaciones como realmente son.Observa tus emociones y pregúntate si no serán tus sensaciones subconscientes las que están aflorando. Ignacio, en tu vida estarás caminando por un cuarto oscuro en el que te tropiezas con frecuencia. Tu cuarto seguirá oscuro; no se puede iluminar rápidamente. Pero lo que sí puedes hacer es alumbrarte son un fósforo para que veas con qué tropezaste. Cuando actúes de forma agresiva o maltrates a alguien en la oficina, prende tu luz interna y reflexiona sobre tu comportamiento. Analiza que emociones y pensamientos te llevaron a actuar de esa forma y relaciónalos con algún episodio de tu niñez. A medida que sientas tus emociones subconscientes y las comprendas, remitiéndolas a tu pasado, los hielos se irán disolviendo y ya no regresarán.
Recuerda que cuando reaccionas agresivamente, el único que pierde eres tú. Con tus reacciones no logras que quien se equivocó mejore y recapacite sobre sus actos. Lo que logras es que esta persona se dedique a comentar por toda la oficina lo neurótico que eres. Lo que tú quieres es que las personas mejoren su trabajo. Lo que tu padre mental quiere es castigar y maltratar a la persona que se equivocó.
Ignacio salió de la casa del maestro y subió a su auto. Se sentía ahogado de emociones que lo desbordaban. Era extraño, estaba solo pero se sentía acompañado por alguien muy cercano, como su mejor amigo: otra vez le ocurría que lo ganaba la sensación de estarse encontrando consigo mismo.
Era paradójico: estaba feliz de sentirse feliz. En realidad, estaba feliz de sentirse humano nuevamente. Reflexionó sobre como trataba a sus hijos y a su esposa. Había muchas similitudes con la forma en que a él lo habían tratado cuando niño y pensó que esto podía ser una cadena interminable. A su padre lo maltrataron y luego su padre lo maltrató a él. El también estaba maltratando a sus hijos y esto haría que luego sus hijos maltrataran a sus nietos. El debía parar la cadena y estaba a tiempo de hacerlo. No quería golpear la semilla de sus propios hijos y hacerles vivir el infierno que él estaba viviendo.
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