Este
Salmo es titulado con frecuencia y apropiadamente «La Guía del
Pecador». En algunas versiones es una ayuda para el pecador
arrepentido. Atanasio recomienda a algunos cristianos, a quienes está
escribiendo, que lo repitan cuando se despierten por la noche. Todas
las iglesias evangélicas están familiarizadas con él. Lutero dice:
«No hay otro Salmo que sea cantado u orado con mayor frecuencia en
la iglesia.»
La
tradición judía puso este salmo en labios de David, impulsado a la
penitencia por las severas palabras del profeta Natán (cf. Sal
50, 1-2; 2
S
11-12), que le reprochaba el adulterio cometido con Betsabé y el
asesinato de su marido, Urías. Sin embargo, el Salmo se enriquece en
los siglos sucesivos con la oración de otros muchos pecadores, que
recuperan los temas del “corazón nuevo” y del “Espíritu” de
Dios infundido en el hombre redimido, según la enseñanza de los
profetas Jeremías y Ezequiel (cf. Sal
50, 12; Jr
31, 31-34; Ez
11, 19; 36, 24-28).
Son
dos los horizontes que traza el salmo 51. Está, ante todo, la región
tenebrosa del pecado (cf. vv. 3-11), en donde está situado el hombre
desde el inicio de su existencia: “Mira, en la culpa nací, pecador
me concibió mi madre” (v. 7). Aunque esta declaración no se puede
tomar como una formulación explícita de la doctrina del pecado
original tal como ha sido delineada por la teología cristiana, no
cabe duda de que corresponde bien a ella, pues expresa la dimensión
profunda de la debilidad moral innata del hombre. El Salmo, en esta
primera parte, aparece como un análisis del pecado, realizado ante
Dios. Son tres los términos hebreos utilizados para definir esta
triste realidad, que proviene de la libertad humana mal empleada.
- El primer vocablo, hattá, significa literalmente “no dar en el blanco”: el pecado es una aberración que nos lleva lejos de Dios -meta fundamental de nuestras relaciones- y, por consiguiente, también del prójimo.
- El segundo término hebreo es ‘awôn, que remite a la imagen de “torcer”, “doblar”. Por tanto, el pecado es una desviación tortuosa del camino recto. Es la inversión, la distorsión, la deformación del bien y del mal, en el sentido que le da Isaías: “¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz y luz por oscuridad!” (Is 5, 20). Precisamente por este motivo, en la Biblia la conversión se indica como un “regreso” (en hebreo shûb) al camino recto, llevando a cabo un cambio de rumbo.
- La tercera palabra con que el salmista habla del pecado es peshá. Expresa la rebelión del súbdito con respecto al soberano, y por tanto un claro reto dirigido a Dios y a su proyecto para la historia humana.
Sin
embargo, si el hombre confiesa su pecado, la justicia salvífica de
Dios está dispuesta a purificarlo radicalmente. Así se pasa a la
segunda región espiritual del Salmo, es decir, la región luminosa
de la gracia (cf. vv. 12-19). En efecto, a través de la confesión
de las culpas se le abre al orante el horizonte de luz en el que Dios
se mueve. El Señor no actúa sólo negativamente, eliminando el
pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su
Espíritu vivificante: infunde en el hombre un “corazón” nuevo y
puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de
una fe límpida y de un culto agradable a Dios.
Luego
se aprecia en el Salmo un sentido igualmente vivo de la posibilidad
de conversión: el pecador, sinceramente arrepentido (cf. v. 5), se
presenta en toda su miseria y desnudez ante Dios, suplicándole que
no lo aparte de su presencia (cf. v. 13).
Nacho Padró
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