Es muy interesante la relación entre
profetismo y monarquía, parece que una y otra van unidas. Nacen,
crecen y se desarrollan juntas, incluso mueren a la vez. Los profetas
son los que eligen y ungen a los reyes, pero también los que se
oponen a ellos nombrando sucesores. Disponemos de textos muy
elocuentes: Jeremías alaba a los buenos reyes, un rey está para
servir a los hombres y hacer justicia ( Jer 21 y 22 ), pero también
detesta a los malos reyes que conducen a sus pueblos a la
destrucción.
Parece claro que la relación entre
estas dos instituciones israelíes fue muy tensa. Funcionan como una
especie de reparto de poderes que están a su vez limitados. El
profeta posee el poder religioso más inmediato y más vivo, si
sobrepasa su límite, deja de comunicar la voluntad de Dios, y se
convierte en un falso profeta. El rey tiene el poder de gobernar, es
un poder que está legitimado por Yahvé que lo ha elegido, su límite
está en la voluntad de Dios que puede volverle la espalda ante sus
excesos. Profeta y rey se denuncian cuando traspasan sus límites
respectivos. Pero también tiene una faceta política, es un hombre
de acción y está enfrentado visceralmente a la monarquía
representada por la dinastía de los Omridas. De hecho, podemos
incluso considerar que la caída de esta dinastía fue propiciada y
promovida por la oposición constante de Elías y Eliseo. Aunque los
"siguientes monarcas", cercanos a Eliseo, no se comportaron
mejor.
La monarquía
en Israel, que desde su creación recibiera duras críticas de Samuel
(1Sm 8), profeta y último de los jueces, continuó a lo largo de los
siglos siendo criticada por los profetas. Tienen lugar, con todo,
divergencias en las soluciones ofrecidas. Unos creen que debe
desaparecer (Amós, Oseas, Miqueas, Sofonías), otros piensan que
debiera ser mantenida y reformada por dentro con nuevas autoridades
(Eliseo, Proto-Isaías, Jeremías, Ezequiel, Zacarías). El apogeo de
la profecía tuvo lugar en los años centrales del siglo VIII a.C..
En esa época se dieron unas circunstancias sociales que llevaron a
unos hombres, inspirados por Dios, a lanzar sus gritos de protesta y
de advertencia. En el Reino del Norte o Reino de Israel actuaron Amós
y Oseas. En el del Sur o de Judá lo hicieron Miqueas e Isaías. El
pueblo estaba siendo sometido a crecientes impuestos, el Estado
expropiaba las propiedades patrimoniales, se multiplicaban los
trabajos forzosos y las levas militares obligatorias, todo ello en el
marco de una presión militar agobiante procedente del norte, de
Asiria. Los cuatro profetas citados, sobre todo Amós, hicieron suya
la causa de los marginados y desposeídos. A la vez, se distancian
deliberadamente de los grupos de profetas oficiales, pues éstos
estaban muy desprestigiados. Las capitales de Israel y de Judá,
Samaria y Jerusalén, respectivamente, recibieron especial distinción
en la crítica profética. Tanto como la monarquía, ellas, Jerusalén
de modo especial, tuvieron soluciones diferenciadas, desde su
destrucción total hasta su reconstrucción, a partir de una
intervención divina. Entre los profetas que defienden la primera
posición destaca Miqueas. Y los defensores de la segunda posición
son: Abdías, Isaías, Ageo, Zacarias, Amós que dirigió duras
críticas a Samaria. Tenemos varias muestras:
a) Amós: No hace declaraciones de
principio sobre la monarquía, aunque condena duramente al rey
Jeroboam II. Su libro termina con un texto de relativa importancia
(9,11-15), pero es casi seguro que no es del profeta.
b) Oseas: Oseas no ataca sólo los
fallos concretos de la monarquía, sino a ella misma por principio.
La considera una institución contraria a Dios, que el Señor
concedió en un momento de cólera.
c) Isaías: Isaías es de Jerusalén,
educado en la tradición davídica. La promesa de Natán constituye
uno de los puntos centrales de su fe. Por eso en los momentos de
mayor crisis política, cuando se produce el intento de derrocar la
dinastía (7,6), aplica la promesa de Natán asegurando al rey que
los planes de los reyes enemigos no se cumplirán (7,7). Y años más
tarde cuando el ejercito asirio amenaza con conquistar Jerusalén
anuncia que Dios protegerá la ciudad (37,35). Isaías parte, pues,
de una valoración positiva de la institución monárquica. Ella
forma parte de los designios de Dios. Pero esto no impide que se
muestre sumamente crítico de los reyes concretos: Acaz (7,10-13) y
Ezequías (Is 39).
d) Jeremías: Pocos profetas vivieron
una época de cambios tan profundos con respecto a la monarquía como él.
Disfrutó de uno de los mejores monarcas de la historia de Judá, Josías, y sufrió a
una serie de reyes marionetas, canallas ocobardes. Su vida se extiende desde
momentos de esplendor, que hicieron pensar en una restauración del antiguo
imperio davídico, hasta el trágico instante en que el último rey, Sedecías, contempla
impotente cómo degüellan a sus hijos en su presencia, antes de que a él mismo le
arranquen los ojos, lo destierren y lo encierren de por vida (Jer 52,10-11).
Jeremías critica a los reyes concretos deforma muy dura.
Al final del reinado de Salomón
comenzó una rebelión social a causa de las diferencias entre el
norte y el Sur, por las cargas que había sobre el pueblo encabezada
por un funcionario llamado Jeroboán, esto fracasó, pero a la muerte
de Salomón se organizó una asamblea en la ciudad de Siquén, donde
acudió el heredero de salomón su Hijo Roboam, se le pidió aligerar
las exigencias, pero él en vez de eso le impuso más. Logró
reagrupar su gobierno en torno a Jerusalén y las demás tribus de
Israel proclamaron rey a Jeroboán, quien puso su capital de manera
provisional en Siquén. Así se consolidó el Cisma o división que
pondrá en oposición a los dos reino del norte y del Sur ( 1Re 14,
1- 16,1ss.). Más tarde Omri (885- 874 a .c.) compra las colinas de
Samaria y allí establece de manera definitiva la capital del reino
del Norte.
Junto al cisma político se da también
un cisma religioso, Jeroboam construyó santuarios en Dan y en Betel,
para que la gente no tuviese que ir al templo de Jerusalén; luego se
construyó en tiempo de Omri un templo en la región de Samaria en
honor al dios baal, comenzando así una gran lucha entre Yahvé y
Baal teniendo como protagonistas y defensores de Yahvé a los
profetas Elías y Eliseo (1Re 17-18 y 2Re 2; 4-9).
En el Reino del Norte, o Reino de
Israel, hay que constatar ante todo una falta de estabilidad
política. Jeroboán era un usurpador que había llegado al trono sin
legitimidad. Cualquiera se va a sentir en el derecho de hacer lo
mismo que el hizo. Los cambios de dinastía serán continuos. En los
279 años de existencia del Reino 7 de sus 19 reyes serán asesinados
y uno se suicidará. Los continuos golpes de estado serán dados por
generales ambiciosos que se irán sucediendo unos a otros. Por el contrario, el reino del Sur era
mucho más pequeño que el del Norte, ya que sólo comprendía las
tribus de Judá y Benjamín. La frontera pasaba entre Jerusalén y
Betel. Por eso la gran preocupación de los reyes de Judá fue hacer
avanzar lo más posible esta frontera de manera que la capital,
Jerusalén, no se encontrase expuesta en el caso de una guerra
eventual (1 R 15, 16-22). La religión yahvista se conservó más
pura en el sur que en el norte, aunque tampoco faltaron las
contaminaciones cananeas. Pero en el sur veremos renovadas las
tentativas por parte de los reyes de purificar los cultos idólatras,
sobre toda en las reformas de Joás (2 Cr 23,16-,24,16), Ezequías,
(2 Cr 29-31) y Josías (2 Cr 34-35).
Nacho Padró
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