Me parece que no es necesario ampliar la larga lista de reconocimientos que la labor teológica y pastoral del Papa Benedicto ha merecido en los últimos días con motivo de su fallecimiento. Tampoco voy a perder un minuto en contestar a los desvaríos de quienes le critican sin apenas conocer sus escritos y sin haberle tratado personalmente.
Me parece mucho más propio subrayar otra dimensión de su pensamiento –quizá no nuclear, pero ciertamente importante- que me resulta cercana. Servirá así como modesto homenaje y gratitud a un gran intelectual, a un hombre sabio y bueno, a quien tocó conducir la Iglesia en los últimos 40 años -primero como apoyo fundamental de sanJuan Pablo II y luego como obispo de Roma-, hacia una renovación auténtica de la Iglesia en el siglo XXI, asumiendo lo más sustancial y fructífero del Concilio, conjugando la Tradición con la apertura a la Modernidad, en una fidelidad dinámica que siempre se pregunta qué es lo que nos pediría Jesucristo si predicara a nuestros contemporáneos.
Me refiero a la visión de Benedicto XVI sobre las cuestiones ambientales, tan debatidas actualmente. La posición de Benedicto XVI en este tema me parece especialmente atrayente, ya que ejemplifica muy bien ese equilibrio entre quien se abre el mundo actual, valorando lo positivo que incorpora, a la vez que sabe iluminar con la luz del cristianismo más auténtico los problemas y expectativas de sus contemporáneos.
Para muchos cristianos se trata de temas ajenos –en el mejor de los casos- a nuestra fe, cuando no ocasión para debilitar el mensaje cristiano con intereses espurios o abiertamente paganos. Para otros, la Iglesia no puede estar en silencio ante cualquier cuestión que tiene una trascendencia intelectual y un amplio interés social.
La trayectoria del magisterio eclesiástico en la llamada “cuestión ecológica” parece, a primera vista, muy reciente, aunque hay referencias muy interesantes a la admiración y apertura a la naturaleza en autores tan relevantes como san Basilio, san Agustín o san Benito.
Sin embargo, el análisis del magisterio reciente arranca de alguna alusión en textos de san Juan XXIII, san Pablo VI, y algún escrito más específico de san Juan Pablo II y Benedicto XVI, para desembocar en la encíclica dedicada a este tema por el Papa Francisco, en 2015. El texto del papa actual es muy profundo y relevante, con algunas notas originales, pero que no sale del vacío: se apoya en los escritos de sus predecesores, además de los documentos que han elaborado distintas conferencias episcopales. Ahora me quiero centrar en las aportaciones del papa Benedicto a esta trayectoria.
Conviene recordar que Benedicto XVI era alemán, y que en Alemania la sensibilidad ambiental es un componente básico de la vida cotidiana (conviene recordar que es uno de los pocos países del mundo que tiene un partido verde con amplia representación parlamentaria).
La cuestión ecológica en Benedicto XVI
Sus referencias a la “cuestión ecológica” son a la vez frecuentes y profundas. Por ejemplo, dedica a este tema, en cuatro años de sus 8 de pontificado alusiones centrales en sus Mensajes para la Jornada mundial de la Paz.
En el de 2007 introduce un tema enormemente importante, el concepto de ecología humana, dándole una interpretación a la vez moral y doctrinal: «La humanidad, si tiene verdadero interés por la paz, debe tener siempre presente la interrelación entre la ecología natural, es decir el respeto por la naturaleza, y la ecología humana. La experiencia demuestra que toda actitud irrespetuosa con el medio ambiente conlleva daños a la convivencia humana, y viceversa» (n. 8).
También Benedicto XVI es el primero en conectar directamente la justicia ambiental con las generaciones futuras, algo que ahora se incluye plenamente en las legislaciones internacionales como un principio moral, por más que jurídicamente sea complicado de aplicar. Recordando que… “Respetar el medio ambiente no quiere decir que la naturaleza material o animal sea más importante que el hombre”, afirmaba que no podemos utilizar la naturaleza “…de manera egoísta, a plena disposición de los propios intereses, porque las generaciones futuras tienen también el derecho a obtener beneficio de la creación, ejerciendo en ella la misma libertad responsable que reivindicamos para nosotros» (Benedicto XVI, Mensaje en la jornada mundial de la paz, 2008, n. 7).
Ahora bien, la ecología humana que propone Benedicto XVI va más allá. Hace referencia a la conexión profunda entre equilibrio natural y equilibrio humano, proponiendo que seamos guiados por la ley natural, engarzando la naturaleza humana con la “natural”, porque al fin y al cabo somos parte de ese mismo sustrato natural. La verdad del hombre y de la naturaleza llevan a una actitud de respeto y cuidado: no son aspectos separados.
En este sentido, secunda lo ya apuntado por san Juan Pablo II, que la degradación ambiental está ligada a la degradación moral del hombre, puesto que ambas implican un desprecio hacia el designio Creador de Dios, pero Benedicto XVI lo extiende diversas facetas del actuar moral: «Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas.
El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral» (Caritas in veritate, 2009, n. 51). De ahí surge el concepto que ha desarrollado más recientemente el Papa Francisco de Ecología integral, que hace referencia al cuidado de la naturaleza y de las personas, pues al fin y al cabo este planeta es nuestro hogar común.
No puede haber discontinuidad entre estos dos aspectos, ni por un extremo, ni por el otro. Tan extraviado estaría el que cuidara el ambiente, denigrando a las personas que sobre él viven, como el que degradara el ambiente gratuitamente para, supuestamente, favorecer a las personas. Hay una sola crisis –como menciona el papa Francisco tan frecuentemente- a la vez social y ambiental.
La solución al problema ambiental, entonces, no es sólo técnica, sino también moral. Es preciso que cada uno descubra qué aspectos de su vida pueden renovarse. Ahí se enmarca del concepto de conversión ecológica, que tanto gusta al Papa Francisco, pero que fue propuesto por Juan Pablo II, y extendido por Benedicto XVI, concretado en cambios personales: «Es necesario un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones » (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 2009, n. 51).
También merece destacarse las alusiones que hizo Benedicto XVI a la cuestión ambiental en su memorable discurso en el parlamente alemán. Allí señaló que el respeto a la naturaleza también es una forma de reconocer una verdad objetiva que no creamos nosotros, sino a la que debemos reconocimiento.
Por eso indicaba que: «Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él coherentemente”, ligando ese reconocimiento al de la propia naturaleza humana: “El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana».
En resumen, en el amplísimo magisterio de Benedicto XVI, la dimensión ecológica se propone como algo central a la experiencia cristiana, parte de una concepción de Dios Creador, que ha embellecido el mundo que nos rodea con una biodiversidad inmensa, de Dios Redentor, que quiso compartir nuestra naturaleza humana, viviendo en armonía con su entorno, y de Dios Santificador, que utiliza la materia natural como vehículo de la Gracia en los sacramentos.
El Papa Francisco nos lo ha recordado en su encíclica y sus múltiples alusiones en su magisterio, pero también los pontífices anteriores, singularmente Benedicto XVI, merecen un sitio de honor entre los precedentes de este magisterio.
Catedrático de Geografía de la Universidad de Alcalá.
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