De vez en cuando hemos oído esta pregunta: ¿Qué tiene que ver la ecología con la fe cristiana? Y lo cierto es que la tradición de la Iglesia Católica y de las distintas Iglesias cristianas ha cultivado el cuidado de la Creación, de la que el ser humano forma parte indisoluble. El Papa Francisco en la Carta encíclica Laudato si’ ha actualizado la llamada al cuidado de la Casa Común. Sin embargo, la práctica de las comunidades cristianas no siempre responde con la relevancia que merece.
Las pruebas científicas, así como la realidad de los países y las personas empobrecidas, demuestran que estamos viviendo una crisis ecosocial de supervivencia, causada por la especie humana. Nuestro sistema económico de producción, distribución y consumo de bienes, nuestra organización social y nuestra forma de vida están en su origen. El culto a la productividad, al crecimiento económico indefinido e insolidario y al consumismo genera una desigualdad social creciente, propiciando un sistema que lleva al descarte de las personas (especialmente las más pobres y vulnerables) y al colapso de la propia Casa Común.
La emergencia socioambiental actual es una amenaza y agresión a la vida en nuestro planeta. Su impacto en la biodiversidad está diezmando las especies animales, vegetales, etc., y puede suponer la extinción de la propia especie humana. La crisis climática daña la salud de las poblaciones, limitando la productividad laboral y socavando los medios de subsistencia. Está en el origen de las olas de calor, la desertificación de grandes áreas del planeta, la subida del nivel del mar, e inundaciones crecientes que comprometen aún más el acceso a la alimentación de las poblaciones más empobrecidas y agravan la escandalosa realidad de los millones de personas que pasan hambre. Esa misma crisis es uno de los principales factores responsables de las migraciones y estimula las guerras por los recursos naturales (el grano, las tierras cultivables, el agua, etc.). Y todo ello se produce de manera injusta: las personas, grupos y naciones más empobrecidas y vulnerables, que menor responsabilidad tienen en el origen de la crisis, son las que más lo sufren.
Siguiendo la tradición de la Enseñanza social de la Iglesia, donde se explicita que nada de lo humano (y menos si hablamos de dolor, desesperanza, malestar…) es ajeno a la fe, en Laudato si’ (LS), el Papa Francisco nos llama a unir nuestro esfuerzo con el de toda la familia humana “en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar”. Nos invita a una “profunda conversión interior”, a “una conversión ecológica, que implica dejar brotar las consecuencias del encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que nos rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una vida virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (LS, n. 217). “La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo” (LS, n. 222). Por eso se puede afirmar que “menos es más”, proponer una “sobriedad compartida” y hablar de una “fraternidad universal”.
No hay planeta B.
La llamada del Papa Francisco se ha plasmado en la película La carta: la película Laudato si’. Respondiendo a esa llamada, nuestra Diócesis elaboró una guía de acciones personales y comunitarias para el cuidado de la casa común (puedes consultarla en este enlace). Todas las personas estamos implicadas. No hay planeta B.
Santiago Esnaola, miembro de la Comisión diocesana de Ecología Integral.
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