Nació en Italia hace 51 años, pero su corazón hace tiempo ya que es brasileño. Iba para Ingeniero (llegó a cursar dos años de carrera en su país natal), pero un día recibió la llamada de Dios y lo dejó todo para irse a Brasil de la mano de los Misioneros Combonianos, congregación a la que pertenece. Se llama Dario Bossi y es una de las personas que ponen rostro a la Campaña de Manos Unidas de Lucha contra el Hambre, de este año, que bajo el lema “Frenar la desigualdad está en tus manos” se celebra este domingo 12 de febrero.
El Padre Bossi lleva en Brasil 19 años, así que conoce bien la realidad del gigante suramericano, un coloso de 8,5 millones de kilómetros cuadrados y 210 millones de habitantes. Su primer destino, en 1997, fue un barrio de la periferia de São Paulo, donde estuvo cuatro años estudiando y trabajando en la pastoral con niños y jóvenes; luego sus superiores lo enviaron al norteño Estado de Maranhåo, donde conoció de primera mano el drama de las comunidades que son víctimas de las industrias mineras y se “especializó” en conflictos medioambientales.
Exprovincial comboniano de Brasil, hoy forma parte de la coordinadora de la Red ecuménica latinoamericana “Iglesias y Minería”, y asesora sobre la problemática medioambiental a la Comisión Especial de Ecología Integral y Minería de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB), al equipo de Ecología Integral de la Conferencia Latinoamericana de Religiosos (CLAR), y a la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), a esta última en materia de Derechos Humanos.
—Padre, ¿hay gente en Brasil que esté muriendo ahora mismo de hambre?
—Sí. En 2022 hemos tenido a más de 30 millones de personas en situación se inseguridad alimentaria. Hoy uno de cada tres niños brasileños no puede comer tres veces al día. Hay un regreso al hambre que no preveíamos. Brasil es un gran productor de alimentos, pero increíblemente estamos financiando su exportación (soja, carne, animales vivos…) y ello pese a que no logramos alimentar a nuestro pueblo. Los políticos han favorecido el agronegocio y han sacrificado mucho la agricultura familiar y la capacidad de producción interna: arroz, mandioca, frijoles, etc. Sería suficiente mantener la producción directa de ocho alimentos básicos, que son los que forman parte de la dieta básica del brasileño, [para garantizar la estabilidad alimentaria], pero su cultivo se ha sacrificado en beneficio de otros productos destinados a la agroexportación. Además, los pesticidas están contaminando y afectando mucho a la economía familiar.
—El aumento del hambre se ha producido en la presidencia de Bolsonaro, ¿verdad?
—Sí. En el gobierno de Lula no había hambre, ahora sí la hay. Esa cifra de 30 millones de brasileños en situación de inseguridad alimentaria es, sin duda, la mayor que ha habido en los últimos años. Los gobiernos anteriores de Lula tuvieron también sus contradicciones, pero Lula tenía claro que el crecimiento colectivo, y por tanto la reducción de la desigualdad, significaría después el crecimiento del país. Un país no crece cuando crece solamente la élite, sino cuando lo hacen todos.
—¿Y qué hizo Lula contra el hambre?
—Lula gobernó en un periodo económico muy bueno y logró imponer leyes de redistribución de renta, de financiación a los pobres mediante el salario mínimo, bolsa-familia y otras medidas de distribución de renta que se han confirmado como esenciales. En las escuelas, por ejemplo, instaló inteligentes programas de alimentación a los niños. Puso en marcha también un programa de intercambio de alimentos entre el campo y la ciudad (que luego quitó Bolsonaro) con financiación pública a los pequeños productores para que vendieran sus productos a las escuelas, las universidades, etc.
Otra medida que funcionó con él fue la reducción de la desforestación. Bolsonaro hizo lo contrario. Venía siendo financiando por los grupos económicos de latifundio, de minería y de capital financiero y tuvo que servir a estos tres grupos. Así que optó por reducir los beneficios que buscaban un equilibrio económico y favoreció a estos grupos poderosos, ampliando la frontera de explotación (y causando por tanto una mayor desforestación) y llevando a una mayor brecha entre pobres y ricos, con consecuencias increíblemente fuertes.
—¿Usted entiende que en 2023, cuando el hombre es capaz de logros tecnológicos increíbles, haya más de 800 millones de personas que sigan pasando hambre en el mundo?
—Sí, porque esta realidad no es un error de cálculo o una consecuencia imprevista, sino el fruto inevitable, predeterminado, de un modelo económico que hemos elegido de manera suicida: el modelo capitalista.
Se trata de un modelo que, por definición, es excluyente. El capitalismo tiene dos grandes límites: uno es que se trata de un modelo de crecimiento, siendo imposible instalarlo en una realidad limitada. (..) Hoy hemos llegado al límite. Estamos a la muerte de un sistema que no reconoce estar enfermo. La otra gran contradicción interna es que el sistema, por definición, funciona cuando se concentran los bienes; favorece a algunos, pero para ello necesita desfavorecer a muchos. Es decir, para que algunos se desarrollen hay necesidad de que muchos otros estén olvidados y escondidos en “zonas de sacrificio”.
Por tanto, lo que vivimos no me sorprende, aunque, por supuesto, me indigna. Pero es una consecuencia lógica de una elección que hemos hecho. Por eso el Papa Francisco en la Laudato si´ dice que no se trata de poner remiendos o parches, sino de rehacer completamente el modelo. Utiliza la expresión “revolución cultural”, es decir, un cambio total. Cuando dice que “esta economía mata” se refiere a un sistema que no se puede camuflar más. (…) Tenemos que rechazar este sistema.
—En los tiempos que corren todo lo que sea criticar al capitalismo le convierte automáticamente a uno, e igualmente casi por definición, en un peligroso comunista.… incluido al Papa.
—Sí, recuerdo a nuestro don Helder Cámara cuando decía eso de que “cuando doy comida a los pobres me llaman santo y cuando pregunto por qué no la tienen me tildan de comunista”. (…) En un realismo sano, honesto y responsable con la naturaleza y con los pobres, hay que decir que esto no funciona más: no es una ideología, es una evidencia.
—El Papa ha dicho más de una vez que si se destinaran a combatir el hambre y la pobreza los recursos que se dedican a las armas, se acabaría con el problema.
—Exacto. La gran contradicción del capitalismo es la desigualdad. El camino para combatirla es la redistribución, y esta se hace mediante decisiones políticas. En la Laudato si´ está muy claro: la política debe estar por encima de la economía para determinar el destino de los bienes. Las armas son un gasto terrible. Tenemos tecnologías sofisticadas para las armas, pero una ignorancia enorme en capacidad para la redistribución de comida.
—En Brasil y en otros países con problemática a causa de la minería y otros proyectos han sido asesinados no pocos defensores medioambientales. Solo en el año 2017 cayeron ya 116, de ellos 46 en Brasil.
—Sí, 2017 fue un año récord. Todos los años Global Witnessactualiza las cifras. Según el recuento de este organismo, de las 1.733 muertes de ambientalistas que hubo en el mundo entre 2012 y 2021, 342 se produjeron en Brasil. Durante el gobierno de Bolsonaro ha vuelto a crecer el número de muertos. Y la violencia sigue. Solo en mi Estado, en Maranhão, han sido asesinados este mes de enero cuatro indígenas por conflictos de tierra. Hay una violencia en las periferias similar a la del lejano oeste de las películas: las soluciones se dan mediante las armas por la ausencia del Estado o, lo que es peor, por la complicidad de este. El anterior gobierno, el de Bolsonaro, favoreció mediante leyes la proliferación de armas y centros de prácticas de tiro, que se han multiplicado especialmente en las regiones amazónicas. Hay una afinidad entre el aumento de la violencia, la liberalización de armas y la solución autogestionada de los conflictos.
—Usted se significa públicamente al denunciar las violaciones de los derechos humanos y los atentados contra el medio ambiente. ¿Ha sido amenazado por su labor? ¿Ha corrido su vida peligro en algún momento?
—No, no. Gracias a Dios, las personas de Iglesia estamos más protegidas por la imagen que tenemos. Hemos tenido calumnias, hemos sufrido ataque en la prensa, hemos tenido infiltrados de las empresas mineras que combatimos en nuestras propias organizaciones, hemos sido espiados, hemos tenido procesos judiciales, etc. pero no hemos tenido amenazas. Los que las reciben son los olvidados.
—El obispo Vicente Ferreira, responsable de la Comisión de Ecología Integral y Minería del episcopado, sí está amenazado de muerte.
—Sí, anda con escolta militar. Él es de Brumadinho (Minas Gerais), la localidad en la que en 2019 tuvo lugar la rotura de la segunda presa minera (la anterior fue en Mariana en 2015). En Brumadinho murieron 270 personas, dos de ellas, además, mujeres que estaban embarazadas. No hace mucho tiempo, en una misa al aire libre, a monseñor Vicente se lo tuvieron que llevar los escoltas por las amenazas de muerte que estaban profiriendo contra él y la presencia de hombres armados. No pudo concluir la misa, tuvo que irse sin dar la bendición.
(La entrevista completa, en el próximo número de la revista ECCLESIA)
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