Cuando la neblina de los tupidos bosques se levanta, con suerte se puede observar a estas aves alimentándose de aguacates silvestres o realizando maniobras de cortejo, dejando en el cielo coloridas estelas de plumas. Fue tal vez en ese mágico instante cuando los antiguos mesoamericanos quedaron hechizados y vieron en esta ave la reencarnación de uno de sus dioses más antiguos: Quetzalcóatl para los aztecas o Kukulkán para los mayas .
Un vendedor de quetzales carga algunas de estas aves. Códice Fejervary-Mayer. Museo de Liverpool.
La serpiente emplumada era el dios protector que sacrificó su sangre por los hombres, para darles la vida, regalarles la agricultura, el fuego y la escritura. Este dios benévolo sufrió tentaciones y cayó en desgracia. Desapareció en el cielo como estrella matutina –el planeta Venus– y prometió regresar algún día por el Este.
PLUMAS MÁS DESEADAS Desde el principio de los tiempos, los pueblos originarios de Mesoamérica (la región cultural que comprende México y América Central) sucumbieron a la belleza de esta ave prodigiosa, cuyos machos están provistos de cuatro plumas caudales de 90 centímetros de largo. Con estas largas plumas se confeccionaban penachos exclusivos para las élites mesoamericanas: reyes, sacerdotes y guerreros lucieron estos tocados, e incluso la palabra "quetzal" formó parte de los nombres de algunos gobernantes, como Quetzal Jaguar I (K’uk Balam), fundador de la dinastía de Palenque . El tráfico de estas plumas originó un comercio de lujo controlado por los pochtecas o comerciantes de larga distancia, y de su elaboración se encargaron los amantecas , unos artesanos especializados en confeccionar elementos con plumas. Los quetzales eran tan preciados que cazarlos sin permiso se pagaba con la vida.
Los quetzales eran unas aves tan preciadas por los nobles que cazarlos sin permiso se castigaba con la muerte
Los mesoamericanos pronto comprobaron que la reproducción de esta ave en cautividad era muy complicada, tal como expresa la Relación de Guatemala , del siglo XVI: "Imposible criarlos, ni en jaula ni de otra manera, aunque se ha probado, porque ni quieren comer ni reposar". Por eso los aztecas enviaban a sus mejores cazadores a los bosques tropicales de Guatemala, para que los atraparan sin estropear las preciadas plumas. "Esta granjería de las plumas es muy costosa y trabajosa, y aun peligrosa para los indios, porque, demás de gastar muchos días en caminos y en esperar la caza, muchas veces caen de los árboles y se quiebran piernas y brazos, y algunas veces mueren [...]. Habían de dejar el trepar para los monos, que se ayudan de la cola que Dios les dio como cuerda para colgarse dellas, y dejarían a estas pobres y hermosas aves gozar de su librea verde y dorada".
Un ejemplar de quetzal macho despliega sus alas en la frondosa jungla de Guatemala. Se aprecian sus dos largas plumas caudales.
Una vez localizados los pájaros "aguárdanlos cuando están en los nidos y cógenlos dentro, y pélanlas a las tristes todo el cuerpo y cola, salvo los cuchillos de las alas, y ansí las envían en camisa [a las aves]". También había árboles con nidos de quetzal que, sin duda, pertenecían o al rey o a algún noble. En este caso, los pájaros se cazaban "con varas o cuerdas de liga, las cuales ponen en los bebederos, o en los árboles donde tiene el pájaro su comida, que es una frutilla conocida de los indios. Y estos árboles y bebederos son de indios particulares y se venden y heredan".
En la actualidad, el quetzal está considerado una especie en peligro. El problema de su conservación no radica sólo en la caza furtiva y su comercio ilegal, sino también en la deforestación de su hábitat. Si no se remedia, sólo quedará su memoria en los antiguos libros y piedras mesoamericanos o en la bandera y la moneda de Guatemala que, en 1871, la declaró ave nacional.
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